“LA CAPACIDAD DE
PENSAR”
POR EDUARDO
SANGUINETTI
FILÓSOFO
(PH.D., CAMBRIDGE, ENGLAND)
La
indiferencia es feroz. Constituye el partido más activo, sin duda el más
poderoso de todos. Permite todas las desviaciones más funestas y sórdidas, como
la devenida en la instalación nuevamente de la derecha (puede denominarse
neoliberalismo) en las elecciones legislativas del 28 de junio, con las
derivaciones funestas que derivan como signo y síntoma de un sistema perverso y
caduco que ya supo a lo largo de décadas infames pulverizar cualquier proceso
de autonomía y progreso en la República Argentina.
Para
un sistema, la indiferencia general es una victoria mayor que la adhesión
parcial. En verdad, es la indiferencia la que permite la adhesión masiva a
ciertos regímenes, las consecuencias son por todos conocidas. Pero ¿qué sucedió
para que Argentina se debata nuevamente en esta instancia que tanto le ha
cobrado en tiempo y vida de un pueblo?
La
indiferencia casi siempre es mayoritaria y desenfrenada. Esta indiferencia,
este desentendimiento, esta falta de observación, fueron obtenidos sin duda
mediante estrategias sigilosas, obstinadas, que introdujeron lentamente sus
caballos de Troya y supieron sustentarse tan bien sobre aquello que propagaban
-la falta de vigilancia-, que fueron y siguen siendo imperceptibles, y por ello
tanto más eficaces.
Son
tan eficaces que los paisajes políticos y económicos pudieron transformarse a
la vista (pero no a la conciencia) de todos sin llamar la atención ni, menos
aún, despertar inquietud. El nuevo esquema planetario, al pasar inadvertido,
pudo invadir y dominar nuestras vidas sin que nadie lo tuviera en cuenta, salvo
las potencias económicas que lo instauraron, hoy ya como un Estado de las cosas
dentro del marco de la Ley, ya que fue a través del sufragio que se llegó a tal
situación. El desapego y la desidia se han impuesto a tal punto que si hoy nos
proponemos como hecho excepcional frenar tal o cual proceso político o social,
tal o cual acto de piratería “políticamente correcto”, descubrimos que los
proyectos que pretendemos combatir ya fueron larga y minuciosamente preparados
en las alturas mientras dormíamos, y que están sólidamente inscritos conforme a
los principios en vigencia. Por consiguiente, parecen arreglados, ineluctables,
incluso ya instaurados en los hechos.
Cuando
intervenimos (o creemos intervenir), todo está instalado desde hace tiempo. Se
ha evacuado de antemano el sentido mismo de la protesta. Más que encontrarnos
ante un hecho consumado, estamos encerrados en él.
Por
nuestra pasividad quedamos atrapados en las mallas de una red política que
cubre el paisaje planetario en su conjunto. No se trata de determinar el valor
positivo o nefasto de la política que condujo a semejante sistema pudo
imponerse como dogma sin provocar reacciones y suscitando apenas algunos
comentarios escasos y tardíos en el periodismo convertido en empresa mediática
al servicio de capitales, con esclavos que lanzan la “noticia”, la
intelegentzia al servicio del poder manipulada por la seudooposición simulada y
menor, tapando la que en verdad debe ser escuchado por el público que asiste
con ingenuidad a un estado de esclavitud perversa y pervertida, que aniquila al
individuo en pleno uso de su individualidad y autonomía en posibilidad de pensar.
El
único recurso que todavía tenemos es “pensar”. Por cierto que no se puede
aprender a pensar, que es la cosa mejor repartida, más espontánea y orgánica
del mundo. Sin embargo, uno se ve desviado del pensamiento como de ninguna otra
cosa. Se puede desaprender a pensar. Todo conspira en ese sentido. Dedicarse a
pensar cuando todo se opone a ello requiere audacia y coraje.
Embarcarse
en ello obliga a ciertos esfuerzos, como olvidarse los epítetos de austero,
arduo, inerte, elitista, paralizante e infinitamente aburrido, palabras con que
hoy se clasifica al pensamiento. por los burócratas de las Corporaciones
Económico-Mediáticas y de las Corporaciones Económicas de Producción fuente de
pobreza y humillación para los trabajadores que reciben las dádivas de sus
patrones siempre dispuestos a la explotación de los mismos. Asimismo, hay que
marcar direcciones y separar lo intelectual de lo visceral, el pensamiento de
la emoción, si lo logramos, alcanzamos algo parecido a la salvación. Y puede
permitirle a cada uno convertirse, para bien o para mal, en habitante de pleno
derecho, autónomo, cualquiera que sea su situación. No es casual que se
desaliente al que piensa.
Porque
no hay nada más movilizador que el pensamiento.
Lejos
de representar una triste abdicación, es la quintaesencia misma de la acción.
No existe actividad más subversiva ni temida. Y también más difamada, lo cual
no es casual ni carece de importancia: el pensamiento es político. De ahí la
lucha insidiosa, y por eso más eficaz, y más intensa en nuestra época, contra
el pensamiento. Contra la capacidad de pensar.
Pero
ello representa, y representará cada vez más, nuestro único recurso, reservado
a unos pocos ayudando a conservar la dominación espectacular, como respuesta en
contraposición de resistencia eterna, no dejemos de pensar para derribar el
muro de basura que nos aprisiona, siempre con crítica y lucidez. Todo lo
manifestado supone la adquisición de ciertas facultades que a su vez
conducirían a una serie de destrezas y al encuentro de los derechos perdidos de
autonomía y progreso. No permitamos que se destierre o elimine a los que
piensan, aunque su auditorio sea pequeño, pues ese auditorio se autorreplicará
hasta convertirse en una mayoría que no podrá ser ignorada ni dejada de lado,
pues simplemente actuará y controlará a las bestias que manejan y controlan
todo en este planeta anestesiado, que intentaremos dilatar el espacio que
merece el pensamiento.
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