Estados Unidos y la explosión del Maine: del acecho a la acción
REDACCIÓN DIGITAL DEL PERIÓDICO
TRABAJADORES
El
15 de febrero de 1898, en el puerto de La Habana, una explosión ocasionó la
muerte a 264 marineros y dos oficiales del acorazado estadounidense U.S. Maine
que, comandado por el capitán Charles D. Sigsbee y una tripulación de 350
hombres, había arribado a Cuba, días antes, el 24 de enero, en visita
“amistosa”. (toda la oficialidad fuera
¿que extraño, no?)
Aquel
15 de febrero, en horas de la noche, la oficialidad, excepto dos de baja
graduación, se había ausentado del buque para participar, unos en la gala que
en honor de la actriz española Rosa Fuertes se celebraba en el teatro Albizu;
en tanto otros jugaban a las cartas en una residencia de la barriada del Cerro,
y el resto saciaba sus deseos más morbosos en prostíbulos habaneros.
A
las 9:40, una gran explosión, seguida de otras menores, destruyó la nave
atracada en la boya número 4. De inmediato, el Gobierno de Estados Unidos acusó
a España por el desastre, mientras en su territorio procedió a exacerbar el
ánimo de las masas fomentando en ellas un espíritu de venganza que diera vía
franca para la entrada de ese país en la contienda.
A
crear la atmósfera revanchista contribuyeron periódicos de gran circulación
que, inclusive, llegaron a asegurar la existencia de elementos
anti-norteamericanos pagados por España para que colocasen la mina en el
exterior del buque.
Los
cubanos no quedaron excluidos de las acusaciones, provenientes estas de Edwin
F. Arkins, quien en La Habana capitaneaba a un grupo de hacendados que, junto
con representantes de diversos monopolios asentados en varias ciudades de
Estados Unidos, entre ellas Washington y Nueva York, emitían declaraciones
francamente belicistas.
Si
bien desde el primer momento las autoridades españolas negaron cualquier tipo
de responsabilidad en el siniestro, y el pueblo cubano protestó por la infame
calumnia, Estados Unidos mantuvo su criterio, decidido a no dejar escapar la
ocasión de conseguir lo que desde hacía tiempo perseguía.
DICTÁMENES
OPUESTOS
Inmediatamente
después de la explosión, el gobierno español nombró una comisión investigadora
que, luego de minuciosa inspección realizada el 20 de febrero, dictaminó que el
desastre tuvo su origen en el interior del buque. Un día después comenzó a
hacerlo la comisión norteamericana, a la cual el Presidente William McKinley
encargó un dictamen que justificara una declaración de guerra.
El
25 del propio mes, el gobierno español propuso la conformación de una comisión
mixta; pero ello fue rechazado por la parte contraria, partidaria de que el
trabajo se llevara a cabo de forma independiente, y la cual, además, se opuso a
cualquier acción conciliatoria ante los esfuerzos de las autoridades españolas
por llegar a un arreglo pacífico.
La
comisión investigadora estadounidense dictaminó, el 23 de marzo, que una mina
submarina colocada en el exterior de la nave provocó la voladura de los pañoles
de pólvora. Por esos días, el embajador de Washington en España, Stewart
Woodford, hizo público en Madrid el ultimátum de su gobierno de que si en 10
días ese país no garantizaba la paz en la Isla –algo verdaderamente imposible
debido a que las tropas españolas estaban prácticamente derrotadas por el
Ejército Libertador de Cuba-, el problema sería puesto en manos del Congreso
norteamericano, incluida la cuestión del Maine.
Y
Estados Unidos supo aprovechar muy bien la ocasión. Una Resolución Conjunta del
Congreso, exigía a España la renuncia inmediata a su autoridad en la Isla, así
como la retirada de sus fuerzas militares y navales del territorio y aguas
cubanos.
Esa
resolución no solo representaba la ruptura inmediata entre ambas naciones, sino
también la intervención norteamericana en el conflicto. Era la patente de corso
para pasar del acecho a la acción y librar la primera guerra imperialista de la
historia.
Al
pueblo cubano sólo le quedó una gran certeza: él fue el gran perdedor, porque
con la intromisión de Estados Unidos en la guerra ya ganada a España se frustró
la independencia por la cual había luchado larga y cruentamente. Estados Unidos
emergió triunfante. En su poder ya estaba la “fruta”, en cuya conquista el
Maine fue un pretexto, no la causa.
Redacción digital del periódico Trabajadores
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