TERRORISMO JUDICIAL
CONTEXTO
El juez Manuel Marchena,
durante una conferencia en la Universidad de Navarra, el 12 de febrero de 2020.
/ Manuel Castells
Ningún país
mínimamente democrático puede permitirse que el poder judicial pierda la
autoridad que sustenta la fuerza de sus decisiones. La independencia e
imparcialidad de los tribunales es lo que les permite ejercer razonablemente su
papel de árbitros dentro del Estado de derecho. Si se enfangan en la lucha
política y toman decisiones guiados por intereses ideológicos o estratégicos,
dejan automáticamente de merecer respeto. En vez de ser los guardianes de la
ley y los derechos, se convierten en su principal amenaza.
Si quien obra así es nada menos que el Tribunal Supremo, encargado de unificar doctrina y resolver como última instancia, se puede tambalear todo el edificio del sistema democrático.
España lleva ya
demasiado tiempo al borde de ese precipicio. Los magistrados nombrados a dedo
por un Consejo General controlado inconstitucionalmente por el Partido Popular,
en especial los de la Sala Segunda, controlada por el mediático juez Marchena,
no parecen ser conscientes del daño que causan las sospechas de politización de
sus decisiones. O eso, o son una pandilla de irresponsables.
El auto por el que
aceptan investigar al expresident Puigdemont por un presunto delito de
terrorismo es un nuevo ejemplo de decisión con más apariencia política que
jurídica.
La ciudadanía lee
con estupefacción unos pronunciamientos inaceptables en un texto judicial que solo
se entenderían por la saña contra determinadas opciones ideológicas o el deseo
de interferir en la vida política del país.
Para conseguir sus
propósitos, nuestros jueces tienen que comenzar por desdibujar el concepto de
terrorismo. Por eso sostienen que el terrorismo es algo que “se amplia y se
diversifica de manera paulatina y constante”. Por eso creen que el legislador
debe ir ampliando el concepto de terrorismo. Y si no lo hace, ya se encargan
ellos. Aprovechan que desde 2015 el terrorismo en el Código Penal se define de
modo amplio, incluyendo múltiples actos que alteran gravemente la paz pública,
para inventar un delito que permite al juez apreciar terrorismo en cualquier
movimiento político que cause desórdenes públicos.
En el nuevo
concepto de terrorismo ya no se precisa “la aceptación ideológica de los
postulados de grupos concretos que persigan la subversión del orden
constitucional”. En vez de eso, según la Sala del juez Marchena, puede llamarse
terrorista a cualquier protesta que “a través de la espectacularización” cause
“un grave desasosiego” a la ciudadanía.
Se abre así la
puerta a que nuestros tribunales, cuando les interese, califiquen de terrorismo
cualquier protesta política disidente. Los actos violentos necesarios también
se suavizan. En este caso, el Tribunal Supremo considera que los manifestantes
catalanes convocados por Tsunami Democràtic “emplearon instrumentos peligrosos
y artefactos de similar potencia destructiva a los explosivos, tales como
extintores de incendios, vidrios, láminas de aluminio, vallas, carritos
metálicos o portaequipajes”. Equiparar un carrito de equipaje con una bomba es
un absurdo para cualquiera... Excepto para los jueces del Supremo cuando
quieren hacer política.
Después de concluir
que cualquier protesta cuya ideología no compartan nuestros señores magistrados
puede ser terrorismo, el auto también destaca que Puigdemont es el terrorista
en jefe porque... hay mensajes que dicen que lo iban a avisar de las
manifestaciones de Tsunami Democràtic. O sea, que si los alborotadores
terroristas te avisan de que hay manifestaciones, te conviertes en su jefe.
En general, la
lectura de este auto, cargado de insinuaciones tendenciosas, causa rubor por su
absoluto desprecio a la lógica jurídica. El Tribunal Supremo está desatado en
su cruzada contra el Gobierno y los independentistas y no se vislumbra manera
alguna de frenarlo. La falta de decencia procesal llega incluso al punto de
apoyarse en los argumentos de un grupo de fiscales sediciosos antes que en el
informe presentado por el fiscal competente en el caso.
Decisiones de este
tipo, con una evidente apariencia de parcialidad, resultan inaceptables en un
sistema democrático. Los jueces del Supremo, designados por un órgano político,
quieren hacer política sin presentarse a las elecciones. Además lo hacen
amenazando derechos tan esenciales como el de protesta y la presunción de
inocencia. Quienes realmente crean desasosiego y terror en la sociedad son este
tipo de magistrados, pero no parece que por ahora vayan a responder por ello.
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