11M: NOSOTROS, LOS ENGAÑADOS
Veinte
años después, el desasosiego ya no tiene que ver con la autoría de aquello,
sino con cuánto caló en la sociedad que la mentira sea, desde entonces, una
herramienta política y mediática legítima
GERARDO
TECÉ
Ni olvido
ni perdón / La boca del logo
Todo el mundo recuerda cómo vivió el 11M y a mí me pilló descubriendo el mundo. Matriculado en la Universidad, que no es lo mismo que estudiando, e interesado en casi todo excepto en lo que ocurría dentro del aula. Aquella noche de jueves tenía entradas para ver a Albert Pla en Sevilla. Cuando no era Albert Pla era otra cosa y como tapadera para mantener la vida pirata –la vida mejor–, esa mañana iba a pasarme a fichar por la biblioteca, donde todo era interesante excepto lo que había dentro de la carpeta de apuntes mal tomados. Pero la biblioteca aquella mañana cerró. La explicación estaba en la minicadena de mi habitación en la que Iñaki Gabilondo contaba desde primera hora que se habían producido varias explosiones en trenes de cercanías de Madrid cargados de trabajadores y estudiantes. Al menos 15 víctimas que, para cuando me untaba una tostada, que con el estómago cerrado no pude terminar, ya eran 40. Acabaron siendo 193. Igual que la biblioteca por la mañana, el concierto de Albert Pla tampoco abrió sus puertas por la noche –no tenía sentido–, así que descubrir el mundo acabó consistiendo aquel 11 de marzo y los días posteriores en encender la televisión y escuchar la radio con el corazón en un puño intentando entender qué tipo de psicópatas atentan contra trabajadores sentados en un vagón con las legañas aún pegadas.
Sin conseguir
entender nada, el día siguiente, viernes noche, me planté como tantos otros en
una gigantesca manifestación de repulsa contra tanta muerte y tanta sangre
convocada por el Gobierno. Aquella no era la primera manifestación a la que
iba. Meses antes, las calles de Sevilla se llenaron contra tanta muerte y tanta
sangre en Irak. Es confuso, recuerdo pensar allí en medio, haber estado hace
poco manifestándome contra el Aznar de la Guerra y acudir hoy a un acto
convocado por el Aznar de la Guerra. El lema, escrito en una pancarta que no se
veía porque allí había miles de almas, era “Con las víctimas, con la
Constitución y por la derrota del terrorismo”. El terrorismo al que derrotar a
esa hora del viernes era el de ETA, tal y como el convocante de la
manifestación y sus chicos llevaban repitiendo de forma compulsiva desde el día
anterior. No había dudas, decían, pero como descubridor del mundo a mí me las generaba
la palabra de quien tanto había mentido. Además de dudas, cierto desasosiego.
Mi cabeza, observada desde el helicóptero, sumaría un +1 a la cifra final de
personas llamadas a condenar un acto que señalaba a ETA. Pero, como homenaje a
los trabajadores con legañas, allí estaba mi cabeza.
Pasaron los días,
se descubrió que un mentiroso lo es siempre, las urnas castigaron la miseria
moral y al desasosiego le siguió cierta rabia. La del que pensaba que unir su
cabeza observada desde un helicóptero a un acto social era algo sagrado, una
especie de misa atea, y descubrió que fue estafado. Toda España se lanza a la
calle contra la barbarie etarra, dijo algún titular al día siguiente. Han
pasado 20 años de aquello y, con el mundo algo más descubierto que por aquel
entonces, sé que hicimos bien quienes, con dudas, acudimos a decir no a la
violencia convocados por el Aznar que pretendía manipular a la opinión pública.
No importa que aquella pancarta estuviese plagada de mentiras, como la
referencia a la “derrota del terrorismo”, probablemente redactada por el Aznar
de los más de 100.000 civiles muertos bajo el terror de las bombas de Irak que
sigue apareciendo, como si nada, dando lecciones por televisión. La gente
corriente sufre cuando 193 trabajadores mueren con sus legañas pegadas, no
importa quién active la bomba. La gente normal no hace cálculos con el dolor,
no lo niega, ni lo justifica, ni lo retuerce para que se adapte a su
propaganda. Por eso fuimos e hicimos bien yendo.
Veinte años
después, el desasosiego ya no tiene que ver con la autoría de aquello, ni con
quién nos mentía, todo eso quedó claro. Tiene que ver con cuánto caló en parte
de la sociedad que la mentira sea, desde entonces, una herramienta legítima
para combatir la realidad cuando esta no se adapta a tu propaganda. Y caló
mucho. Hoy, las imágenes de Acebes llamando miserables en rueda de prensa a
quienes se negaban a aceptar que lo blanco fuese negro no serían historia. Se
llamarían un lunes cualquiera.
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