CUANDO LA VIDA (DE LOS OTROS)
TAMBIÉN IMPORTA
FUNDACIÓN ALTERNATIVAS
Inma Ballesteros, directora Observatorio Cultura y Comunicación de Fundación Alternativas; Raquel Martínez-Gómez, escritora, ganadora del Premio Europeo de Literatura; José Luis Rodríguez, experto en Transformación Cultural y Organizativa; Lourdes Ballesteros, docente, especialista en Antropología Social y Cultural
Lo hemos
presenciado en las últimas semanas. Imágenes tristes que nos interpelan y nos
dan la oportunidad de rectificar para reaccionar o permanecer inalterables. En
situaciones de riesgo y peligro no podemos permitirnos cargar contra las
personas más vulnerables. Ellas son las que más sufren los embates de una
globalización neoliberal que deja a muchos seres humanos en la cuneta y busca
réditos electorales. Sin embargo, deberían recibir una respuesta unánime de
instituciones y personas que consideran que la vida de los otros también
importa, y que estamos poniendo en juego nuestra dignidad cuando callamos o
permanecemos impasibles.
Hemos visto brotes
xenófobos que se repiten por toda España en lugares donde durante años se ha
menospreciado la vida de personas que acudían a trabajar como temporeros en
condiciones precarias.
Tampoco Albacete se
quedó fuera de este lamentable espectáculo. Esta tranquila ciudad se despertó,
recientemente, en medio de un fin de semana con la explosión de un problema
social que venía anunciándose desde hace años. Los temporeros del asentamiento
ilegal de la carretera de Las Peñas se rebelaron ante las medidas de
confinamiento impuestas por la detección de algunos positivos por coronavirus
en dicho enclave. De manera paradójica, las autoridades municipales decidieron
confinar a estas personas en un lugar insalubre que no contaba con las mínimas
medidas de higiene para garantizar el freno de los contagios y, sobre todo, de
sus derechos humanos.
Durante más de diez
años, la ciudadanía de Albacete realizó sus tareas cotidianas contemplando esa
antigua nave derruida, utilizada como refugio temporal de cada vez más personas
que realizan tareas agrícolas en los campos de la zona. Esta carretera es uno
de los ejes de comunicación con la base aérea de Los Llanos, el aeropuerto y
varias zonas de parcelas donde muchos albacetenses tienen su segunda residencia.
La vida de la ciudad transcurrió sin que nadie hiciera nada ante esta
situación. Era imposible vivir en Albacete y no darse cuenta de lo que estaba
ocurriendo en la antigua nave agrícola.
El día que llegó la
covid-19 se evidenció lo que no hemos querido entender durante más de una
década y nuestro desprecio a otros seres humanos. Negamos el auxilio ante una
situación denigrante. Ganó la comodidad en lugar de la indignación por el hecho
de que en nuestra ciudad otras personas carezcan de los servicios mínimos y
esenciales, como el agua corriente y un lugar digno donde cobijarse. Debería
preocuparnos nuestra capacidad de abstracción ante semejante injusticia.
Banalizamos el mal, que diría Hannah Arendt, y, aún hoy sin perspectiva
histórica, deberíamos saber que las generaciones futuras nos juzgarán por
nuestra impasible actitud frente a las injusticias que estamos cometiendo.
Los datos solo
sirven para corroborar la fuerza de nuestro olvido. Según las informaciones
compartidas por las ONG, al menos 400 personas que trabajan en el campo
estuvieron durante quince años a la vista de los políticos locales de todo
corte y condición, de las organizaciones sociales, de los sindicatos y de los
empresarios agrícolas para los que trabajaban. Más allá de la limosna, nadie
hizo nada. Cada mañana, cientos de trabajadores de la maestranza aérea pasaban
por delante del asentamiento y nadie dijo nada. Los clientes del centro
comercial cercano y el vecindario de la zona no dijeron nada. Quienes pasaban
por esa carretera o se acercaban los domingos al mercadillo de la pedanía de
Aguas Nuevas no dijeron nada, a pesar de que volvían con sus coches llenos de
frutas y verduras recogidas por estos mismos inmigrantes. Nadie dijo nada. ¿Es
posible que podamos normalizar situaciones de este tipo? ¿Somos incapaces de
conmovernos al ver a otros seres humanos en una situación tan denigrante como
esa? Si nuestros niños y niñas nos pedían las razones de esa situación, ¿hemos
sido capaces de dar una explicación a la altura de nuestras convicciones
morales?
Aunque nuestra Ley
de Extranjería no sea el mejor instrumento para gestionar la situación y clame
a gritos una reforma, no podemos permitir la impunidad de quienes aprovechan la
vulnerabilidad de otros seres humanos para enriquecerse. Somos conscientes de
que la clase política falló en su gestión de la situación que ha derivado en un
conflicto social de dimensiones desconocidas hasta ahora. Las organizaciones
sociales también han fallado en su labor de denuncia. Hemos de tener en cuenta
que el Estado español es signatario del Pacto Internacional por los Derechos
Económicos Sociales y Culturales de Naciones Unidas (PIDESC), lo que le
compromete también con las poblaciones de personas migrantes y refugiadas, que
en este caso han visto sus derechos claramente vulnerados. Esto debería haber
sido un punto de partida para que la ciudadanía indignada iniciara acciones
legales para frenar el abuso. ¿Pero qué ha impedido que esto ocurriera?
Sin embargo, que
las instituciones responsables de actuar no lo hagan, no significa que debamos
quedarnos de brazos cruzamos. Si esa gran parte de la ciudadanía que cree en el
respeto de los derechos fundamentales no toma la palabra, las posiciones
radicales se harán cada vez más fuertes. La Agenda 2030 de Naciones Unidas nos
interpela a no dejar a nadie atrás, por lo que reclamar el cumplimiento de los
derechos laborales para todas las trabajadoras y trabajadores es más necesario
que nunca.
Ante las actitudes
insolidarias que se extienden por toda España y la inoperancia de los gestores
públicos y los agentes económicos y sociales, es necesario que nos impliquemos.
Por eso hacemos un llamamiento a todas las organizaciones, asociaciones y
miembros de la ciudadanía albacetense a dar un paso adelante y constituirnos
como plataforma para trabajar por la ciudad y los derechos de su ciudadanía.
Queremos garantizar un futuro con un crecimiento socialmente responsable del
que todos y todas formemos parte. Nos movilizamos porque queremos ver planes de
desarrollo sostenible que incorporen una dimensión verde y digital incluyente,
la transición energética y la Agenda 2030. Estamos convencidos de que si no
actuamos ahora dejaremos escapar una oportunidad decisiva para la ciudad.
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