martes, 4 de agosto de 2020

LLAMÉMOSLO ATLETISMO

LLAMÉMOSLO ATLETISMO

Si la prensa no aporta contexto, si la prensa no explica la realidad, si la prensa se limita a decir que unos creen que la Tierra es plana y otros creen que es redonda, ¿para qué carajo sirve la prensa?

GERARDO TECÉ

Un tipo, de cabeza rapada y unos dos metros de longitud en casi todas sus direcciones, nos había “acompañado” hasta la puerta del hotel. A mi querido Willy Veleta y a mí nos acababan de expulsar de la sede electoral de Vox a pesar de estar correctamente acreditados para cubrir el acto. Era la noche de las autonómicas andaluzas, aquellas en las que la ultraderecha iba a entrar con fuerza en las instituciones, así que en el Hotel Occidental de Sevilla el ambiente era de fiesta. La fiesta, por esos parajes, se traducía en una especie de histrionismo nacional-agresivo-vergonzante, de saludos y abrazos con fórmulas que recordaban a aquellas eufóricas conversaciones telefónicas el 23-F entre Tejero y García Carrés –¡que es por España, coño!. Ya desterrados del acto y a las puertas del hotel, Willy y yo consultábamos el Libro Guinness de los Récords para comprobar si había precedentes de expulsión de periodistas acreditados, cuando una señora con aspecto de marquesa de hace un par de siglos se acercó al micrófono, para, en nombre de la libertad, celebrar que se nos hubiera echado del evento tras descubrirse el pastel: no éramos un medio afín a la ultraderecha. Libertad de prensa, nos explicaba la señora sin despeinarse la permanente, era permitir trabajar a los medios que te dé la gana y echar a los que no te gusten. En ese momento, un par de apoderados del PP que pasaban por la acera y vieron el jaleo se acercaron a preguntar. Al contarles lo sucedido, no daban crédito: ¿Que os han expulsado estando acreditados? Tras darnos ánimos, se despidieron del lugar mirando al interior del Hotel con un “madre mía, cómo viene esta gente”, que sería el mejor análisis político que escuché en toda la noche electoral. Aquellos apoderados del PP, coincidimos Willy y yo, eran los primeros seres humanos homologables como tales que habíamos visto en un buen rato.

 

Si hace un par de años aquella señora llamaba libertad de prensa a expulsar a medios incómodos y los apoderados del PP se escandalizaban, tras este tiempo de ultraderecha en las instituciones, la prostitución del lenguaje y la distorsión de la realidad que acompañan la acción de la extrema derecha se han normalizado en España. Lo han hecho con la complicidad necesaria de los pactos del Partido Popular con la ultraderecha, pero, sobre todo, con la complicidad de gran parte de la prensa. En nombre de la imparcialidad periodística –jaja– se han homologado como opiniones políticas lo que eran discursos de odio. Los niños extranjeros eran delincuentes, las mujeres maltratadas conformaban un chiringuito feminazi –tiene gracia lo de nazi como insulto viniendo de según quién– o los colectivos homosexuales que pedían educación en tolerancia, un lobby adoctrinador. Todo esto ha sido aceptado como parte del juego político por gran parte de los medios de este país y ninguno se ha atrevido a hacer su trabajo, a poner nombre al vínculo común que unía el odio contra extranjeros, homosexuales o mujeres libres: fascismo.

 

Sin la palabra fascismo en sus libros de estilo, los grandes medios hacen piruetas ahora para explicar la nueva persecución de la ultraderecha: la de rivales políticos. El ataque contra la ministra de Trabajo Yolanda Díaz, en presencia de su hija, fue una protesta de “taurinos”. Sin más. El incidente sufrido por Juan Carlos Monedero, increpado en un bar al grito de “maricón de mierda”, es un “escrache”, cuando no “jarabe democrático”. Quienes hoy gritan “jarabe democrático” mientras intimidan a políticos o ciudadanos de izquierdas en la calle son los mismos que en su momento protestaron cuando el jarabe democrático exhumó al dictador del Valle. En su momento, la gran prensa tampoco los llamó fascistas, sino “nostálgicos”.

 

Mientras el fascismo sigue campando a su gusto, el periodismo Gillette, como lo define el gran Martín Caparrós –ese periodismo siempre tan bien afeitadito–, se limita a tratar de ganar puntos en el casillero de la imparcialidad mediante el método de hacer mal su trabajo: comparar sucesos incomparables, obviar el contexto y permitir que se distorsione la realidad. Las protestas frente a políticos por parte de quienes perdían sus viviendas por leyes injustas son comparadas con los insultos homófobos en un bar contra quien no tiene cargo público, contra una persona a la que no se le exige nada, salvo “que se vaya de España”. Como comparar una agresión machista con un combate de boxeo, ambos al mismo nivel porque en ambos se producen agresiones. Como comparar el desembarco de Normandía con la invasión nazi de Polonia, porque, bueno, en honor a la independencia del periodismo, ambos fueron invasiones. El día de mañana, el dueño de una empresa que vierte residuos en los mares se descolgará sobre la casa un activista de Greenpeace para insultarlo y la gran prensa, siempre independiente, siempre imparcial, siempre tan bien afeitadita, lo llamará jarabe democrático. Cuando normalicemos las persecuciones fascistas por las calles, propongo llamarlo atletismo.

 

Si la prensa no aporta contexto, si la prensa no explica la realidad, si la prensa se limita a decir que unos creen que la Tierra es plana y otros creen que es redonda, ¿para qué carajo sirve la prensa?




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