A contracorriente
PEDOS DE LAS VACAS Y POBLACIÓN
Enrique
Arias Vega
Resulta que ahora uno de los
culpables del cambio climático es el ganado. Según los expertos (?), el 18% de
los gases del efecto invernadero se debe a los pedos y las heces de las vacas.
Tal cual. O sea, que tiene que haber menos reses y nosotros, en consecuencia,
comer menos carne.
Bueno: es la última teoría sobre el
calentamiento global, tan apocalíptica y surrealista como la mayoría y con su
cuestionable rigor científico a cuestas.
En nuestro afán de no coger el
toro por los cuernos (nunca mejor
dicho), los problemas del futuro de la humanidad los achacamos a todo tipo de
causas, desde ecológicas hasta sociales, desde productivas hasta ideológicas y
nos permitimos, incluso, ponderar la feliz Arcadia en la que viven los ignotos
nativos de la amenazada selva amazónica, aunque ellos, si tuvieran una patera a
mano, como sus colegas subsaharianos, saldrían cagando leches hacia la
civilización y sus generosos subsidios.
En cambio, ignoramos lo evidente: que
la humanidad se reproduce de forma exponencial y que el estrés al que estamos
sometiendo al planeta con nuestra multiplicación indiscriminada lo está
agotando. He aquí unos fríos datos: cuando yo estudiaba Bachillerato (hace
bastante más de medio siglo), la población mundial era de 3.600 millones;
ahora, de 7.500.
Vamos, pues, a toda leche. Más aún si
consideramos que hace dos siglos rondábamos los 2.000 millones y que a finales
de este siglo seremos unos 11.200.
Para más inri, la avalancha humana
que se genera no viene con el pan bajo el brazo, como en el antiguo refrán:
crecen más las regiones más pobres (cuatro a uno); aumentan los viejos sobre
los jóvenes, como consecuencia de la mayor longevidad, con una medicina más
eficaz (y cara) y el coste de supervivencia de la especie se multiplica.
En este contexto, que ya previó
Thomas Malthus hace dos siglos y fue considerado un extremista, el echar la
culpa del agotamiento de la tierra a los pedos de las vacas me parece una
frivolidad. Nos vamos al carajo, sí, pero lo hacemos con una alegría y una
irresponsabilidad que sólo las guerras (¡ay!) podrían poner en su sitio.
Pero solucionar un problema con otro
mayor es cosa de imbéciles, aunque lamentablemente todos los indicios apunten
en ese sentido.
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