CUANDO NO SE HABÍA INVENTADO
EL RACISMO
ANÍBAL MALVAR
Recuerdo que hace
años los llamaban los pateros. Cada día se ven más pateros, decían en mi
Compostela infantil las señoras al salir de misa. Era una expresión un tanto
asquerosilla, mezcla de racismo, repugnancia, curiosidad zoológica, miedo y
condescendencia a partes muy, muy desiguales. Los hombres, siempre más
gonadinos, bramaban ya sus complejos machos ante aquellas excepciones oscuras
que veían deambular por las calles. Si se colaba en la conversación algún ser
solidario y con cierto sentido de la dignidad humana, lo despachaban con una
risotada y esta frase cargada de oscuras epistemologías:
–Pero qué dices. ¿A
ti te gustaría que tu hija se casara con un negro?
Y el solidario de
turno se callaba porque no, a él tampoco le gustaría que su hija se casara con
un negro o con uno de aquellos moros casi anecdóticos y fantasmales. Aun no se
había inventado el racismo en España. El único racismo que conocían aquellos
señores y señoras color sepia era extranjero o lejano en el tiempo. El de los
malvados de las series Raíces y Holocausto, que nos hicieron llorar a todos por
aquellos negros y aquellos judíos catódicos e inodoros.
Casi nadie cavilaba
acerca de cuántos moros y cuantos negros, cuántos pateros, se habían ahogado en
el Mediterráneo antes de que arribaran a nuestras playas aquellas casi
infrahumanas excepciones. Tampoco se preocupaba uno demasiado cuando observaba
palizas policiales a migrantes en las calles: «Ése, algo habrá hecho».
Cuando los
provincianos viajaban a Madrid, se asombraban de la cantidad de pateros que
había, y se los señalaban a los niños con más curiosidad turística que cuando
los paseaban frente al museo del Prado.
Hoy no hemos
cambiado mucho. Solo ha cambiado el lenguaje. Leo en El Mundo de este sábado,
en su página editorial (sin firma, o sea), un breve texto que viene a ser la
versión moderna de la admonición sobre la niña y el negro desposados. En él se
advierte a Proactiva Open Arms de que «trabajar al borde de la ley y buscar la
confrontación ideológica con gobiernos de la UE no es la mejor manera de hallar
una salida para la que nesariamente se debe contar con los países afectados,
independientemente de su adscripción política», en evidente alusión a la Italia
de Matteo Salvini. «Las ONG deben trabajar con los Estados […] para que el
coste social y económico que supone la acogida de tantas personas se reparta
entre varios países», concluye el breve texto.
Lo del coste
económico –insignificante al compararlo, por ejemplo, con el de la amnistía
fiscal a los defraudadores o el rescate a los banqueros–, aun se puede
comprender en términos de mercaderes. Lo de diferenciar el coste social no
termino de entenderlo, porque no deja de ser también un sintagma arraigado en
la teoría económica: dícese en oposición al «coste privado».
Cada día se me hace
más aplicable a todo esto aquella vieja frase de Casablanca: «El mundo se
desmorona y nosotros nos enamoramos». Cámbiese la última palabra y podrá
aplicarse a cualquier grave problema de las sociedades contemporáneas: al
cambio climático, a la migración, a tantos.
–El mundo se
desmorona y nosotros nos hijoputizamos.
Unas páginas más
adelante, en la sección de internacional, este veleidoso lector vuelve a
reconciliarse con el diario de la bola al leer un reportaje de Alberto Rojas
(reportero cuando ya ha muerto el reporterismo), que desgrana «Los datos que
desmienten la colaboración de mafias y ONG». Lo elabora «con datos de ACNUR, la
agencia mundial para los refugiados, Frontex, la agencia europea de vigilancia
de fronteras y la Organización Internacional para las migraciones de Naciones
Unidas (OIM)». Nada de perroflautas oenegeros, o sea.
Demuestran estos
estudios que la presencia de barcos humanitarios disuade a las mafias. Con
datos actualizados, en lo que llevamos de año 7.531 migrantes salieron de las
playas libias cuando «no había ningún taxi en el mar, según la terminología de
Salvini«. Solo 1.961, cuando las ONG bogaban por sus costas. Sin comentarios,
señores de Vox, señora Carmen Calvo: «Open Arms no tiene permiso para rescatar.
Puede ser sancionado». Ya digo que los tiempos no han cambiado tanto. Está
claro que a la vicepresidenta socialista no le gustaría que su hija se casara
con un negro, por decirlo en antiguo. Ya sabéis, el coste social y tal, por
decirlo en moderno.
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