DERECHA EN ESPAÑA, BARRA LIBRE
DANIEL BERNABÉ
Las bodas son esos
acontecimientos asombrosos donde el neoclásico en yeso aún tiene cabida, las
señoras de barrio se sienten por un día en Ascot y todo el mundo acaba
despendolándose hasta extremos que a veces rayan el bochorno. ¿El causante de
tantos despropósitos? La barra libre, ese invento que proporciona por unas
horas la fantasía de alcohol gratis en un entorno donde el pasodoble y Paulina
Rubio se mezclan en un todo delirante.
Bien, la derecha
española ha entrado justo en esa etapa, la de la barra libre, y andan con la
corbata en la cabeza, dando voces y traspiés, en actitud pendenciera. Sólo en
la última semana varios personajes públicos han dicho aquello de “aguántame el
cubata” y se han lanzado a la tormenta de fango sin mayores reparos. Marcos de
Quinto y los inmigrantes bien comidos, Álvarez de Toledo y los bulos sobre la
seguridad en Barcelona, Bertín Osborne y el feminismo.
Sin embargo esto no
es simplemente una anécdota, una concatenación casual o el resultado del
carácter especialmente reaccionario de los personajes. Es una táctica pensada y
extendida en el tiempo que comienza en los medios afines, encuentra eco en los
políticos y anima a personajes públicos a soltar bravatas que hace unos pocos
años permanecían enmoheciéndose en el armario. Basta tomar como referencia a
Casado y Rivera para ver que la coincidencia con Abascal no es sólo aritmética
de escaños.
Este viaje a las
catacumbas ha sido un proceso histórico que empezó, al menos, tras la última
legislatura de Aznar, un experimento social donde ya no se trataba sólo de
ganar elecciones, sino de situar como consensos, como ideas razonable, buena
parte del ideario nacional-católico sustituyendo los elementos más chirriantes
y desfasados por la amoralidad neoliberal. Los negocios entendidos como
especulación, animados por el lubricante de la corrupción no bastan para crear
una identidad masiva y exitosa.
Sin duda, el
trumpismo y el destropopulismo europeo han dado alas a esta escapada hacia
delante. De todas las características de esta nueva derecha, una de las más
llamativas es la de encarar el conflicto, es más, incluso de buscarlo
denodadamente al precio que sea. Así incluso la utilización de las redes
sociales para extender mentiras, manipulaciones y prejuicios contra las
minorías mediante cuentas en B -no las bancarias-, es una frontera que se ha
cruzado sin ningún tipo de reparo.
Hasta nuestro
momento, la derecha se cuidaba de no poner las cartas sobre la mesa. Ahora el
nacionalismo excluyente, el machismo, la xenofobia y el negacionismo ecológico
son moneda de uso común en los discursos, además de un tono populista
anti-élites que Vox ha usado con cuentagotas, ya que jugar a la rebeldía con
apellidos nobles y notables posesiones no suele dar buenos resultados. Pero
sobre todo -curiosamente es un elemento muy poco citado- una reivindicación
clasista, privatizadora y mercantilista descarada.
Así nos encontramos
con una cierta paradoja histórica: en el momento en que la izquierda lleva ya
décadas inmersa en una desnaturalización de su cultura, un transversalismo
castrador y la evitación del conflicto, la derecha ha cambiado las reglas del
juego aceptando lo que son a cara cada vez más descubierta. Y de momento los
resultados en todo el mundo parece que confirman lo acertado de la táctica, no
sólo por lo electoral, sino por la creación de un nuevo sentido común donde
medidas de corte filofascista empiezan a ser aceptadas con naturalidad.
En España, de
momento, la conclusión del progresismo social a este nuevo modus operandi de la
derecha está siendo la táctica del avestruz. Una especie de boicot digital que
pretende no dar publicidad a las declaraciones altisonantes y premeditadas. Lo
que parece no querer comprenderse es que la intención no es soliviantar a los
adversarios sino dar unas guías de comportamiento, un vasallaje, un sentimiento
de grupo a los afines.
Además, la propia
naturaleza de las redes y el triunfo de las políticas identitarias ha
configurado una serie de respuestas inmediatas totalmente contrarias a este
boicot. En el momento en que más importancia han cobrado los modos y formas, el
lenguaje, en definitiva, un culturalismo de raigambre individualista, se hace muy
difícil que la gente no entre al trapo con la única herramienta de la que cree
disponer: la ofensa. Y así tenemos el circo montado. Uno de tres pistas.
Frente a este
escenario caben tres respuestas. La primera es la del ruego. Una suerte de
apelación a la responsabilidad en temas, sobre todo, que se consideran de
Estado. Lo que no se suele comprender es que en este país carecemos de un
cuerpo liberal verdadero, una cierta derecha ilustrada con respeto sincero por
la democracia. Pero sobre todo que al final, la cuestión de Estado, es una
manera elegante de definir unos intereses que en una gran parte son
precisamente conservadores.
La segunda es la de
profundizar la situación actual. A más ataques a determinados colectivos, más
sobreexposición de esos colectivos. A más injusticia, más apelaciones a la
solidaridad. A más maneras atrabiliarias, más talante. Y esto, que en un tiempo
normal podría funcionar, en un entorno precarizado, puede no hacerlo. Cuando la
precariedad entra por la puerta, los buenos sentimientos saltan por la ventana.
España no es
Kansas, pero puede llegar a serlo. Hace unas décadas países con una mayor
tradición democrática y una izquierda perfectamente asentada, como Italia o
Francia, sólo contemplaban a los Salvinis o las Le Pen como un mal sueño del
pasado. Además hay otro problema que ya se empieza a manifestar con el
feminismo y es su desnaturalización. En el momento en que algo funciona en el
campo progresista se le exige que vaya más allá de sus fronteras,
secundarizando los propios problemas de las mujeres y convirtiéndose en una
especie de “arregla todo”.
El tercer camino es
la guerra asimétrica, un camino que no requiere ni del engaño, ni de la
teatralización, la de traer a primer término los resultados del sistema
económico, un campo del que la derecha huye y teme simplemente porque demuestra
a las claras los objetivos últimos de sus políticas.Esta última semana
conocíamos, por ejemplo, que los usuarios de apuestas en línea se han
triplicado en estos últimos cinco años, alcanzando ya los más de 800000.
También que se aumenta el número de horas extra, no resultando pagadas casi
tres millones, a pesar de la nueva, e incumplido, reglamento sobre el registro
de jornada laboral.
Bernie Sanders, el
candidato a las primarias del partido demócrata expresaba el 21 de agosto en
Twitter que “si va a haber una guerra de clases en este país, ya es hora de que
la clase trabajadora gane esa guerra”. Una nueva crisis económica parece estar
llamando a la puerta. Una para la que la respuesta ya no será el ciudadanismo
tranquilo del 15M, pero tampoco, si no se hace nada, la respuesta organizada de
la clase trabajadora. La gente es oportunidad, pero también abismo.
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