GENTE QUE ODIA TAMBIÉN
EN VENEZUELA
JUAN CARLOS MONEDERO
Nunca
escarmentamos en cabeza ajena. Quizá por eso los ricos cada vez son más ricos y
los pobres cada vez más pobres. Ya en el siglo XVI se preguntó un joven francés
por qué los pobres escogen a sus verdugos. Le echó la culpa a la rutina. En
Venezuela rompe la rutina un helicóptero robado y pilotado por un golpista que
dispara contra el Tribunal Supremo de Justicia, unos opositores que prenden
fuego vivo a un chavista, gente que odia tanto a Maduro que disparan desde las
ventanas de las urbanizaciones caras y matan a los suyos, gente que incendia
hospitales, escuelas, centros culturales y le prende fuego a toneladas de
comida y luego se manifiesta diciendo que faltan alimentos. A ellos nunca.
Cuando
Ulises y su tripulación llegaron a la isla de la hechicera Calipso, el problema
no fue la hermosura del paisaje o la suculencia de los manjares, sino que la
búsqueda de la patria había sido derrotada por la desmemoria. La maldición del
olvido detiene el viaje. Sin memoria no hay proyecto y sin historia la nave se
queda parada en un lugar sin gloria. En Venezuela llevan más de diez años
repitiendo un manual de guerra escrito en las cancillerías imperiales. Y porque
no entienden que les falle, redoblan el odio.
Ocurrió
en España en julio de 1936, cuando las potencias occidentales decidieron
abandonar a la II República argumentando que se había escorado a la izquierda.
Ocurrió en septiembre de 1973, cuando las democracias occidentales decidieron
abandonar al Chile de Allende y el Frente Popular porque la guerra fría dictaba
sus claves. Lleva pasando en Venezuela desde diciembre de 1998 cuando Hugo Chávez
rompió la maldición que condenaba a la soledad a Venezuela y a América Latina y
el “mundo libre” entendió que la libertad no se comparte con las mayorías.
El
modelo neoliberal no aguanta. Por eso cada vez está más violento. Y por eso las
victorias cada vez son más luminosas.
Ahí
está Lenin Moreno en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Ahí está también Jeremy
Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Podemos en España,
como señales que avanzan frente a la decadencia de Theresa May, la insania de
Donald Trump o la corrupción de Mariano Rajoy. Ahí están igualmente los pueblos
alzados de América Latina enfrentados al corrupto Temer en Brasil, al
envilecido Macri en Argentina, al peluche Peña Nieto en México o al mentiroso
de Santos en Colombia. Y también están en las calles de Santiago defendiendo el
Frente Amplio o en las calles de Caracas sosteniendo el gobierno de Nicolás
Maduro porque saben que los corsarios de la oposición vienen con cuchillo en la
boca y pasaporte norteamericano.
Claro
que hay problemas en Venezuela. También en México, donde asesinan a periodistas
pero eso al PP no le importa. En Caracas hay un choque de legitimidades: el
Legislativo no reconoce al Ejecutivo, y el Ejecutivo busca salidas
constitucionales que todavía tiene que explicar mejor. También en España hay un
choque de legitimidades. El gobierno catalán no reconoce la Constitución
española ni las órdenes emanadas del gobierno. El gobierno de Rajoy apela a la
ley en España. Calla sin embargo cuando la oposición comete actos de terrorismo
en Venezuela. La oposición venezolana está buscando un golpe de Estado como en
España en el 36, en Chile en el 75, en Venezuela en 2002. ¿Por qué calla la
OEA? ¿Por qué calla Estados Unidos? ¿Por qué calla España? Solo hay una
explicación: tienen una comunidad de intereses con los terroristas venezolanos.
Ni siquiera con la oposición, porque no toda la oposición es golpista. Y por
eso tienen que desmarcarse de la violencia. Es impensable que en España alguien
contrario al gobierno pudiera impunemente, en nombre de la libertad, robar un
helicóptero y lanzar granadas y disparar contra instituciones del Estado. Sería
señalado como un intento de golpe de Estado y como un acto de terrorismo. La
Unión Europea se pronunciaría. Las policías se pondrían en alerta para detener
a los terroristas. Pero Almagro calla, Rajoy calla, Trump calla. Igual se han
callado cuando criminales mandan a muchachos a asaltar cuarteles militares en
Venezuela. ¿Qué comparten los que callan con los golpistas?
Primero
se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío no dije nada… Así explicó
el clérigo Martin Niemöller el nazismo. Cuando se dieron cuenta era demasiado
tarde. Cualquier demócrata que calle ante lo que está sucediendo en Venezuela
está comportándose como aquellos temerosos alemanes.
Sólo
hay una solución en Venezuela: paz, diálogo y respeto a la ley. Y la semana
instancias internacionales debieran ser garajes del diálogo. Para que los
opositores que están anegando una salida democrática -que no son todos los que
se sienten contrarios al gobierno de Maduro-, tengan que saber que en ningún
lugar del mundo pueden tener favor ni apoyo. Cada vez que un gobierno recibe a
golpistas, cada vez que un gobierno silencia actos terroristas, cada vez que
una democracia mira para otro lado ante actos contrarios a la democracia, cada
vez que toleramos en Venezuela la quema de instituciones, la violencia
callejera, los asesinatos, el asaltos a instalaciones militares, los actos de
sabotaje, el desconocimiento de las leyes, nos estamos haciendo un enorme daño
a nosotros mismos. Porque esa gente que odia terminará llevando su odio a todos
lados.
Es
legítima y necesaria la oposición a cualquier gobierno. Pero cuesta demasiado
levantar una democracia para no darnos cuenta de que hay en marcha un intento
claro de tumbarla en Venezuela. Y si cae Venezuela, los autoritarios de siempre
en América Latina creerán que les ha llegado la hora de la venganza. Porque
siempre han creído que el poder les pertenece.
Ha
pasado en muchos otros lugares en otros muchos momentos de la historia. Hay
gente en Venezuela que quiere salir del gobierno de Nicolás Maduro con un golpe
de estado, con una guerra civil como en Libia o en Siria, con un golpe
parlamentario como en Brasil. Es momento de que cada demócrata del mundo deje
claro que eso no puede ocurrir con su silencio. Quien no abogue por el diálogo
en Venezuela está jaleando a terroristas. A gente que odia. Y en España hemos
sufrido suficiente como para no estar alertas contra ese odio que no atiende a
razones.
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