domingo, 27 de septiembre de 2015

TEXTO LEIDO POR ANTONIO ARROYO EN LA PRESENTACION DE "FOGATAS" POEMARIO DE ROBERTO CABRERA

LA ORILLA DE QUÉ LADO

Antonio Arroyo Silva.
Hace mucho tiempo en Las Ramblas de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife se produjo un desangre libelular. Pocos supimos entonces del sujeto de tal debacle. Sólo su autor, Roberto Cabrera García; pero, además, Alejandro Cioranescu por entonces director de publicaciones del Cabildo de Tenerife, y también Pedro García Cabrera, nuestro gran poeta, y Domingo Pérez Minik, nuestro genial crítico literario. Este último decía en carta al autor, por entonces novel, que poemarios así habrían de ser destacados por encima del extremo aburrimiento que producía la poesía insular de entonces. Aburrimiento por calco y recalco de las fórmulas dadas por la generación que mermó la Guerra Civil, de la cual formaron parte el propio Pérez Minik y el aludido poeta Pedro García Cabrera, ambos muy conscientes de que la poesía tenía de ir más allá. Incluso de lo que ellos mismos habían "inaugurado".
Así que ese desangre comenzó a la par de poetas como Félix Francisco Casanova y Dulce Díaz Marrero. La poesía canaria necesitaba en esos momentos (y siempre) curarse en salud, y esta cura se maquinó desde la marginalidad que produjeron los últimos coletazos del régimen franquista. Poetas como Dylan Thomas, Gelman, etc eran el centro de atención. Indagación de los elementos del paisaje urbano y periférico, nada coincidentes con los planteamientos que Andrés Sánchez Robayna hacían a partir de la Teleología de Lezama Lima y El hombre en función del paisaje, de Pedro García Cabrera, pero olvidando la sensualidad caribeña y canaria. Un paisaje que se hace habitación del texto desde el silencio; pero sin latido. Sin carne, por mucho cuerpo del mundo que se proclamara.
Roberto Cabrera no desdeña ni a Lezama ni a su admirado poeta García Cabrera, sino, al contrario, hace una profunda revisión de las propuestas de ambos y la refunde con esas ideas que el Romanticismo español había desdeñado: la rebeldía del lenguaje. Y junto a todo esto, la música; el jazz, sobre todo, que eleva los decibelios de la irredención, de la patria no vencida del verso. Dice Jorge Rodríguez Padrón en su obra La patria perdida que, en España (y Canarias), lo que se enuncia como romántico no es tal, sino una consecuencia del llamado Siglo de las Luces, que como siempre en España entra tarde y mal. Incluso el intento de ordenación de las ideas de los ilustrados franceses nocivo fue para la poesía. En dicho libro se nos demuestra que los poetas ingleses y alemanes siguieron una senda muy distinta al adentrarse en la aventura del lenguaje (Wordworth, Novalis...). Y esto precisamente es lo que nos plantea Roberto Cabrera en su primer poemario: un neorromanticismo que se rebela siguiendo los pasos de aquel Romanticismo y cuenta nueva de Emeterio Gutiérrez Albelo y que, sin desdeñar al sujeto lírico, tampoco lo hace centro de atención del poema. Este se desangra ahí, como las libélulas, en medio de un paisaje urbano donde intervienen todos los sentidos, todos los enfoques. Estilo cubista, podríamos decir. No es extraño que a finales de los 70 Roberto Cabrera y Olga Luis Rivero hubieran difundido ese Manifiesto Sensualista que ha marcado las poéticas de ambos. Eso y el jazz, un jazz que, como la poesía, no se queda en simple estereotipo sino que indaga y pasa por el freejazz y el etnojazz buscando el hueco justo de un paisaje que cambia y se cimbrea.
Y ahora el desangre continúa con nuevas energías. Dice el poeta español Ángel Guinda, a propósito de la reciente publicación de Roberto Cabrera en la colectánea Galaxias de su micropoemario Al final de la Costa y otros poemas, que su poesía se caracteriza por un paisajismo    sensual de sonoro cromatismo. En vista de lo expuesto anteriormente, no anda descaminado nuestro poeta peninsular y menos aún si nos adentramos   en este nuevo poemario del mismo título que contiene algunos poemas de la  anterior entrega. El paisaje en la poesía de Roberto Cabrera es esencial; pero no ese sentimiento del paisaje (ni del mar) que menciona Balbuena Prat al enumerar las características que constituyen la lírica canaria. No es un sentimiento del paisaje como tal, es un paisaje que crece y se desarrolla en el cuerpo de quien lo habita. Un paisaje visto desde el mar. Así, en el poema inicial,  "Al final de la costa" se ve el mar:
                 Jugueteando se adorna
el coloso irisado
hacia arriba
tirando
desde
abajo

Hacia arriba desde abajo, el final de la costa es el mar, la costa es el final de la ola. El mar que se deshace en cálculos de océano, cálculos biliares. Excelente imagen que supera, según mi punto de vista, todas las prosopopeyas que en más de dos mil años se le han atribuido al mar. Un mar visto aquí desde lo externo y desde el límite que simboliza esa línea costera: ni mar ni tierra. Posición fronteriza del poeta que no sólo apunta al desarrollo de su cosmovisión, sino al mismo lenguaje. Como isleño que es. Ese movimiento de las olas es la imagen que escribe el movimiento de su pulsión poética. Por aquí camina el pensamiento de Lezama Lima, el de Derek Walcott, Aristóteles y Nietzsche. O mejor, la consecuencia de estos pensamientos por lo que supone la visión insular concreta de Roberto Cabrera. Visión urbana de ciudad costera, como diría Emeterio Gutiérrez Albelo de los poetas de la isla de Tenerife. Pero aún más.
Continúa el poemario con un, digamos, extenso poema de 46 fragmentos o ejes llamado "Fogatas" que da título al libro. A través de esta singladura el sujeto lírico --a veces épico-- va encendiendo fogatas al mar desde los límites de esa costa con maderas. Como la Mararía de Rafael Arozarena, quizás."De chicos encendíamos fogatas a la orilla del mar" (manifiesta Roberto). Después venían las fogaleras, los niños se quedaban apestando a humo y, la consecuencia, decían los mayores...Mitologías bullían entonces de boca en boca, cuando el mythos infantil no acababa de asentarse en el logos de la razón del Sistema. Coloquialismo del vivir que se hace poético.  Veamos un ejemplo:


Maderas que la mar
trae
a tu hoguera de
sombras
ardientes de sequedad
salobres como
mestizos recuerdos

Mestizaje temporal, amalgama de recuerdos infantiles y juveniles: la venta del padre, los primeros amores, las correrías por el Duggi. Y todo eso llega a la poesía. El sujeto lírico hace una firme declaración de principios, una especie de arte poética:


Yo soy el correveidile
de los versos
en la trinchera azul
de los tópicos
y voy por mi rambla vertical
tocando cadáveres
con cabeza rapada


Se trata de fundar los recuerdos, el mestizaje de los mismos en una amalgama de añicos que puncen desde tiempo ha. Y a este ahora del poema le corresponde estallar en esos 46 fragmentos que, como pequeños cantos poundianos, inauguran una vida escrita desde un coloquialismo de lo cotidiano. Una vida que se define insular e insularia y donde se mezclan los elementos canarios y caribeños, no precisamente de forma caprichosa sino como un resultado de esa memoria, de ese trasvase que ha unido a los pueblos de ambas orillas no solo desde un punto de vista histórico, sino también lingüístico, sensorial y, ¡como no!, personal de nuestro poeta, que ya manifestó esta conciencia en su poemario Pie de rumbas, aparte también en su indagación musicológica.  Precisamente, en el fragmento IV, Roberto hace hincapié de la doble naturaleza de su quehacer poético, es decir, como si música y poesía fueran las dos caras de la misma moneda: Tárrega, venta paterna del Duggi, observación de las clases de guitarra, aprendizaje avizor, conciencia de que en lo prohibido está el paraíso perdido, the lost paradise, Blake y la baquelita de la radio, sensualidad, desnudez, grito... Todo esto son las fogatas de la infancia y la juventud que ahora se encienden en nuestras ventanas lectoras. Y las fogaleras que nos correspondan después del sueño de la lectura:

Por ella
la lira dobló
la ropa
en jirones
contiguos
habló con ojos
semejantes
Darse cuerda
en el tiempo
fluye
Y Palas abre
el hoyo del 
lenguaje

Al final  de la noche, un poco antes de amanecer en los harenes/ tus prominentes párpados me asoman las manos/ entre tanta hierba a desbrozar/y las fogatas que alzan su mensaje, dice en el fragmento XLIII. Antes del amanecer, un sol que va despidiendo almas que marcharon entre surcos marinos imposibles de arar. Atrás de las fogatas, quedan los rescoldos y de esos rescoldos surgirá el fuego sublime del amor. Pero no un amor platónico sino carnal, lleno de pasión y erotismo:


Son ojos como estanques
de instante y pasiones
bajo un sombrero
de fibras innombrables
donde florecen esos labios

Esa amante solazada en caricias de infinito, que, a pesar de su terredad, va más allá del espacio y el tiempo y al final se echa a correr toda llena de besos y abrazos. Es aquí donde nuestro poeta encuentra el vado para pasar del final de la costa al final de la marea. El final de qué lado es el principio de todo.
El poemario se cierra con "Poemas de otoño". Llega el otoño al árbol de hoja perenne de la poesía y de la vida donde el poeta se solaza a "contemplar su estado" y así traer ese jeito del recuerdo a un estado casi de plenitud que quizás conlleve a no volver a ese allí o bien podría desembocar en un ahora de lejos cruzado que mezcla los planos temporales bajo el riesgo de caer en un territorio de la nada o el caos.
Fogatas es un libro que encenderá los fósforos de nuestra conciencia. Se caracteriza por el uso magistral de la imagen que, por cercanas al poeta se aproximan a los lectores como flashes. Su léxico fluctúa entre lo coloquial y lo culto, sin caer en lo folclórico ni en lo académico: todo surge con naturalidad, con ternura pero sin prejuicios del decir ni contenciones-distensiones moralizantes. Un lenguaje fronterizo, como decía al principio, pues el poeta fluctúa entre un sistema de signos impuesto y todo ese desbordamiento expresivo próximo al estallido galáctico que siempre lo ha caracterizado. Y todo esto está potenciado por ese ritmo envolvente que recorre todo el libro.
Me emocionan los libros de poesía sin mirada unívoca, los libros lejanos a las soledades de Polifemo que miran el mundo con su ojo único y que, por eso se estampan contra los escollos. Lleguemos, pues, al final de la costa de nuestras miradas y encendamos fogatas para que los náufragos no regresen.
Antonio Arroyo Silva. Sardina, abril de 2014

3 comentarios:

  1. Acabo de leer el texto de la reseña. Resulta interesante y logra el objetivo que debe tener toda reseña: provocar curiosidad en el lector por el libro reseñado y por su autor. A este respecto, los ejemplos de poemas escogidos apoyan dicha curiosidad. Lo que no veo es la música de la que se habla en el texto, el jazz, por ejemplo, y teniendo en cuenta la dificultad de hablar de la música de un texto que se ha leído, a través de una nuevo texto. También la imagen del "desangre" de la libélula choca con respecto a la idea que desarrolla la reseña, es un poco desconcertante. En cualquier caso, me apunto el nombre del autor del libro. ¡Un saludo!

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  2. Estimado Javier: La imagen de la libélula no es tal. O , mejor dicho, se alude a ese libro que leyeron Pérez Minik y Pedro García Cabrera y que se titula "Desangre libelular anónimo" cuya segunda edición corresponde a la Editorial Idea-Aguere hace tres años más o menos. En cuanto a la músca, es mi opinión cotejada con toda la trayectoria del autor. Y no solo, también de una época que usted no vivió y que parece, por cierto, quiere reivindicar. Un saludo.

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  3. Hay otros textos de interés acerca de su comentario en lo referido a la música. Muy atentamente. aulapress@gmail.com
    http://letralia.com/articulos-y-reportajes/2015/10/01/la-musica-del-hombre

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