LA CRUZ Y LA
ESPADA
POR SILVIA DELGADO
Por Silvia Delgado Vaya con
el todopoderoso, su representante en la tierra anda de parranda. Que si Cuba,
que si Obama, que si pide paz, que si pide justicia… Una caricia a un niño, un
besito a una madre de luto, unas palabritas que sirvan de analgésico a los
crucificados… Y todos tan contentos, el […]
Vaya
con el todopoderoso, su representante en la tierra anda de parranda.
Que si
Cuba, que si Obama, que si pide paz, que si pide justicia…
Una
caricia a un niño, un besito a una madre de luto, unas palabritas que sirvan de
analgésico a los crucificados…
Y
todos tan contentos, el Bergoglio dice lo que todo dios quieren escuchar.
Sus
feligreses lo adoran y deciden ignorar a
qué personajes han ensalzado y protegido a lo largo de su larguísima historia.
En lo
concreto, en el Estado español con el asesino Franco, en lo concreto, en
Argentina, con Videla, en Chile con Pinochet, en Paraguay con Stroessner, en lo
concreto cubriendo de silencio las violaciones de niños, enriqueciéndose
obscenamente con sus tejemanejes inmobiliarios, coaccionando gobiernos pa
seguir engordando las arcas, despreciando a las víctimas que ellos mismos
señalaron, actuando con mano de hierro con aquellos que dentro de su seno
cuestionan su cinismo.
Y lo
cierto es que las iglesias aquí están vacías, pero su presencia es permanente,
sus latigazos se reciben ahora con las ansias de libertad de Cataluña, ahora
con el aborto, ahora con la homosexualidad, que si las escuelas, que si las
mujeres maltratadas, que si la promiscuidad, que si el Sida… y todos los gobiernos se arrodillan ante sus
caprichos.
Ceden
a sus presiones.
Permiten
que su moral se haga ley.
A mí
el tipo este, el Bergoglio, me resulta igual de rancio y de fascista que los
otros. Yo sé que hay zurdos que lo miran con buenos ojos, que incluso desearían
ser recibidos en audiencia por él pero qué quieren que les diga, rondo la
cincuentena, soy mayor pa creer en los cuentos.
Jon
Sobrino dijo: “hay que bajar al pueblo de la cruz”, fue denostado por esto y por ponerse del lado
de los oprimidos, de los masacrados.
Lo que
llevan haciendo los mandamases de la Iglesia es precisamente lo contrario,
apuntalar al pueblo en la cruz, clavarlo
más si se suelta, ponerle coronas de espinas, hincarle dagas en su costado y si
alguien se acerca a liberarlo, demonizarlo.
Que me
perdonen los creyentes buenos, los sacerdotes buenos, los que efectivamente
hacen de su vida solidaridad y justicia.
Pero
las consecuencias del despotismo de sus jefes omnipresentes son tan infames que se pagan al contado con barbarie.
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