VIOLENCIA DE LA BANALIDAD
Eduardo Sanguinetti,
Filósofo Rioplatense
Los
pueblos y sus pintorescos representantes son una síntesis de satisfacciones
individuales en el lazo social mismo, y hago mención a esto como visión primera
de la campaña nacional para legisladores, que se sucedió en estos días en
Argentina y de otros temas por los que mi escritura se deslizara.
Todo
lo que viene aconteciendo, en este mundo violentamente banal, me lleva a
meditar en comunidades temerosas de su ser y estar en plena abundancia o en
miseria, en era de pleno consumo y en tránsito por un tiempo, donde el
capitalismo jamás dejó de imponer su criterio en Argentina y Uruguay, a pesar
del portentoso discurso del presidente Mujica contra el consumismo, que
fatalmente queda deslegitimado en acto, ante acciones de gobierno que alientan
el consumo y la explotación.
José
Mujica, a quien desde una convicción hoy inexistente, he propuesto y nominé
para el Nobel de la Paz, a pesar de todas las resistencias del medio e
instalando una tendencia que parece dio fantásticos resultados en naciones
capitalistas a ultranza, donde cual producto de consumo la tendencia Mujica se
consume, tal cual lo anuncié en visión casual, en editorial de julio de 2009,
publicado en LA REPÚBLICA, anunciando: “Mujica inaugura un estilo de hacer política
que será replicado…”.
Basta
como muestra hacer un análisis mínimo del estado de las cosas en la aldea
global, donde todo está articulado de tal manera que la espontaneidad y la
naturalidad en nuestros actos son condenados y penados con el exilio y el silencio
de quien actúa como aventador de “lo que vendrá”, atreviéndose a decir la
palabra que las hipócritas y oportunistas corporaciones mediáticas de la
derecha liberal silencian y excluyen del acontecer de nuestras vidas.
Cuando
la ‘libertad’ es restringida bajo la pesada bota infame del fascismo
capitalista y todo lo que lleve a un cambio esencial en este mundo es
aniquilado y puesto en la fosa de los sueños perdidos, algo ha muerto. Hago
referencia, en este caso, a los candidatos “todo terreno”, los mutantes que de
manera irresponsable dan marco al vacío perfecto de sus eslóganes de campaña
permanente en las elecciones legislativas de la Argentina de este año. Jamás
una renuncia a tiempo o algún espacio para el candidato ausente y capaz de dar
el ansiado giro de 180 grados.
Argentina,
Uruguay y el mundo todo, hoy, son una cultura de lo epidérmico, de lo degradado
que se perpetúa puntualmente en la relación político-cultural que divide y
desorienta a los pueblos a través de la especulación y la perversión del
simulacro, de una comunidad paralizada en el ejercicio de sus derechos y
garantías, convertidas en instancias estériles y simuladas.
El
mundo en el que pretendemos vivir no es otra cosa sino egoísmo, avidez,
intemperancia, dilación, psicopatías, grandes expectativas de fama y éxito
devenidas en prostitución y delito perpetrado por “los peores”.
Los
pueblos, convertidos en rédito y materia concreta de intercambio financiero, se
manifiestan en denominadas elecciones libres “obligatorias”, segregando su
propio ser, que sería actuar como motor de la historia.
Pero
hay otro lazo disociativo: la mecánica económica que impone el desequilibrio,
las desigualdades, las diferencias. En ese conjunto los hombres, como los
animales, dan libre curso a su naturaleza sin advertir sus metas. “Llegan a
fines que no son capaces de prever”. “La sociedad es una bendición”. En todas
las circunstancias, el gobierno no es, a lo sumo, más que un mal necesario y,
en el peor de los casos, intolerable.
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