ESTADOS UNIDOS DE SURAMÉRICA
Eduardo Sanguinetti,
Filósofo Rioplatense
Las deformaciones que sufrieron los movimientos de izquierda
nacidos en Europa al intentar “trasplantarlos” a América Latina hicieron que
toda clase de aberraciones se cometieran en nombre de lo manifestado por Marx,
Trotsky e incluso la corriente maoísta china.
Ningún
movimiento o partido político que se considere a sí mismo marxista, sea de
vertiente trotskista, estalinista, maoísta o guevarista, en América Latina, ha
sido claro exponiendo de manera categórica la convicción de que esta América
Latina no es ni fue jamás una nación constituida basada en la unión de los
Estados Unidos de Sur América, fundamentados en fines y principios socialistas.
Hago
la salvedad de que el único que lo ha manifestado y legitimado en acto, hasta
su muerte, fue el glorioso Ernesto Che Guevara, referente ineludible del hombre
que con valor, capacidad y coraje supo ser muy claro en la exposición de sus
ideas socialistas, fundamentadas en sus ideales fundacionales de la tan mentada
Patria Grande, término acuñado en las guerras de independencia de este
continente.
Y
sin dar lugar a dudas, afirmo que ningún movimiento o partido político que
aspire a representar a su pueblo puede negarse a esta afirmación que hago desde
la convicción y el hartazgo de tanto simulacro puesto en acto en nuestra
historia.
La
fragmentación y balcanización de América Latina es la esencial y puntual razón,
un prerrequisito, para que el imperialismo siga existiendo en estas tierras,
devastando nuestras tradiciones, nuestras culturas en franca desaparición e
imponiendo su política de vasallaje y esclavitud, implementada por las
multinacionales de tendencia neoliberal, que pareciera tienen sitio de honor en
nuestros territorios y nuestras comunidades.
En
consecuencia, quien se niega a considerar el problema de la división y
fragmentación de nuestra América Latina, en naciones divorciadas y a veces
enfrentadas, engaña a su pueblo, muchas veces ya cansado de tanta farsa y
temeroso de los poderes.
Los
mandatarios de las naciones que componen esta América Latina tan castigada
deben llevar a cabo el prodigio de conformar una sola nación, por cuya
constitución debemos luchar con una dialéctica clara y sin dobleces, pues quien
no lo haga desde su puesto de mandatario, estará colaborando para perpetuar la
presencia del insano imperialismo en nuestras tierras.
Simón
Bolívar quiso reunir el Congreso de 1826 para hacer de la América Latina una
sola Nación en un pedazo de tierra colombiana que hoy se denomina Panamá, un
invento de nación que Estados Unidos creó para dividir; una nación títere
aliada del imperialismo.
La
base de la nacionalidad latinoamericana es la unión. Sin unión, América Latina
continuará siendo un depósito de materias primas para las corporaciones
ultraliberales y la fuente inagotable para que las futuras generaciones de
sociólogos, historiadores y antropólogos alineen sus estadísticas en congresos
densos e interminables de lo que “pudo haber sido la Patria Grande”, todo en un
marco gastronómico, con bondades de nuestra tierra: empanadas y buen vino.
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