martes, 29 de octubre de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS


LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS

Volumen IV

CAPITULO-I

REFERENCIAS SOBRE ASTRONOMÍA Y
  EL CALENDARIO GUANCHE


Eduardo Pedro García Rodríguez

ANTECEDENTES:
Las referencias escritas más antiguas sobre la Astronomía nos la ofrece las tablillas Mesopotámicas,  estas mismas escrituras nos ofrecen un sistema metódico y complicado, cual es el culto de todos los astros, adorados ya bajo sus propias formas, ya bajo emblemas y símbolos que los representan; y este culto fue electo también de los conocimientos que adquirió el hombre en la física, e hizo derivar inmediatamente de las causas primeras del estado social, es decir, de las necesidades y de las artes que en su primer grado entraron como elementos en la formación de la sociedad.
En efecto, cuando comenzaron los hombres a reunirse en sociedad, se vieron precisados a extender los medios de subsistir, y a dedicarse por consiguiente a la agricultura: y el ejercicio de ésta exigió la observación y el conocimiento de los cielos.
Fue preciso saber cómo volvía la naturaleza a presentar el mismo período de sus operaciones, y los mismos fenómenos la bóveda celeste: en una palabra, fue necesario arreglar la duración y sucesión de las estaciones, de los meses y del año: por lo tanto fue absolutamente preciso conocer ante todas cosas la marcha del sol, que se manifestaba el primero y más supremo agente de toda la creación en su revolución zodiacal; después la de la luna, que por sus fases y sus apariciones diversas arreglaba y señalaba el tiempo; en fin, fue indispensable conocer las estrellas y aún los planetas, los cuales, por sus apariciones y desapariciones nocturnas, sobre el horizonte y el hemisferio, formaban las divisiones menores del tiempo; y así se fue componiendo un sistema entero de astronomía y un calendario. De este trabajo resultó muy pronto, un método nuevo para considerar las potencias que dominaban y regían; habiéndose observado que las producciones terrestres tenían unas relaciones regulares y constantes con los seres celestiales, que el nacimiento, crecimiento y destrucción de cada planta estaban ligados a la aparición, exaltación y declinación del mismo astro y del mismo grupo de estrellas; en una palabra, de que la languidez o la actividad de la vegetación parecían depender de las influencias celestes, dedujeron los hombres una idea de acción y de poder de estos seres celestiales y superiores sobre los cuerpos terrestres; y los astros, como dispensadores de la escasez o la abundancia, se convirtieron en potencias, en genios, en Dioses, en autores de los bienes y de los males.
Habiéndose entonces introducido en el estado social una jerarquía metódica de clases, empleos y condiciones, continuaron los hombres formando raciocinios de su comparación, transportaron sus nuevas nociones a su teología; y resultó la formación de un sistema complicado de divinidades graduales, en el cual la Sol, primera Diosa, fue un jefe militar, un rey político; el Luna, un rey compañero suyo; Los planetas, sus servidores, sus mensajeros y comisionados; y la multitud de estrellas, un pueblo, un ejército de héroes, de genios encargados de regir el mundo a las órdenes de subalternos respectivos: cada uno de estos individuos tuvo su nombre, sus funciones y atributos, sacados de sus relaciones e influencias, y hasta un sexo distinto, derivado del género de su nombre.
Y como el estado social había introducido usos y prácticas complicadas, el culto las tornó semejantes; de sencillas y privadas que fueron al principio las ceremonias, se cambiaron en públicas y solemnes; las ofrendas fueron más ricas y más numerosas y  los ritos más metódicos; se establecieron parajes para las asambleas, y se formaron capillas y templos; se instituyeron oficiales para la administración, y tuvieron pontífices y sacerdotes y sacerdotisas; se convino en ciertas fórmulas para ciertas épocas, y la religión se hizo un acto civil y un contrato político. Pero en medio de estos progresos, no se alteraron los principios primitivos; y la idea de la Diosa fue siempre la de los seres físicos haciendo el bien o tolerando el mal mediante los genios, es decir, produciendo sensaciones de pena o de placer: el dogma fue el conocimiento de sus leyes, o maneras de obrar; y la virtud o el pecado, la observancia o la infracción de estas leyes; y la moral, en su sencillez primigenia, fue una práctica sensata de todo lo que contribuye a la conservación de la existencia y al bienestar propio, y de sus semejantes.
Si se nos preguntase en qué época nació este sistema, responderemos, autorizados con las antiguas escrituras sobre la astronomía misma, que se remontan sus principios a más de quince mil años, y si se pregunta también a qué pueblo debe atribuirse, responderemos que estos mismos escritos, apoyados en tradiciones unánimes, se atribuyen a los pueblos primitivos de Mesopotamia y Egipto; y cuando encuentra el raciocinio reunidas en aquellos países todas las circunstancias físicas que han podido producir dicho sistema, cuando se halla al propio tiempo una zona del cielo, inmediata al trópico, igualmente libre de las lluvias del ecuador y de las nieblas del norte; cuando se encuentra también en el punto céntrico de la esfera antigua, un clima saludable, un río inmenso y sin embargo tranquilo, una tierra fértil sin arte ni trabajo, e inundada sin emanaciones pestíferas, colocada entre dos mares próximos a las regiones más ricas, es fácil entonces de comprender que el habitante del Nilo, agricultor por la naturaleza de su suelo, geómetra por la necesidad anual de medir sus posesiones, comerciante por la facilidad de sus comunicaciones, astrónomo, en fin, por el estado de su cielo, abierto sin cesar a la observación, debió ser el primero que pasase de la condición salvaje a la civilizada, y por consiguiente el que adquiriese antes que otro los conocimientos físicos y morales propios del hombre en el estado social.
            La astronomía es una de las ciencias más antiguas y al mismo tiempo de las más modernas.
Desdeñada hasta hace pocos años por el hombre de la calle como una actividad contemplativa y ociosa en torno a objetos que nada tenían que ver con la vida cotidiana, hoy día, en la era de los cohetes lunares y de los satélites, hay que congratularse de que la importancia de esta ciencia haya llegado a las mentes de un sector más nutrido de la población. La astronomía y las ciencias vecinas están conociendo hoy un crecimiento verdaderamente explosivo, que se traduce, sobre todo, en el número cada vez mayor de trabajos y publicaciones científicas. La imbricación de la astronomía con otras muchas ciencias vecinas, como son la física, la astrofísica, la meteorología, la geología, etc. es cada día más evidente.
Lo cierto es que la astronomía no fue nunca, ni siquiera en los primeros pasos de su evolución, una actividad puramente contemplativa e inútil para la vida práctica. Los problemas del calendario, del cálculo del tiempo o de la orientación en el campo y en el mar pertenecen a las bases mismas de nuestra cultura y civilización y sólo pueden resolverse mediante observaciones de los astros.
Además, la astronomía tuvo en los primeros albores de su historia otra aplicación "utilitaria".
            Según la cosmovisión de entonces, toda la naturaleza como hemos dicho era animada y estaba poblada de dioses, espíritus y demonios. Lo mismo ocurría con los astros, sobre todo con la Sol, el Luna y los planetas, que destacaban en el cielo por su aspecto llamativo o por su especial movimiento. De la convicción de que estas divinidades astrales influían directamente en los acontecimientos de la Tierra (periodos de sequía, inundaciones, pestes, guerras, cambios de gobierno, etc.) nació la astrología. Se observaba la trayectoria de los astros y se la comparaba con los sucesos de la Tierra. De los primeros tiempos babilónicos (aprox. milenio II a.d.n.e.) conocemos, por ejemplo, unas tablas que, en forma de crónica, confrontan determinadas constelaciones planetarias con sucesos terrestres simultáneos. En el momento de ocurrir constelaciones análogas se recurría a las tablas y se emitían pronósticos (omina en latín). La conexión entre astronomía, astrología y religión (culto a los astros, sacerdotes astrónomos) se observa prácticamente en todas las áreas culturales de la antigüedad.
El deseo de conocer con antelación los designios de las divinidades astrales llevó a estudiar cuidadosamente las trayectorias planetarias, en la medida en que los medios de entonces (sin aparatos ópticos, pero con instrumentos sencillos de medición de ángulos y dispositivos de alineamiento) lo permitían. Las series de observaciones obtenidas así a lo largo de muchos siglos e incluso milenios condujeron finalmente a valores numéricos bastante precisos. Especialmente avanzado estaba el conocimiento de la duración del año, del ciclo lunar y del movimiento de los planetas. En esta fase del desarrollo de la astronomía no existía aún preocupación alguna por la explicación teórica del movimiento de los astros.
La historia de la astronomía puede dividirse en dos grandes etapas. Desde los comienzos de la humanidad hasta la aparición de Copérnico, el hombre había dado palos de ciego en lo que se refiere a descubrimientos básicos; su mayor interés se centraba en la creación de un calendario útil y en la explicación del movimiento de los planetas, así como de los posibles motivos mágicos y esotéricos. Es Copérnico quien, con su teoría heliocéntrica echó por tierra todo lo antiguo e inició una nueva era.
Desde el origen, el hombre ha buscado explicarlo todo; cuando no encontraba una explicación racional, acudía a la magia y a los dioses; si las estrellas se movían, tenían que tener influencia en los asuntos mundanos. Unas épocas en las que el hombre, dada la separación geográfica de los núcleos importantes, explicaba las cosas a su manera. Aquí intentamos ver lo que cada uno de esos pueblos creía y esperaba.

 En Babilonia se reunían comerciantes de todas las naciones. En sus escuelas se enseñaba la ciencia acumulada desde los tiempos de los sumerios, tres mil años atrás. Muchos griegos acudieron a estudiarla, y así fue como la cultura griega asimiló la ciencia babilónica. Fueron los griegos los que llevaron a occidente el sistema sexagesimal babilónico, en virtud del cual la circunferencia tiene 360 grados, una hora tiene 60 minutos, etc. Pero la ciencia por excelencia en Babilonia era la astronomía, y así la palabra "caldeo" pasó a ser sinónimo de "astrónomo" y, más adelante, de "adivino". Los astrónomos caldeos elaboraron un calendario lunar, formado por meses lunares de 28 días. Para mantener la coherencia con el año solar establecieron ciclos en los que algunos años tenían 12 meses y otros 13. Los griegos adoptaron este calendario.
El calendario egipcio, a diferencia del babilónico, se apoyaba en el ciclo solar. En el milenio IV a.d.n.e., se conocía ya el año solar de 365 días, con 12 meses de 30 días y 5 días complementarios.
El comienzo del año venía determinado por el orto heliaco de la estrella Sirius, es decir por su primera aparición en el amanecer después de su período de invisibilidad. Este acontecimiento coincidía originariamente con el inicio de la crecida del Nilo. Observaciones posteriores revelaron un retardo del orto heliaco de Sirios de 1 día cada 4 años. El orto heliaco de Srius y la crecida del Nilo no volvían a coincidir hasta 1460 años después (período sothíaco). De ahí se dedujo que la verdadera duración del año era de 365,25 días. A partir del 238 a.d.n.e. se agregó por eso a cada cuatro años un día intercalado. Este fue el nacimiento del hoy conocido año bisiesto.
Aparte de diversas constelaciones estelares existía en Egipto una división del zodíaco en 36 decanos, regidos por divinidades particulares.
Los mayas asumieron desde el tercer o cuarto milenio a.d.n.e., como mínimo un desarrollo astronómico muy polifacético. Muchas de sus observaciones han llegado hasta nuestros días (p. ej. un eclipse lunar del 15 de febrero de 3379 a.d.n.e.) y se conocían con gran exactitud las revoluciones sinódicas de los planetas, la periodicidad de los eclipses. etc.
El calendario comienza en una fecha cero que posiblemente sea el 8 de junio de 8.498 en nuestro cómputo del tiempo, aunque no es del todo seguro. A partir de ahí se contaba con las siguientes unidades: 1 kin=1 día, 1 uninal=20 kin, 1 tun=18 uninal, 1 katun=20 tun, 1 baktun=20 katun o 144.000 días. Los mayas tenían además un año de 365 días (con 18 meses de 20 días y un mes intercalado de 5 días) y el período tzolkin de 260 días.
También la astronomía inca, en el Perú, tuvo en parte un gran desarrollo. Los incas conocían la revolución sinódica de los planetas con admirable exactitud. Según R. Muller y L. Locke, las anotaciones en los quipus (cordeles con nudos) dan 115,8 d para Mercurio, 584,8 d para Venus y 399,88 d para Júpiter. Los valores modernos son 115,88 d, 583,92 d y 398,88 d, respectivamente. El calendario consistía en un año solar de 365 días, repartidos en 12 meses de 30 días y con 5 días intercalados.
Todas las culturas pertenecientes al período en desarrollo comentado tenían una cosa en común, y es que tomaban los fenómenos celestes como fenómenos dados, sin buscar para nada explicaciones esotéricas o religiosas ocultas. A la Tierra se le atribuía la forma de un disco plano u otra parecida, rodeada por la bóveda celeste, que en ocasiones se representaba incluso corporalmente (la Diosa del Cielo Nut en los egipcios). Las desviaciones que pudiera haber en casos particulares no contradicen para nada este esquema básico.
Al igual que en Babilonia, el antiguo calendario chino de principios del siglo II a.d.n.e., es un año lunisolar con ciclos bisiestos de 19 años. La obra Calendario de tres ciclos, aparecida hacia el principio de nuestra era y cuyo autor fue Liu Hsin, describe la historia de la astronomía china desde el tercer milenio a.d.n.e.
Los astrónomos de la corte imperial china observaron fenómenos celestes extraordinarios cuya descripción ha llegado en muchos casos hasta nuestros días. Estas Crónicas son para el investigador una fuente muy valiosa porque permiten comprobar la aparición de nuevas estrellas, cometas, etc. También los eclipses se estudiaban de esta manera. Parece ser que ya a finales del tercer milenio se condenó a muerte a los astrónomos Hi y Ho por descuidar sus obligaciones y no anunciar a tiempo el comienzo de un eclipse de Sol que marcaba el inicio de ciertos cultos.
Por el contrario, el estudio de los planetas y de la Luna no prosperó hasta el siglo I a.d.n.e., en condiciones de proporcionar predicciones suficientemente exactas de los fenómenos celestes y de los eclipses. Los períodos que se consideraban eran enormes.
Según estos cálculos hacían falta 23.639.040 años para que los planetas entonces conocidos ocuparan otra vez la misma posición relativa.
La antigua astronomía estelar china difiere mucho de la babilónica y de la occidental. El ecuador celeste se dividía en 28 "casas" y el número de constelaciones ascendía al final a 284.
           
EDAD MEDIA: Pocos son los descubrimientos y avances ocurridos en Europa en esa época; tras la decadencia de Grecia y Roma, la cultura astronómica pasa al mundo árabe (quedando tan sólo investigaciones alquimistas y mágicas), para ser retomada después de nuevo por la cultura occidental
ASTRONOMÍA MODERNA: Como ya hemos tenido oportunidad de citar, la teoría heliocéntrica de Copérnico lanza a Europa occidental a una carrera sin fin, avance tras avance, casi ininterrumpidamente hasta nuestros días. A Copérnico le sigue Tycho, a Tycho, Kepler, a éste último, Galileo y después viene Newton; son dos siglos de intensísimos avances no sólo en astronomía, sino en todas las ramas de la ciencia.
A partir de Newton la carrera se ralentiza un poco; no obstante, se continúa avanzando sin pausa. Una vez asentadas las bases de la astronomía moderna, toda una serie de investigadores van, uno tras otro, ampliando el campo de conocimientos. Se descubren nuevas ramas, se amplía el campo de investigación gracias a las mejoras del instrumental y a descubrimientos decisivos en otras áreas de la ciencia. Ya en nuestro siglo se realizan importantes avances para descubrir las bases de la materia y el origen del universo, entra a formar parte de las disciplinas científicas la Arqueoastronomía.
           
MEDIDAS DE TIEMPO: Microsegundo: millonésima de segundo.

Nanosegundo: milmillonésima de segundo.
Picosegundo: billonésima de segundo.

Día solar medio: 24 horas. Fue primeramente adoptado por los egipcios.
Día sideral: (se calcula con respecto a las estrellas) 23 horas 56 minutos 4 segundos.

Semana: Contiene siete días. Fue primeramente adoptada por los babilonios, los judíos la adoptaron de estos. Para estos el séptimo día el sabat tiene un significado religioso, y en ese día se descansa.

Los romanos organizaron la semana de acuerdo al sol, la luna y los cinco planetas conocidos por ellos. Por esa razón les dieron a los 7 días de la semana nombres afines como Domingo: dies solis o día del Sol, Lunes: dies lunae o día de la Luna, Martes: día de Marte, Miércoles, Jueves, viernes y sábado correspondían a Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno respectivamente. En castellano se llama al sábado en honor al Sabbat, día de descanso judío; y domingo es el día del señor, dios cristiano.

En ingles derivan en parte de los romanos como es el caso de sábado (saturday, día de Saturno), domingo (sunday, día del Sol) y lunes (monday, día de la Luna), los restantes corresponden a la denominación germana: Marte es Twesday (Tiw’s day o día del dios Tiw equivalente de Marte), Miércoles es Wednesday (Woden’s day; Mercurio), Jueves es Thursday (Thor’s day; Júpiter), Viernes es Friday (Frigg’s day; Venus).

Mes sidonico: de luna nueva a luna nueva, 29.52 días. Los meses contenían de 29 a 30 días.

Año solar o sideral: (tiempo que ocupa la Tierra en recorrer el Sol) 365 días 6 horas 9 minutos 10 segundos.

Año tropical: (base de los calendarios occidentales actuales) 365 días 5 horas 48 minutos 45 segundos.

Año lunar: contiene 12 meses lunares, 354.36. Utilizado en la antigüedad como calendario por las culturas de cazadores.

Año Copto (iglesia cristiana de Egipto): 1996 = 1714.

Año Hebreo: 2003= 5763. Su primer año fue en occidental 3760 a.d.n.e., fecha en la cual según los rabies judíos habría comenzado el mundo. Su año varia de 353 a 385 días. Tiene 12 meses lunares que son Tishri, Cheshvan, Kislev, Tebet, Shebat, Adar, Nisan, lyar, Sivan, Tammuz, Ab y Elul. Los meses tienen de 29 a 30 días. Debido a que a veces sobran 11 días, se agrega un 13º mes (llamado ve-Adar) siete veces durante cada ciclo de 19 años.

Año Musulmán: Lo cuentan a partir de que su profeta, Mahoma (570-632), huyo de la Meca hacia Medina dando comienzo a la hégira, en el año que para la cultura “occidental” es 622, el 16 de julio. Es un calendario lunar que tiene 354 o 355 días por año. Tiene 12 meses lunares de 29 a 30 días. Debido a que el año es corto, un mes se mueve para atrás a través de todas las estaciones completando un ciclo cada 32 años y medio. Los mese se llaman Muharram, Safar, Rabi I, Rabi II, Jumada I, Jumada II, Rajab, Shaban, Ramadan, Shawwal, Zulkadah, y Zulhijjah.

Año Cristiano: Antiguamente los años se contaban de acuerdo al tiempo de gobierno del rey. En el año 575 un monje llamado Dionisius Exidius sugirió que se contaran los años desde el nacimiento de Jesús Cristo (del griego cristos que significa el ungido) designándolo 1 AD (Anni Domini: año del señor).


Año romano: lo contaban a partir del 753 a.d.n.e., (según los cálculos del historiador romano Varron) la fundación de Roma, que ellos llamaban AUC o Anno Urbis Conditae, que en latín significa año en que se fundo la ciudad.

Año Azteca: de 365 días, 18 meses de 20 días cada uno, con otros 5 intercalados.

Año egipcio antiguo: duración 365 días, se regían por la inundación del Nilo. Al año lo dividían en 12 meses de 30 días cada uno (sin prestar atención a las fases lunares), más los cinco días festivos extra que no pertenecían a mes alguno.

Año babilonio: 360 días divididos en doce meses lunares de 30 días cada uno.

Calendario Celta: tenía 62 meses lunares entre los cuales intercalaban 2 meses. Ajustaban el calendario lunar con el solar intercalando 30 días extras que intercalaban en fases de 2 a 3 años.

Calendario Juliano: (impuesto por Julio Cesar en Roma, en el 45 a.d.n.e.) Era solar-lunar, y tenía un año de 365 días dividido en meses de 30 y 31 días, y un mes de 28 días. Cada cuatro años se introducía un año de 366 días llamado bisiesto, el día de más se introducía en febrero que pasaba de 28 a 29 días. El año comenzaba en marzo, diciembre (que deriva de la palabra latina para diez) era el décimo mes del año. A partir de 153 los emperadores comenzaron el año el 1 de enero.

Calendario Gregoriano: Introducido en 1582 por el papa Gregorio XIII, comprende al año tropical solar, y al día solar. Modificó al calendario juliano, ya que no siempre cada  4 años se daba un año bisiesto. En este nuevo calendario solo se daba un año bisiesto si este era divisible por 4, excepto los terminados en 00 que tenían que ser divisibles por 400. Por ejemplo 1984 y 1600 son bisiestos mientras que 1800 y 1900 no lo son. Se rigen por este calendario todos los países occidentales más Japón, China y Egipto. Inglaterra y sus colonias comenzaban el año el 25 de marzo, hasta 1752.

Calendario Maya: era lunar y solar, comprendía meses de 18 a 20 días y un periodo de 5 días al final del año.

Antiguo Testamento
Vigilia: los hebreos tenían tres vigilias nocturnas de aprox. igual duración.

Nuevo Testamento

Hora: el día se contaba desde la salida del sol hasta la puesta del mismo, y se dividía en 12 horas. De la misma manera se dividía la noche que se contaba desde la puesta del sol hasta su salida.

Vigilia: cada una de las cuatro partes en que se dividía la noche.
Las unidades de tiempo a lo largo de la historia han permanecido con escasa variación: el día, el mes lunar, el año solar, la hora, el minuto ‘primo’ y el ‘minuto’ segundo, todos se desarrollaron a partir de ciclos naturales casi-periódicos y sus divisiones sexagesimales de la tradición astronómica babilónica (milenio 5 a.d.n.e.), ligando dichos periodos a similares graduaciones angulares. El sistema de numeración sexagesimal parece elegido por su facilidad de partición entera, pues resulta el más efectivo respecto al mínimo común múltiplo de los primeros números naturales: mcm (1,2)=2, mcm(1,2,3)=6, mcm (1,2,3,4)=12, mcm(1,2,3,4,5)=60, mcm(1,2,3,4,5,6)=60, mcm(1,2,3,4,5,6,7)= 420). Tanto arraigo tienen las unidades naturales de tiempo que la adopción de un sistema métrico, con relojes que sólo marquen segundos, kilosegundos y megasegundos (que con una modificación adecuada se podría hacer coincidir con el día solar medio), no han prosperado nunca, ni aun en la fiebre de la metrificación en Francia en que estuvo legalmente en vigor durante 12 años esta hora métrica. El problema no sólo era el de desechar todos los mecanismos de relojería existentes (el calendario con semanas de 10 días y meses poéticos no implicaba más que cambios de papel), sino el del cambio de mentalidad y de tradiciones.
En resumen, el origen del S.I. puede situarse en 1791, durante la Revolución Francesa (iniciada en 1789 y finalizada con el golpe de estado de Napoleón en 1799), año en que la Asamblea Nacional encargó a la Academia de Ciencias que pusiera orden en los pesos y medidas. Participaron Lagrange, Monge, Laplace, Talleyrand,…, presididos por el astrónomo-cartógrafo-marino Borda y siendo Lavoisier el secretario. En 1791 la Asamblea Constituyente aceptó la propuesta del sistema "métrico". Desde 1791 hasta 1799 trabajó la expedición geodésica (Borda, Delambre y Méchain) para medir los 10º de arco del meridiano de París desde Dunquerque a Barcelona (ambas a nivel del mar). En 1799 se convocó una reunión internacional, la Conferencia del Metro a la que sólo acudieron representantes de 8 países (estado revolucionario), y ese mismo año se aprobó la ley en Francia. Luego Napoleón no le hizo mucho caso (aunque sus conquistas ayudaron a extender el sistema métrico por toda Europa), pero a partir de 1837 se llegó a penalizar el uso de las unidades antiguas.
EL SOLSTICIO DE VERANO.
Ya hace miles de años que los hombres se reúnen para celebrar este día tan importante del año en el que la noche es la más corta y el día él mas largo. El Sol ha llegado a su Cenit y a partir de aquí comenzará su descenso, las noches se harán poco a poco más largas hasta llegar al Equinoccio de Otoño en el que de forma rápida y progresiva las tinieblas de la noche llegaran a su límite en el Solsticio de Invierno. Entonces se producirá el fenómeno inverso, y los días se harán poco a poco más largos hasta llegar al Equinoccio de Primavera en el que progresiva y rápidamente la luz llegará a su máximo esplendor en el Solsticio de Verano.
            Año tras año se produce la misma maravilla. El maravilloso espectáculo de la naturaleza regenerándose por ella misma, "Año tras año".
Quizás fue esto lo primero que el hombre contempló, convirtiéndose en un ferviente y agradecido adorador de la Sol.
La Sol es el ejemplo mas claro y evidente, de la energía que hace que todo se mueva. Sin el calor del Sol, la vida no existiría.
            Nuestros antepasados, tenían muy claro la necesidad y la suerte que suponía tener a este astro como aliado. Muy pronto, nadie sabe cuando ni como, nació la necesidad de celebrar fiestas al Sol, así surgieron las fiestas de los Equinoccios y los Solsticios.
Es decir los momentos del año en que los días y las noches son igual de largas, o sea los Equinoccios, y la noche y el día más largos, es decir los Solsticios.
La principal fiesta era la de la primavera, en la que el hombre da las gracias de que la Naturaleza vuelva a despertar y que a partir de los 0 grados de Aries, es decir el 21 de Marzo, (punto Vernal o equinoccio de primavera) el Sol ejercerá su dominio sobre la oscuridad de la noche. Esto permitirá que la hierba brote, que salgan las flores y que maduren los frutos. Esta es la razón, por la que los egipcios adoraban al Cordero, es decir, "Aries", la fuerza regeneradora de la naturaleza, la simiente que fermentó en la oscuridad del invierno y que ahora va a dar su fruto. Es la Pascua de los hebreos y de los cristianos, es el paso, la salida de Egipto, en el que se sacrifica un "cordero de un año".
            He aquí el simbolismo de la celebración sincretizada cristiana de la Pascua, la resurrección de Cristo, el Cordero de Dios, o más bien dicho "el carnero", es la regeneración del hombre por el hombre[1].
A continuación, encontramos la fiesta de San Juan, cristianización del año nuevo guanche que es la que nos ocupa. El fuego, es decir el Sol, es el gran protagonista que aquí ha llegado a su apoteosis. El día domina sobre la noche, empieza su descenso pero lo hará muy despacio, antes se entretendrá en su dominio, el signo de Leo, y reinará en su trono infligiendo un serio castigo con sus rayos que lo harán madurar todo.
Esta es una fiesta muy antigua, quizás tanto como el propio ser humano. Hace mas de cinco mil años, los egipcios ya la celebraban con gran homenaje pues coincidía en aquel entonces con la aparición en el firmamento de la estrella Sotis, Sirius la gran estrella. Hoy en día, debido a la precesión de los equinoccios ya no coincide y la estrella Sirius no se hace visible hasta los 15 grados de Cáncer, más o menos sobre el 6 ó el 7 de Julio.
            El equinoccio de otoño, bajo el signo de Libra, corresponde a la fiesta de la vendimia, que desgraciadamente ha desaparecido del calendario. Son las fiestas de Dionisio o Baco, regidas por Venus que es la regente del signo de Libra. El ciclo diurno de Venus, hace que el planeta se nos aparezca alternativamente al Este y al Oeste, (estrella del alba y del crepúsculo) convirtiéndose en símbolo de la muerte y la regeneración, tal como lo remarcará el signo de Escorpio el reino de la muerte y la regeneración; aquí si que la tradición cristiana hace mención con la celebración de la fiesta de los difuntos. ¿Quizás debido a la tendencia escatológica, tan evidentemente manifiesta en la Iglesia Católica? Aún y así, Venus nos recuerda la misma trayectoria del Sol.
Finalmente tenemos el Solsticio de Invierno, la fiesta del Fuego Sagrado, la gran fiesta de la noche, de esta larga noche que lleva en sus entrañas al Sol Naciente. La faz de la Diosa  que vuelve para reinar sobre la oscuridad de la noche, simbolizado por los tenikes, fuego del hogar que dará calor a la helada noche de invierno.
              ¿Por que festejamos tan especialmente esta fiesta cuando la Sol esta en su cenit?
         "Es durante los tres meses de primavera que según los filósofos herméticos, hemos de recoger esta preciosa y fecundante materia que vemos en el mundo exterior cuando todo reverdece y florece. Pero cuando llega a su máxima apoteosis y al máximo de sus efectos, estamos a 21 de Junio. Entonces las rosas están en flor, los frutos se preparan y los prados están verdes, es ciertamente el Verano que comienza después de las sombras de los días de Invierno, en el que las simientes estaban heladas en una Sol desnuda". (EH, alquimista y astrólogo)
           La importancia de las puertas solsticiales, así se refieren los antiguos, es muy evidente en todas las culturas. Los hindúes hablan de ellas abundantemente y le atribuyen a Capricornio la entrada de los dioses y a Cáncer la entrada de los hombres.
           Es decir el DEVA-YANA (vía de los dioses) y el PITR-YANA (vía de los antepasados). Es evidente que los Solsticios tienen un carácter iniciativo en la tradición, y la medianoche, es decir las cero horas es el punto mas elevado. Si la culminación de la Sol es el mediodía, la de la "Sol espiritual" es la media noche. 
            Los griegos conocían muy bien este simbolismo, y el término "puerta de los dioses y puerta de los hombres" pertenecen a la tradición griega y tenía una gran importancia entre los pitagóricos. Homero, Numenio y Porfirio en su obra "El antro de las ninfas" lo pone de manifiesto.
          También entre los Latinos encontramos este simbolismo vinculado al dios Jano.
Jano es el portero “Ianitor” el que abre y cierra las puertas del ciclo anual. Es interesante destacar que Ianus, procede de la raíz Ire de la que también procede initatio, iniciación.
          A este dios se lo representaba con dos caras, una mirando hacia cada lado y llevando unas llaves en su mano que son su principal atributo, ya que con ellas abre las puertas solsticiales. Ianus como lo llamaban los romanos, da nombre al mes de Enero (Ianarius) y probablemente al mes de Junio. La fiesta de Jano se celebraba en los dos Solsticios. También es interesante el hecho de que estas llaves que abren estas dos puertas, sean las mismas que en el cristianismo lleva San Pedro y abren las puertas del Cielo. Estas llaves eran una de oro y la otra de plata, una era la de los "grandes misterios" y la otra la de los "pequeños misterios".
          En la mitología católica, las fiestas solsticiales se convierten en los dos San Juan, que se celebran en las proximidades de los solsticios si bien en el solsticio de invierno coincide más claramente con la Navidad.
         El que ha llegado a su máximo no puede sino disminuir, y el que ha llegado a su mínimo no puede sino por el contrario que empezar a crecer. Esta idea se encuentra expresada muchas veces en el Tao-te King, son las vicisitudes del Yin y el Yan. Por esta razón, el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año Solar.
He aquí la importancia y la trascendencia de la fiesta que celebramos en el año nuevo guanche y que siempre el hombre ha celebrado girando en torno del fuego de Media Noche. Fuente consultada: Josep Pratginestós.
El Calendario en la sociedad guanche:
“Hacían entre año, (el cual contaban ellos por lunaciones) muchas juntas generales; y el rey que a sazón era y reinaba, les hacía el plato y gasto de las reses, gofio, y manteca, que era todo lo que darse podía; y aquí mostraba cada cual su valor, haciendo alardes de su gracias en saltar, correr, bailar aquel son que llaman canario, con mucha ligereza y mudanzas, luchar, y en las demás cosas que alcanzaban; y no es poco de maravillar, que hombres tan valientes, de tanta fuerza y ligereza y tan delicados ingenios como dellos han salido.
Fray Alonso de Espinosa, “Historia de Nuestra Señora de candelaria” Lib. III. Cap. IV, pag. 38  

El mismo autor, en el libro II, cap. II, pag. 51, refiriéndose a la posible llegada de la Chaxiraxi a la isla dice: “Aunque averiguar el año y tiempo en que esta sagrada imagen apareció sea cosa muy dificultosa, porque ha venido de mano en mano hase ido perdiendo la memoria; con todo aquesto, aprovechándome de las antiguas pinturas que esto refieren y sirven de escritura y de la computación de las lunas y que los antiguos naturales usaban, vendré rastreando a dar con lo más averiguado que es: el año mil y cuatrocientos (...)”

            “El número del día por los soles
             y el de meses y años por lunas,
            contaban con buen orden y concierto
             y como eran de cuenta, tenían cuenta”

            Antonio de Viana (Canto I, versos 608-611, pag. 30.

Abreu Galindo en su “Historia de  la Conquista de las Siete islas de Canaria”. Lib. III, cap.IV, pag. 270 dice: “Tenían gran cuenta con los días, por las lunas, a quien tenían gran veneración y con el sol”.

El historiador gran canario Tomás Arias Marín de Cubas (1643-1704),  concreta un poco más y nos dice: “Contaban su año llamado Acano por lunaciones, de veinte y nueve soles desde el día que aparecía nueva empezando por el estío, cuando el sol entra el Cancro (“cancer”=cenit) a veinte y uno de junio en adelante la primera conjunción...(Historia de las Siete islas de Canaria”) Lib. II, cap. XVIII, pag. 254.

Francisco García Talavera y José M. Espinel Cejas, en su obra “Juegos Guanches Inéditos” nos proporcionan una visión más amplia de la cuestión:

“Los guanches se servían de sencillos instrumentos para seguir el curso del Sol, elaborados con materiales del entorno, por ejemplo, varillas cruzadas que servían para determinar con gran precisión el paso de Magek, el astro rey, el “Dios”...,[2] por el cenit. El solsticio de invierno, el de verano, el equinoccio de primavera y el de otoño eran igualmente susceptibles de ser calculados por este procedimiento. Es lógico, pues, pensar que entre los guanches precoloniales prevaleciera la idea de computar el tiempo mediante el periodo de revolución lunar en torno a la Tierra, fácilmente determinable por la repetición rápida y regular de las fases de la luna...




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