viernes, 3 de agosto de 2012

América y la leyenda blanca


América y la leyenda blanca


Agapito de Cruz Franco


El año 1812, con la aprobación en Cádiz de la primera constitución política, puede muy bien establecerse como la fecha de la independencia de España del Imperio Español. Nacía así un país nuevo, dentro del firmamento de naciones en que se iba transformando el viejo orden imperial, y que tras atravesar varios siglos de monarquías centroeuropeas con los Austrias a la cabeza, había terminado por fenecer en manos del centralismo de los Borbones. Porque, aunque la inmediata historia posterior parezca reflejar los últimos coletazos de aquel gigante transoceánico, la realidad fue que en la Guerra de la Independencia de 1808, de quien se independizó España fue de su propio Imperio y no del napoleónico. Lo que supuso sentar las bases de un Estado moderno, con su lastre histórico, sus antiguos reinos que pujarían por convertirse en nuevas naciones, sus contradicciones, sus odios, sus amores y sus esperanzas.




A la creación de España la habían precedido: Bolivia y Ecuador (1809), México, Colombia y Argentina (1810), Venezuela y Paraguay (1811), y se irían constituyendo en nuevas naciones a lo largo del siglo XIX: Chile (1818), Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Perú (1821), y más tardíamente Cuba (1898). (Braçil se independizaría del imperio Portugués en 1822 y, EEUU lo haría del Británico en 1776, inspirándose en las ideas democráticas y revolucionarias de Montesquieu y Rousseau)
Este corolario nacionalista es el que llega hasta hoy, un tiempo en que las naciones han terminado su ciclo y el Mercado clama por sus fueros enfrentado al que Von Weizsacker denominó –en su libro “Política de la Tierra” (Ed. Sistema, 1992)- Siglo del Medio Ambiente. La Era Global.
La revolución francesa había servido como norte cultural frente a las telarañas de la tradición, elevando a los altares a sus sumos sacerdotes, y en el caso de Abya Yala –mal llamada América- a personajes históricos como Thomas Jefferson, Georges Washington, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, José G. Artigas, Bernardo O´ Higgins, José de Sucre, José Mª Morelos, Miguel Hidalgo, José Bonifacio, Juan P. Duarte, Augusto C. Sandino o José Martí entre otros.
Pero es hora ya de denunciar que, en este proceso político de transformación de los imperios en naciones (la liberación es otra cosa diferente), los sucesores de toda esta élite masculina, transformaron la leyenda negra que supuso la extinción de millones de indios por el viejo estado de una sociedad estamental, en la leyenda blanca de las nuevas independencias, que hicieron lo propio con millones de indígenas, y que a la caza de ellos aún andan. Algunos en nombre, eso sí, de Las Casas o Tupac Amaru: “Somos 50.000 años de cultura cósmica, natural, 500 de cultura impuesta por el invasor, de cristianismo, y 50 de marxismo”, dijo el escritor aymara Ramiro Raynaga. A los ejecutivos de Dios, -como llamaría a los misioneros cristianos el lingüista Agustín García Calvo- le seguirían los camaradas de Stalin y los oficinistas de Keynes.
EEUU -en su marcha hacia el oeste y hacia el sur, como ejes vitales en la expansión de su naciente imperio, la “Doctrina Monroe” con su mensaje de “América para los americanos”, mas la transformación de esta en el “Destino Manifiesto” por el que se convertía en potencia hegemónica del hemisferio- fue el ejemplo más claro en este segundo período colonizador de cómo acabar de una vez por todas con los pueblos indígenas o reducirlos a su mínima expresión: aleutianos, yupik, inuit, aivilingmiut, yellowknive, mohicano, kutchin, tanana, dogrib, cree, naskapi, montagnais,mojave, miwok, pomo, yurok, karok, hupa, tolowa, modoc, washoe, shoshone, paiute, ute, bannock, spokane, walla walla, cayuse, yakima, thompson, nez percé, flathead, kutenai, apalache, timucua, calusa, creek, cherokee, seminola, yuchi, catawba, natchez, choctaw, chicasaw, micmac, abenaki, mahican, iroqueses, huron, sauk-Fox, ojibwa, otawa, potawatoni, winebago, algonquin, menominee, kickapoo, illinois, shawne, miami, secotano, powhatan, delaware, narragansett, wampanoag, tlingit, makah, salish, chinook, haida, kwakiutl, nootka y tsimshian, pawne, pies negros, atsina, assiniboin, osage, poncas, omaha, crow, sioux, hidatsa, cheyenne, comanche, kiowa, arapahoe, apache, navajo, seri, tarahumara, hopi, yuma, zuni, pima, indios pueblo … Los folletos “The King of de Rivers” (Cuenca del Mississippi) y “The Queen of Islands” (Cuba, Golfo de México y Caribe) escritos en 1850 por Cora Montgomery, habían trazado –con sus deseos de apropiarse de estos territorios- no sólo el mapa imperial de los EEUU de Norteamérica, sino el certificado de defunción de cientos de pueblos indígenas.
Al neocolonialismo del Norte –donde se produjo la mayor masacre de indígenas-, les seguirían, en este genocidio continental, muchos de los nuevos países como Braçil, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, México, Guatemala, Nicaragua, Uruguay, Argentina, … Entre constituciones europeas, sablazos, espadones, guerrillas comunistas, y paramilitares gubernamentales, exterminaron o arrinconaron en sus poblados en la miseria más absoluta a estos pueblos ancestrales como los mexicas, aztecas, incas, mapuches, cunas, aymaras, quechuas, mayas, kuna, yanomami, etc. De ellos aún hay en el Amazonas cincuenta tribus que siguen sin conocer al hombre blanco. Y más les vale que sigan sin conocerlo si quieren sobrevivir y conservar la piel.
Mario Vargas Llosa recordó en su discurso como Premio Nobel 2010 en Estocolmo, la sangrante realidad de los pueblos indios “americanos” con estas palabras: “La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una 
América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.”
Por los indios pero sin los indios, ha sido –en los últimos años y mientras iban acabando con ellos- la política de los nuevos estados colonizadores, pertenezcan estos al cono revolucionario capitalista o al comunista. Sean sistemas políticos democráticos o dictatoriales. Todo sin los indios y en beneficio del interés público, es el lenguaje actual de las multinacionales, que barren de sur a norte el continente en el que el oro y la plata tienen otros nombres, incluído el sol, el viento, la energía, la minería, y también la lluvia. Masacres en Bagua ante las protestas contra las empresas extractivas transnacionales de la Amazonía peruana, expulsión de los últimos mapuche en el Alto Bio Bio en Chile para levantar grandes represas por parte de la multinacional ENDESA, selvas arrasadas en Brasil para construir pastos para comida basura o presas hidroeléctricas… Por eso, a la luz de esta leyenda blanca, y en el marco de las celebraciones ante los doscientos años de las independencias americanas, que tan bien analiza Rafael Rojas en su ensayo: “Las repúblicas de aire”-utopía y desencanto de la revolución hispano americana- (Taurus-Santillana, 2009), la pregunta es la misma que en los fastos del 92: ¿Celebrar? ¿Qué hay que celebrar?



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