EL ROJO DEL VATICANO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Aunque con escasos efectos prácticos, tener sentado en el Vaticano a un Papa muy rojo es una bendita excentricidad y un alivio. Lo que más reconforta es comprobar que quienes advierten contra los excesos de este sistema, quienes entienden que el ser humano ha de estar por encima de la macroeconomía y de los beneficios de unos cuantos especuladores y quienes opinan que el derecho a una vida digna es inalienable no están tan locos o, al menos, cuentan con un loco más entre sus filas. Francisco es una rareza porque en vez de centrarse en hacer santos, más allá de los obligatorios, desacraliza a diestro y siniestro.
Su tercera
encíclica, Fratelli tutti, es una denuncia de casi 100 folios contra la
inhumanidad vestida de Armani que gobierna el mundo y contra las injusticias
que algunos disfrazan de racionalidad. Lo mejor, como se decía, no es tanto
compartir mucho de lo que se dice sino poder escuchar los atronadores silencios
de algunos, especialmente de esos cuyo único Dios siempre fue el dinero y para
los que defender los derechos de los más débiles no es justicia sino populismo.
Trasladar los
mensajes de la encíclica a la realidad española es un ejercicio sonrojante para
muchos de los poderosos que creían caminar bajo palio. Es un contraste que
mientras partidos tan cristianos como el PP pretenden hacernos creer que salir
a comprar el pan es un peligro porque siempre hay un podemita emboscado
dispuesto a ocuparte el chabolo, el Papa proclame que la propiedad privada no
es un derecho absoluto e intocable sino subordinado y secundario respecto de
los bienes comunes. O que frente a la obsesión con sus prisiones permanentes
revisables salga un tipo vestido de blanco y afirme que no solo hay que luchar
contra la pena de muerte sino contra la cadena perpetua, que es "una pena
de muerte oculta".
En Vox se la tienen
jurada al "ciudadano Bergoglio", que es como llama Abascal al
Pontífice desde que defendió el ingreso mínimo vital, aunque luego pasen por
guardianes de la libertad religiosa y recurran al Constitucional las
limitaciones de aforo en las misas. ¿Se verán retratados entre esos cristianos
a los que el Papa acusa de explotar la inmigración con fines políticos?
¿Encarnarán ellos la "mentalidad xenófoba de gente cerrada y plegada sobre
sí misma" que, sin atreverse a afirmar que los inmigrantes son escoria,
trasladan en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, que son
" menos valiosos, menos importantes, menos humanos"?
Para nuestros
liberales, este argentino es la reencarnación de Satanás. ¡Qué desfachatez la
suya al referirse al capitalismo imperante como un modelo que explota, descarta
y mata al ser humano! ¡Qué herejía es su menosprecio al mercado, que siempre
fue sacrosanto! ¿Cómo puede atreverse alguien, por muy Papa que sea, a
considerar al neoliberalismo un "pensamiento pobre" y repetitivo en
sus recetas si es el motor que mueve el mundo? Una cosa es clamar contra el
hambre en el mundo, así en abstracto, y otra señalar con el dedo de la culpa a
los poderes económicos, a las multinacionales y a los especuladores
financieros. Este tipo es, en efecto, un loco y un ecologista, que viene a ser
lo mismo. ¡Pero si hasta se mete con Google!
Con todo, lo más
insoportable de la encíclica es su ‘revisionismo histórico’, que si algo
demuestra es que este Pontífice no se ha enterado de que aquí ya enterramos el
pasado gracias a ese Régimen del 78 que ahora los socialbolivarianos que nos
gobiernan quieren hacer saltar por los aires. ¿Cómo que "no es posible decretar
una reconciliación general, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o
cubrir las injusticias con un manto de olvido"? Pero si aquí lo hemos
hecho. ¿Cómo que nadie se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los
demás? Eso es que no nos conoce. ¿A quién se refiere este señor cuando advierte
contra la tentación de "dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho
tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia delante"? ¿En qué cabeza cabe
que la "verdad" sea contar a las familias lo ocurrido con sus
parientes desaparecidos? ¿La de los enterrados en las cunetas también?
Puede que suene a
chiste que desde la cúspide de la estructura más machista del planeta se nos
hable de que las mujeres han de tener la misma dignidad e idénticos derechos a
los de los varones o que en un texto tan largo no hay habido espacio suficiente
para en una sola línea criticar la homofobia sobre la que se asienta la propia
Iglesia católica. ¿No quedamos en que todos somos hermanos? Esta muy bien
clamar contra el "nominalismo declaracionista" que sólo sirve para
tranquilizar las conciencias pero también hay que aplicarse el cuento de vez en
cuando. Puede que lo anterior le reste méritos, aunque ello no impide reconocer
que, sin ser perfecto e infalible, lo de este Papa rojo, lo de este Papa loco,
es, al fin y al cabo, un consuelo.
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