DONALD TRUMP DESPUÉS DE MUERTO
DAVID TORRES
La sobrecarga de noticias sobre la salud de Donald Trump no significa nada, entre otras cosas porque lo que interesa es su salud mental y, no hay visos de que ésa vaya a cambiar. Quién sabe, los efectos del Covid-19 son tan misteriosos que a lo mejor Donald Trump reaparece curado, dejando atrás lo de ser un idiota, pidiendo perdón al mundo y retirándose a las montañas a pasear y a leer a Thoreau. La verdad, no parece probable. Los primeros rumores apuntaban a que quizá estaba fingiendo los síntomas para escaquearse de los debates con Joe Biden, pero tampoco se entiende por qué iba a querer Trump escaquearse, una vez probado el terreno de insultos y exabruptos donde se desarrolló el primer enfrentamiento entre ambos. A ningún cerdo le desagrada un buen revolcón en el fango, si es con un colega, mejor.
De manera que todo
apunta a que, en efecto, Trump está realmente hospitalizado con el coronavirus,
algo que resulta verdaderamente preocupante para su gabinete, para su equipo de
campaña, para sus seguidores y, sobre todo, para el coronavirus. El positivo
del hombre más poderoso del planeta puede ser el argumento definitivo contra
los negacionistas, del mismo modo que el contagio de Magic Johnson significó el
punto de inflexión en la lucha contra el SIDA: sólo entonces muchos berzas
recalcitrantes cayeron en la cuenta de que no se trataba de un castigo de Dios
específico contra los homosexuales y los drogadictos, que si el alero de los
Lakers había caído presa de la enfermedad cualquiera podía hacerlo.
Que Trump haya
llegado al sillón presidencial de la Casa Blanca no debería sorprendernos tanto
como que haya aguantado cuatro años en el cargo a base de trolas, paparruchas,
fanfarronadas, gilipolleces y pedorretas. Es un triunfo absoluto de la
democracia estadounidense, aquella sobre la que discutieron una vez Nixon y Kruschev,
cuando el primero le dijo al segundo que en Estados Unidos cualquiera podía
llegar a presidente y Kruschev se dio un golpe en el pecho y respondió:
"¡Pues fíjese en mí, que mis padres eran campesinos más pobres que las
ratas y ahora soy Secretario del Comité Central!" Lo grandioso del sistema
americano frente al comunismo soviético es que permite que gente con un grave
déficit de estudios, cultura, vergüenza y modales, un botarate racista,
machista, clasista, homófobo y megalómano alcance la cúspide del poder sin otro
requisito que ser multimillonario.
Muchos se preguntan
qué ocurriría si Donald Trump muere antes de presentarse a la reelección,
aunque lo que nos inquieta a otros es qué pasará si sobrevive. No sólo es él
quien sigue sin tomarse la pandemia en serio, como demuestran las
circunstancias en que tuvo lugar el contagio, sin guardar precauciones
elementales ni tomar distancia, sin ninguna medida de seguridad, en medio de un
acto de campaña que más bien parecía un botellón. Los partes médicos son a la
vez optimistas y confusos: no descartan que se halle fuera de peligro aunque de
momento su estado no reviste gravedad.
Tal y como
reacciona la ciudadanía estadounidense ante el fantoche que ocupa actualmente
la Casa Blanca no se sabe si una enfermedad grave, incluso una agonía,
redundaría en su beneficio o no. No sería extraño que Trump celebrara un
reality en el hospital militar donde está recluido y se mostrara ante las
cámaras bebiendo lejía a morro, en directo para toda la nación, y que la lejía
la paguen los mexicanos. Que falleciera repentinamente podría darle el empujón
que necesita en las encuestas. Todo sería cuestión de resucitar en el momento
oportuno o de presentar un cadáver aceptable, una posverdad de rigor mortis
ataviada con una pelambrera de castor. Los Simpson profetizaron la muerte de
Trump, sí, pero también la resurrección de la momia de Lenin. Habrá que
esperar.
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