viernes, 24 de agosto de 2018

LAS MARISMAS DE LA OSCURIDAD...


LAS MARISMAS DE LA 
OSCURIDAD...
DUNIA SÁNCHEZ
LAS MARISMAS DE LA OSCURIDAD
La absoluta oscuridad del nocturno arrasa cuando las pisadas de una llamada la envolvía a ella en una toalla para salir de la ducha…una ducha gratificante, vertiginosa, amiga del descanso del cuerpo desnudo, del cuerpo de ella. Se erige al salón, allí el teléfono incesante, con los latidos escandalosos de su trotar bajo aquel techo. Lo coge, no era nadie. Sin embargo, alguien había tras la línea. Ella espera, espera alguna palabra tras esta llamada en la medianoche, cuando las almas duermen en el sosiego o deliro de los sueños. Cuelga y se sienta en su sillón, frente a la ventana. Un árbol que habla con el aliento de la brisa y la sombra en sus blancas paredes, una luna roja que clama a la vida aunque la ciudad duerma, aunque todo este estático. Otra vez el teléfono. Espera en al duda de si cogerlo o negar esa llamada, esa llamada de cada medianoche en el mismo tic-tac, tic-tac de las manecillas del reloj y muda detrás. Lo agarra fuertemente y se lo pone al oído, la nada ronda en el más allá de esos cables, una nada que la desconcierta, que la muele, que la despista, incompresible del por qué ¿Por qué ese antojo de molestar? Para luego no ser más que silencio. Cuelga de nuevo, cansada, con la fatiga de todas las noches , hoy, de luna roja. Se levanta del sillón y en el callar de esa noche pone algo de música, una música que penetra en su vientre y la hace suspirar. Una música que la embebe y la hace ser parte del ensueño ¿Quién será? ¿Quién será? Será alguien distraído o distraída, todo depende. Alguien  en vela que siempre llama a la misma hora. Para ella es una persona mayor, muy mayor que el detenimiento del ruido de la urbe necesita del escuchar una voz. Ella prefiere pensar así, algo leve a algo malévolo. Molestar por molestar, hacerla caer en las cárceles del temor. No…no, se dice. Es una persona que en la soledad de las noches necesita escuchar alguien aunque luego corte cuando respondo. Hoy es la luna roja para los noctámbulos, hoy la luna ciñe su velo más desgarrador, más bello en su callar. Ella observa todo lo que en las horas moribundas ocurre hasta su final, cuando se va al ver el sol acariciar la tierra.

En la madrugada aun la luna roja da sus pasos anclados en el devenir del nuevo crepúsculo. Mientras la música se emancipa en su callar ella se viste con ropa cómoda. Sale de su casa, cierra la puerta con el cuidado de no despertar a los vecinos, y frente a ella la avenida de la playa. Una avenida sinuosa larga, muy largo. No hay nadie, solo los ofuscados de las juergas. Borrachos , borrachas en el columpiar de sus charlatanería en sus copas reventadas. Ahora, perdidos, balanceándose de banco en banco , arrojando todo lo que se revuelve sus entrañas. El espectáculo es tétrico pero no hay nada que hacer. Baja a la arena, una arena fina, tersa, fría, humedad en esas horas de luna roja. Su reflejo acapara toda la mar, el oleaje se hace calmo. El vacío ronda la playa. Va hacia la orilla, entera, segura, con las banderas ya apagadas. Luce un bañador liso y sus curvas son el círculo de los años. Y nada y nada, sin interesarle lo que le pueda pasar. Ballenas grises se avistan no muy lejos y ella se siente maravillada ante lo hermoso,  ante la relación tierra y vida. Todo surge, todo fluye en el sentido que nos dejemos ir. No hay que obligar, que marcar con huellas inhóspitas nuestro rumbo. Todo llega, todo aunque parece estático corre, lentamente, pero corre. Un mundo paralelo a ella, un mundo extraño, misterioso que aguarda las profundidades de este océano, de esta esfera. Retorna a la orilla, se seca y se viste. Mira el horizonte donde aquellas ballenas fue avistadas por ella, ya no están. Se siente feliz, completa,  pequeños instantes en la memoria del mañana. Sus pensamientos rondan la llamada, la llamada a la misma hora cuando la medianoche atiza el reloj. Sigue cavilando que es alguien absorbido por la soledad, alguien con la necesidad de oír alguna voz. Reconfortable  regresa bajo su techo, todo es mudo, a los idos con el alcohol y demás los ha dejado. Vital se sienta frente a su escritorio.
La mesa manantial virgen de papeles que revolotean ante la mirada fija de ella. Por donde iba, se pregunta. Qué personaje entrará ahora en escena después del alejamiento por unas cuantas horas. Tic- tac, tic-tac…todavía la noche la embelesa con la luna roja, una luna ardiente que le da ánimos de continuar con esa historia que parece no acabar. Coge su pluma, mira su ordenador. Correcciones se revuelcan en lo pesado de los folios. No, no estoy por contar y contar con la ligereza de las repeticiones, se dice. Me transformo y de la reconditez de mis pensamientos viene alguien, alguien estático en emociones, alguien cenizo con el paso del tiempo, alguien bello pero a la vez con una cierta melancolía que lo ata, que la ata al aislamiento. No sé, mujer perdida en las condiciones de sus pisadas. Sí, será una mujer. Una mujer que siente el  respiro de la libertad, que se estira en sus ojos ante tanta y tanta hipocresía por las esferas donde ronda. Una mujer que no sea yo. Una mujer que de tanto y tanto peso sobre sus espaldas, se ha enganchado al vagón que nos lleva en la seguridad, en la censura grotesca de este viejo mundo. Revuelve los papeles, mira otra vez la pantalla del siguiente capítulo y captura en esa noche de luna roja las vivencias de su otro yo, ese desdoble preciso para agigantar el avance sin celeridad  de ella. Una mujer , no sé, se dice así misma, transcurriendo en el son de los oleajes, en el palpitar sereno de lo cotidiano. Una mujer , por qué no, neutra en el aroma de los vientos. Una mujer, aliada a la paz, a los movimientos voluntarios que diezman este globo ¡La luna roja¡ todavía está ahí. La madrugada no tiene prisa. Una mujer que habrá que vestirla, por dentro, por fuera o más bien medita ella, por dentro, por cada recoveco de su espíritu libre, manso, aliada al crecer de los días como nuevo resurgir de sus singladuras. Todas distintas. Todas iguales. Inspira  y espira…espira e inspira. Parada en su personaje estudia cómo será su comportamiento…

La ventana se abre, la luna roja aun presente. Una cierta brisa penetra en esa caótica estancia donde ella se debate con su personaje. Detenidamente lo perfecciona, lo incrusta en la pantalla como alguien sonriente al ritmo de sus vivencias. Un ser que no se rinde, luchador ante las desavenencias de los días. Siente algo en su espalda, un cosquilleo inquietante, una caricia del viento débil que ha abierto su ventana. Deja la escritura y mira a través de ella. No entiende el por qué se abierto. Tanto no es el vientecillo de noche de luna roja para ello. Las ramas del árbol frente al edificio ahora parecen reales, se mueven solo un poco. Ella se levante de su silla y se va hasta la ventana. Mira, observar y examina todo lo que tras ella transcurre. La tranquilidad, el oleaje sereno, el árbol casi quieto. Desconcentración es la palabra. No puede volver a su narración un cierto ruido alborota sus sentidos. Ojea su derredor, su habitación pero no ve nada. Aun así, siente la llamada, la llamada protagonizada de los ahogados, un quejido que la enfrenta a su entereza. Cierra la ventana con violencia. Se vuelve abrir, no comprende el por qué. Otra vez la llamada, una luz potente se hace eco en su estancia. Una luz azul, verde, blanca. Los espíritus de los océanos en la pena tras llegar a esta tierra donde la indiferencia duele, quema, rompe cada sentimiento de libertad, de bienestar, de vida. Ella estática, insonora, con el miedo en su vientre la sigue. Paulatinamente la luz variopinta se va toma forma, una forma de cuerpo humana. Noche de luna roja, noche de almas ajadas en el ayer, en el hoy, en el mañana. Un sudor cae por su tez, no comprende porque esa visión del más allá. Ella, creadora, en la nulidad de las creencias. Pero ahí están, espíritu flotante envolviendo toda su habitación con su luminosidad, envolviéndola a ella pero sin tocarla… ¿Quiénes sois?, les pregunta. No me hacéis ningún mal pero me desequilibráis. Me amparo en que no puede ser esto que me está pasando. Luz humanizada en sus transparencias, colores danzando a mi derredor y el silencio. Sobre todo, el absoluto silencio. No los entiendo, ¿qué queréis? Yo no os he llamado, estoy aquí con la voz de un personaje, un personaje que se pierde en lo hondo de mi pecho cuando soy metamorfosis de su existencia ante este teclado. Lágrimas emocionantes rozaban mi rostro mientras se erguía su figura. Pero ahora, vosotros. De donde carajo salís. Necesita aire, aire  absorbente ante esa aparición cuando la madrugada es cuna de una luna roja. Cierra los ojos, mientras deja su tez con el frescor de la brisa. No siente nada, solo el impulso de respirar con lentitud. La calma pacificadora juega con su corazón ¡El mar¡ ¡El mar¡ escucha el rumor de las olas cuando rompen con la avenida, abre los ojos firmándose en sus manos. Lo que fuera se ha ido y el flojo viento se ha parada. Ramas quietas, manos donde todo se mezcla y explosiona en el sentido de la siembra de su yo. Manos inamovibles en el paso de los años, arrugadas, donde el trabajo señala cada línea que esconde sus palmas. Manos que han amado sin ser amada por el dulce resonar de la ternura. Manos desérticas donde solo corre el agua, el agua de la vida en cada jornada. Hoy noche de luna roja, luna enaltecida por los amantes, por los amados, por las amadas, por las corrientes sonoras al fin al cabo del amor ¿Qué es el amor?, se pregunta. Se encoge de hombros, evoluciona hasta su estado más arcaico y simplemente acapara la complicidad de una mirada, de un arco iris en el mutismo de las pisadas. No llega a comprender, besa sus manos y por unos instantes se ausenta, se difumina en témpanos de hielo que la hace temblar ¡Extraña¡, si extrañeza cuando las miras. Sus manos,  vírgenes llanuras donde no habrá amor…Se aparta de la ventana y otra vez esa pantalla, esas hojas que parecen dormidas en sus letra.
Blanco, muy blanco será el personaje. Tanto que el repudio en las tierras de su origen encierra el conjuro, la superstición. Cadenas caen sobre él, manos aquietadas a la esperanza verde, muy verde. La luz solar le molesta, daña cada pedazo de su piel, desnutrido, sediento, herida. Aquel lugar no entienden el por qué no es similar a ellos. Tenemos que desnudarlo, tienen que despellejarlo y aún si el tormento toma relevo a lo ineptos que somos. Ya casi no puede moverse, cada huella dejada atrás es sangre …sangre roja como la de ellos, como la de nosotros. No ven. Solo el color de su piel. Solo una tonalidad que los hace más grotescos en sus formas de mirar. Pronto perecerá, será llevado por un azote cruel, por un aliento voraz, por una creencia maldita que lo hundirá más allá de las profundidades de ese pueblo. Un personaje asombroso, con lagrimas secas de tanto y tanto sufrir, maldiciéndose. Deberíamos todos mirarnos las manos, estás manos que edifican, que destruyen, que calman todo dolor, todo llanto. Iguales, somos iguales sin esa condición ideológica y social que nos ha marcado este mercado. No importa donde  haya sido la simiente de nuestro nacimiento. Si nos desnudamos, si nos enrollamos en los primeros años de lumbre de nuestras pisadas nos hallaremos que tal diferencia no existe. Sí, blanco…muy blanco, nacido en un lugar donde la miseria empobrece el alma en cada rito en sus ojos rajados.  Todos o la nada, se dice. La ventana se vuelve abrir, ahora, con más fuerza. Una luna roja se expande en el universo, una luna roja todavía ahí conversa con ella. Hay algo que quiere decirle y ella sin entender el por qué la escucha…escucha toda su ventura a lo largo de su vida, a lo largo de la historia de la humanidad, una historia cíclica acentuada por la violencia….
Hoy pasaba por aquí, solo hoy y observo ensimismada los caminos de los humanos, de estos seres nacidos de polvo de estrellas. Nada cambia, tal vez, no aprenden, no comprenden la verticalidad de las almas habitantes de este sitio desterrado del espacio. No somos nada y a la vez, mucho…Por qué siempre cometemos el mismo error. No llega a mi entendimiento. Rejas crean desolación, sin sabores del circular por este mundo azul, este mundo de agua. Y a lo mejor llegará un gran asteroide y volver a empezar, volver a engendrarnos para el caos. Estamos de paso, de paso como esencia de los rejos de un ayer no muy lejano.  Siempre igual…Gira la silla y se enfrenta a esa ventana que se ha vuelto abrir, un aroma a jardín, un aroma amar se apodera de ella y ahí la luna roja, mira sus manos otra vez, se desentiende por unos momentos del teclado lento, del teclado presuroso, del teclado guiado por su aliento. Esta es mi casa, en ella guardo todos mis secretos o casi todos, otros , se hallan en la sombra de este cuerpo, de estas manos que me ayudan a edificar en la eternidad estas palabras. Nada queda, todos nos vamos bajo el espectro de una vela que se apaga en cada arrebatado halito de la muerte. Miro mis manos, incapaces de dañar, incapaces de ser fusil para el más débil para aquel igual que yo levante navajazos. A estas horas donde la ventana vuelve abrirse sin saber el por qué me introduzco en mi yo, me divido y ahora soy realidad. La realidad de un mundo que se va al carajo por las tempestades humanas. Ya noto el cambio, este clima que nos saluda y quiere seguir su ruta ¿Pero qué es esto? Una luz blanca viene del horizonte, una luz que diría yo ante una luna roja de la  madrugada. La luz llena su habitación, se cuela por cada recoveco de ella. Los ojos de ella se cierran, se clausuran ante tanta luminosidad. Una especie de tibieza penetra en su espalda, como si la helada de los años ahora se derritiera y fuera entregada al descanso ¡No¡, dice ella en voz alta. No me toques. No te acerques a mí por qué todavía mi canto no a terminado ¡Aléjate de mi¡ ¡Vete¡ Que en ausencia de tétricas tumbas estoy más serena. Esto no puede ser, todo iluminado con el haz de cipreses formando figuras en estas paredes, solo me queda esperar la muerte. Pero no, aun es temprano. Desaparece,  en medio de la confusión de ella. La queja del mar  la escucha. Un mar que como sus manos parecen irse, acabarse ante tanta y tanta polución de existencias soeces, grotescas. Examina sus manos en el eclosionar de sus ojos, unas manos donde ve inundaciones de tierras bajas, donde el oleaje se hace violento y asesino, donde la fauna marina no alcanza a acostumbrarse por la generación del deshielo, donde plásticos y venenos los alimentan hasta la muerte ¡La muerte¡, se dice ella. Tenemos que hacer un cambio con presura, con la avidez de estos vientos de las tinieblas. La luz se extingue y la ventana se cierra, sola ¡Sola¡ Ella no cae en extrañeza, ella no cae en lo imperceptible, en lo inconfeso, en lo increíble que puede ser esta atmósfera agarrada a este mundo. Cierra las manos y por unos instantes en la pesadez del sudor se gira y  estática mira la pantalla…
 


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