JUAN SIN TIERRA
DAVID TORRES
En Coto vedado,
su primer tomo autobiográfico, Juan Goytisolo cuenta el embarazo que le supuso
enterarse de que era el autor en castellano más traducido después de Cervantes.
Tenía entonces treinta y tantos años, sólo había publicado unas cuantas novelas
ancladas en el realismo social y sabía que su desmesurada fama se debía, más
que a sus méritos literarios, a su lanzamiento en Gallimard y al impulso de su
futura esposa, Monique Lange. Goytisolo decidió hacerse digno de ese eco e
inició un cambio de rumbo que alteraría su propia vida, su trayectoria
literaria y también el rumbo de la narrativa española de posguerra. Torrente
Ballester, Martín Santos y Juan Benet, entre otros, ya le habían dado la
puntilla al realismo, abriendo campos de juego inéditos para la novela en
España, pero la apuesta de Goytisolo fue una aventura personal y existencial
que lo llevó hasta el islam, la lengua árabe y al Magreb, y, de paso, una muda
de piel que le obligó a cambiar su estética y a replantearse su sexualidad.
La metamorfosis
es visible en su trilogía de madurez, Señas de identidad (1966), Reivindicación
del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975), tres obras donde los
experimentos narrativos desembocaron en una voz original, un tono de salmodia
desde el que Goytisolo abogaba por recobrar parte de una España perdida, una
España árabe, morisca y judía que había sido expulsada y centrifugada, pero que
seguía latiendo en vetas subterráneas del idioma. Goytisolo las siguió
explorando a través de sus lecturas y relecturas de los clásicos: pocos como él
han vuelto la mirada hacia el pasado, hacia los ídolos desgastados y
periclitados por la adoración, para infundirles nueva vida. Lo hizo con San
Juan de la Cruz en Las virtudes del pájaro solitario (1988) y con Cervantes, de
quien se sentía un afluente hasta el punto de declararse “de nacionalidad
cervantina”. Una vez dijo que el escritor no tenía otra responsabilidad más que
la de devolver un idioma distinto al que le habían entregado.
Sin embargo,
Goytisolo nunca olvidó la responsabilidad política y prestó también su voz a
los pobres y a los desfavorecidos. En 1960, en uno de sus primeros libros,
Campos de Níjar, expresó la miseria del proletariado almeriense con un tono
documental que no esconde la denuncia al tiempo que se enamoraba de la dureza
de un paisaje cuya prolongación volvería a encontrar en las llanuras desérticas
del norte de África. Muchos años después, fue uno de los primeros intelectuales
que abominaron del salvajismo de las guerras balcánicas con otro testimonio
implacable: Cuaderno de Sarajevo.
Hace dos años
retomó su papel de Pepito Grillo en la recepción del Premio Cervantes con un
discurso incendiario que dividía a los plumíferos entre literatos (los que
persiguen una carrera) y escritores (los que obedecen una adicción); hacía un
guiño inconfundible a Podemos; se mofaba de los patéticos intentos por
desenterrar los huesos del autor del Quijote; recordaba las penalidades, deudas
y estrecheces sufridas por Cervantes en los últimos años de su existencia; y se
atrevía, ante el rostro mismo de la monarquía, a entrecomillar la inutilidad de
las pompas y fastos oficiales con un memorable oxímoron de García Márquez: “la
exquisita mierda de la gloria”. Ha muerto en Marrakech. Mañana la invasión
recomenzará.
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