IGLESIAS, CONTRA EL PRESIDENTE
DE LA CORRUPCIÓN
JUAN CARLOS ESCUDIER
Tanto tiempo
había pasado desde la última que nadie había advertido a sus señorías de lo
dura que puede ser una moción de censura, especialmente para los incontinentes,
y del hambre que se pasa. Nuestros diputados son más de carreras cortas o, como
mucho, de media distancia, pero les aterran los maratones aunque también les
vaya en el sueldo. De ahí que llevaran mal la hemorragia discursiva de Irene
Montero, la primera en tomar la palabra, pese a que el problema no fueran sus
más de dos horas de intervención sino que pudiera extenderse todo ese tiempo
sobre la corrupción del PP sin apenas repetirse.
No era una
moción de fogueo ni una farsa, como apuntó Rajoy, ya que, de ser así, no se
entiende que se prestara a hacer el juego a los comediantes en una ristra
interminable de réplicas y contrarréplicas. Mención aparte merecen sus
escribas, a los que pocas veces se reconocen sus méritos, en concreto esa
intuición para anticipar los argumentos del adversario y conseguir que, con
independencia de lo que se le diga, el presidente se limite a leer lo que lleva
escrito, a mayor gloria del parlamentarismo del manzanas traigo o del mismísimo
oráculo de Delfos.
De las
continuas lecturas de Rajoy en el cuerpo a cuerpo y de su empeño por tener la
última palabra, cabe deducir que la moción le preocupaba o que, a la vista de
la nueva situación política con la resurrección de Pedro Sánchez, quisiera dar
protagonismo a Pablo Iglesias, consagrarle como líder de la oposición y al
mismo tiempo ningunear al PSOE y encelarle, que es otra posibilidad nada descartable.
Divide y vencerás. De ahí que algunas de sus alusiones a los socialistas fueran
directas –“¿a qué viene esta moción si no es o para saber a qué lado de la raya
(entre buenos y malos) está el PSOE?”- o directísimas: “Tiene prisa porque aquí
hay algunos (en alusión al PSOE) que se van recuperando”. Que Rajoy proclame
que la elección de ese peligro público llamado Sánchez ha impulsado a su
partido no es, en absoluto, gratuito.
La teórica
farsa ha conseguido dos de sus principales objetivos. El primero era mostrar
que la censura no era injustificada sino que podía ser compartida por la
mayoría de los ciudadanos. Para ello se ha servido del devastador parlamento de
Irene Montero, que será la novia de Iglesias pero que ha sido capaz de retratar
en blanco y negro una podredumbre, la del PP, en el que la corrupción ha hecho
metástasis con un relato sangrante de esa trama que no cabe en un autobús y que
ya ocupa un volumen tipo Espasa del diario de sesiones.
El segundo era
reinventar a Pablo Iglesias, afinar su perfil de presidenciable, remansarle. El
de Podemos consiguió rebajar su tono y pasar de las musas al teatro con una
batería de propuestas sacadas de su programa electoral, sin renunciar a
etiquetar a su adversario como el presidente de la corrupción para cuando la
historia le devore. Los escribas de Rajoy erraron porque ni abusó de las
“procacidades” ni de las “impertinencias”, y si su estilo fue “desabrochado”,
como se le espetó, fue porque cada uno lleva la chaqueta como le da la gana.
Puede que en un
principio la moción se planeara contra Susana Díaz, pero Iglesias supo hacer de
la necesidad virtud, olvidarse de la cal viva y lanzar una propuesta de
colaboración al nuevo PSOE, comprometido también con la plurinacionalidad del
Estado, en la que no ahorró la autocrítica por los errores que pudo cometer en
el pasado. Ese entendimiento a la portuguesa es el que desazona a Rajoy porque
es letal para sus siestas. Veremos lo que da de sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario