LOS DÍAS DEL ORGULLO
NO GAY
DAVID TORRES
Siempre
que llega una de esas celebraciones laicas implantadas por el sentido común, no
falta el disidente que exprese su desacuerdo ante la evidencia. Por algo el
sentido común es el menos común de los sentidos. Así, cuando llega el Día del
Trabajador, salta el tonto de turno diciendo que para cuando un Día del
Empresario, y cuando toca el Día de la Mujer, aparece una legión de marichulos
que claman por la instauración de su correspondiente Día del Hombre. Todavía no
se han dado cuenta que el resto de los días del año, incluyendo domingos y
festivos, están consagrados en exclusiva al Macho y al Empresario.
Así,
el Día del Orgullo Gay (o más precisamente, Orgullo LGBT, que incluye a
lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales) reivindica no tanto el orgullo
como el hecho de que ninguna persona debería avergonzarse de sus preferencias
sexuales, sean cuales sean. Existe un Día del Orgullo Gay por la sencilla razón
de que hay otros 364 dedicados al Orgullo No Gay, 364 jornadas consagradas a
considerar la homosexualidad una aberración, un delito, una desviación, una
enfermedad, un pecado, un crimen. En la segunda década del tercer milenio de la
era cristiana la homosexualidad sigue siendo una conducta perseguida en buena
parte del globo terrestre, desde la Rusia de Putin a la Polonia de Duda, por no
hablar de los países, todos ellos musulmanes, donde la homosexualidad se
castiga directamente con la pena de muerte: Arabia Saudí, Afganistán, Irán,
Pakistán, Sudán, Yemen y Nigeria, según los últimos informes de Amnistía
Internacional.
Con
todo, en lo que respecta a nuestro entorno de raíz católica y cristiana,
tampoco estamos para tirar cohetes. Un cura de Hospitalet de Llobregat, Custodi
Ballester, soltó ayer mismo un discurso homófobo en mitad de una homilía en la
que motejó a las fiestas del Orgullo Gay en Madrid con los calificativos de
“podrido” y “pervertido”. De inmediato, ante las críticas suscitadas por estos
comentarios antediluvianos, la asociación ultra HazteOír.org respondió a la
alcaldesa de Llobregat amparándose en la libertad de expresión. La lista de
desafueros y rebuznos de obispos y sacerdotes contra la libertad sexual es tan
larga que enumerarla convertiría este artículo en una enciclopedia, pero no
estará de más recordar que la confusión mental de algunos prelados, empezando
por el obispo de Pontoise, les ha llevado a condenar la homosexualidad al
tiempo que defienden prácticas tan repugnantes como la pederastia.
De
la casta sacerdotal no cabe esperar otra cosa, como tampoco cabe esperarlo del
PP, una formación que en estas cuestiones, por mucho que intenten disimularlo,
siempre acaban por sacar a relucir su perfil más rancio, homófobo y asqueroso,
simbolizado en aquella célebre disquisición frutal de Ana Botella, la de las
peras y las manzanas. La semana pasada la Delegación del Gobierno de Murcia
autorizó una manifestación de un colectivo neonazi en las mismas calles donde
se celebraba contra el Desfile del Orgullo Gay, con el resultado de una serie
de agresiones callejeras que bien podían haberse saldado con varias víctimas
mortales.
Un
par de días después, Aquilino Polaino, un catedrático de Psicopatología de la
Universidad Complutense que increíblemente todavía conserva el título del
graduado escolar, aseguró ante una comisión de expertos en el Senado que los
gays suelen ser hijos de padres hostiles y alcoholizados y que hay muchas
posibilidades de que la conducta homosexual se reproduzca en los hijos criados
por padres gays o por lesbianas. No sabemos si Aquilino se refería también al entorno
familiar de Javier Maroto, un alto cargo del PP a cuya boda con un hombre
asistió la plana mayor del partido en una perfecta exhibición de hipocresía. A
estas alturas Maroto se ha convertido ya en la excepción que confirma la regla,
ésa que ha venido a confirmar que, en lo tocante a la homosexualidad, como en
tantas otras cuestiones, el PP siempre actúa como el escorpión del chiste,
clavándole el aguijón a la rana en mitad del río: “Lo siento, es mi carácter”.
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