¿ACABARÁN LOS ROBOTS CON
EL EMPLEO?
JUAN TORRES LÓPEZ
Una idea que se
difunde como la pólvora en los últimos tiempos es que los robots acabarán
dentro de muy pocos años con una gran parte del empleo existente y que millones
de personas se quedarán entonces sin ingreso alguno procedente del trabajo.
Como prueba de ello se utilizan estudios
como el de los profesores de la Universidad de Oxford Carl Frey y Michael
Osborne sobre el futuro del empleo. En él se afirma que nada más ni nada menos
que el 47% de los empleos existentes hoy día en Estados Unidos está en riesgo
de desaparecer por esa causa. Pero ¿qué hay realmente de cierto o al menos de
probable en esta amenaza?
Una primera
cuestión que conviene saber para responder a esa pregunta es que los malos
augurios y los temores actuales no son ni mucho menos nuevos.
Muchos
trabajadores ya destrozaban máquinas a finales del siglo XVIII porque creían
que iban a destruir sus puestos de trabajo, sin ser conscientes de que su
efecto era la desaparición de tareas pero no del trabajo en general. Lo que
hacían esas máquinas era permitir que se pudiera obtener más producto por hora
trabajada en muchas actividades (es decir, más productividad, en términos
económicos). Pero gracias a ello se generaban, por un lado, más ingresos
(porque el ingreso es la otra cara del producto) y, por otro, nuevas
actividades productivas necesarias para crear o mantener las máquinas y también
para satisfacer las nuevas demandas que generaban los mayores ingresos de
consumidores y empresas. Y ambas cosas permitían crear más empleos, casi siempre
en otras actividades, como he dicho, o incluso en lugares distintos a donde
comenzaban a funcionar las máquinas, pero más empleos, al fin y al cabo. Aunque
también es cierto, como comentaré enseguida, que ese efecto de creación de
nuevos empleos no era necesariamente automático sino que solo se producía si se
daban al mismo tiempo otras condiciones.
Pero que nadie
crea que fueron solo trabajadores inconscientes e ignorantes de los procesos
económicos quienes a lo largo de la historia han augurado equivocadamente el
fin del empleo por culpa de las máquinas.
Cuando a
finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado se
comenzó a generalizar el uso de la informática y las telecomunicaciones muchos
economistas famosos anunciaron que con ellas vendría un incremento vertiginoso
de la productividad y a continuación la desaparición de millones de empleos,
sobre todo, en el sector servicios.
Los hechos han
demostrado sin lugar a duda alguna que los equivocados no eran solamente los
trabajadores temerosos de perder sus empleos sino también esos profetas del fin
del empleo. Como dijo el Premio Nobel de Economía Robert Solow, los ordenadores
se ven por todos lados pero sus efectos no aparecen en las estadísticas de
productividad.
Hoy día sabemos
con bastante certeza lo que de verdad ha ocurrido a lo largo de la historia,
sobre todo desde finales del siglo XIX cuando ya se disponía de datos
mínimamente rigurosos.
Sabemos que la
productividad ha crecido mucho desde entonces como consecuencia de la
innovación tecnológica: ahora se produce entre 15 y 20 veces más por hora
trabajada que a finales del siglo XIX (como media y con diferencias que pueden
ser notables según el sector o la actividad económica considerada). Y también
se puede comprobar fácilmente que ni la productividad ni la innovación aumentan
siempre por igual a lo largo del tiempo. La innovación se suele dar por oleadas
y hay etapas de gran crecimiento de la productividad y otras en las que baja.
Si se considera
una fase larga, por ejemplo desde finales del siglo XIX a la actualidad,
también está claro que el empleo ha aumentado bastante, a pesar de las grandes
oleadas de innovación y del crecimiento de la productividad. Aunque hay
diferencias notables en cada país, se puede afirmar que el volumen total de
empleo ha aumentado en el último siglo entre un 30% y un 50% respecto al
existente a finales del XIX en las economías avanzadas.
Finalmente, hay
dos hechos históricos decisivos a los que no parece que se les dé mucha
relevancia. El primero, que el desempleo no aumenta, ni baja el empleo, siempre
que crece la productividad, y viceversa. Por el contrario, es fácil comprobar
que hay etapas de incremento muy grande de la productividad (por ejemplo, desde
el final de la segunda guerra mundial hasta casi mediados de los años setenta
del siglo pasado) que van acompañadas de bajo paro y crecimiento del empleo; y
etapas de baja productividad (como la que estamos viviendo en los últimos años)
en donde el paro es elevado y se destruyen empleos. El segundo hecho destacable
es que todos estos procesos se dan con diferencias a veces notables en el
tiempo y entre las distintas economías.
¿Por qué ocurre
eso y cuál es la causa de que haya tales diferencias? ¿Cómo es posible que
habiendo aumentando la productividad incluso más que el producto haya ahora más
empleo, cuando nos dicen constantemente que la nueva tecnología destruye
puestos de trabajo?
La respuesta
también es bastante sencilla, aunque se quiera disimular.
La
productividad es el incremento del producto por hora trabajada. En términos
algebraicos, es el producto dividido por las horas de trabajo. En principio,
podría creerse que es, por tanto, inevitable que disminuya el empleo
(denominador) si aumenta la productividad, puesto que la nueva tecnología
aumenta el producto. Pero eso no necesariamente ocurre así porque pueden darse
dos circunstancias añadidas que son, en realidad, de las que depende el efecto
final de la tecnología sobre el empleo.
La primera es
que el empleo total (el número de puestos de trabajo existentes) no depende
solamente del número total de horas trabajadas o necesarias para obtener el
producto total (que suelen bajar con la innovación tecnológica) sino de las
horas de duración de la jornada de trabajo.
¿Y qué es lo
que se puede observar a lo largo de la historia? Pues, justamente, que los
incrementos de la productividad generan pérdida de empleo total y aumento del
paro solo en función de cómo evolucione la jornada de trabajo (o la segunda
circunstancia que comento más abajo). El gran incremento de productividad
generado desde finales del siglo pasado no ha producido un desempleo gigantesco
sencillamente porque la jornada de trabajo se ha reducido prácticamente a la
mitad en este último siglo. En España, por ejemplo, el 74% de los trabajadores
tenía en 1914 una jornada de 60 horas semanales, algo más de 3.000 anuales
frente a las 1.600 actuales.
Cuando una
oleada de innovación no se acompaña de menos tiempo de trabajo, el paro
aumenta. Por el contrario, si baja la jornada de trabajo, si se trabajan menos
horas en cada puesto de trabajo cuando aumenta la productividad, no solo no
tiene por qué aumentar el paro sino que se pueden crear más empleos.
La segunda
circunstancia que puede hacer que un aumento de la productividad produzca
desempleo tiene que ver con las políticas que afectan a la actividad
productiva. Si la innovación va acompañada de políticas restrictivas
(deflacionistas, las llamamos los economistas), el producto y, por tanto, el
ingreso, van a bajar. En consecuencia, serán necesarias muchas menos horas de
trabajo, pero no solo por la mayor productividad sino ahora por la caída del
producto y el ingreso. Pero si, por el contrario, la innovación se acompaña de
políticas adecuadas, será posible que aumente el producto y, por tanto, el
ingreso y el empleo. En concreto, por políticas que eviten que caiga la demanda
y que formen y reciclen adecuadamente a la población.
¿Qué está
pasando hoy día y qué podemos esperar de la llegada de la automatización muy
extendida y de los robots?
a) Sabemos que
ambas llegarán y de forma muy generalizada, aunque no con el efecto tan
exagerado de estudios como los de Frei y Osborne. La OCDE, por ejemplo, cree
que solo afectarán al 9% de los empleos de Estados Unidos y no al 47%.
b) Los datos
indican claramente que la productividad está declinando. Es decir, que no es
cierto que nos encontremos en las puertas de una nueva y potente oleada de
innovación generalizada.
c) Es seguro
que la automatización y los robots eliminarán muchas tareas y puestos de
trabajo (casi siempre, afortunadamente). Pero solo provocarán caída en el
empleo total si y solo si no baja la jornada de trabajo y si se mantienen las
políticas económicas actuales, orientadas a producir artificialmente la escasez
porque así bajan los salarios y aumenta la tasa de beneficio de las grandes
empresas y de la banca. Y la paradoja es que las políticas actuales (que
disminuyen la capacidad de compra de cada vez más grupos sociales) son uno de
los grandes frenos que tiene la automatización y la robótica generalizada, pues
lo económicamente decisivo no es que haya posibilidad técnica de utilizar
muchos robots sino gente con ingreso suficiente para adquirir lo que produzcan.
El futuro está en peligro no por los robots, sino más bien porque el 24,2% de
los jóvenes españoles de 20 a 34 años ni estudiaba ni trabajaba en 2015.
d) Por el
contrario, si disminuyen las horas de la jornada de trabajo y cambia la
orientación de la política económica, la automatización y los robots podrían
abrir una época de esplendor para el planeta, con mayor bienestar, respeto al
medio ambiente y satisfacción humana generalizada.
Que ocurra una
cosa u otra no es inexorable ni depende de una ley natural, como nos quieren
hacer creer, sino de la capacidad de negociación y del poder de cada grupo
social porque lo que está en juego es quién se apropia en mayor medida de las
ganancias que proporciona el aumento de la productividad.
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