CORRUPTOS, TOROS Y TRONOS
RUTH TOLEDANO
Cifuentes
ganó la moción de censura con la abstención del PSOE, partido que ha
neutralizado la propuesta republicana de sus Juventudes Socialistas. Unos días
después de la moción, la presidenta de la Comunidad de Madrid se plantó, muy
pintona, en la plaza sanguinaria de Las Ventas a la derecha del rey Felipe VI,
a cuya izquierda formaba, marcial, el ministro de Cultura. Entre los tres
trataban de encajar las propias piezas ante unos rumiantes que habían sido encajonados
antes de una tortura que acabó en su despiece.
Después
Cifuentes, Borbón y Méndez de Vigo coincidieron de nuevo: presidenta, rey y
ministro publicaron sendos tuits en los que lamentan que un hombre haya muerto
matando. Sánchez no ha tuiteado nada sobre Fandiño, pero va en el paquete que
desactivó a las Juventudes. Su hashtag de los últimos días ha sido
#UnNuevoPSOE, pero nada será nuevo si no cambia lo esencial. Podría decirse que
el líder Fénix estaba también en la foto de la corrida de la Beneficencia,
aunque por abstención, como en la moción de censura de la Asamblea de Madrid y
en el Congreso de los Diputados. Habrá que ver cómo resuelve Sánchez la
verdadera renovación. ¿Con el espíritu de la antitaurina Cristina Narbona,
presidenta de este PSOE: “Las corridas de toros desaparecerán de España, es
solo cuestión de tiempo”? ¿O con el contrasentido de la taurina Carmen Calvo,
secretaria de Igualdad (no hay igualdad posible que acepte otras violencias):
“Ni por la presión ni por las leyes van a desaparecer las corridas de toros”?
Lo
que está en juego es el modelo de sociedad que se quiere: esta en la que los
gobernantes están vinculados con la corrupción o aquella que los combate; esta
en la que siguen primando privilegios de cuna o aquella que se base en la
justicia y la igualdad; esta que aplaude la violencia o aquella que fomenta los
valores del respeto y la paz. En el lado de acá, el que protagoniza la foto y
los tuits institucionales, pervive un modelo pernicioso: el que roba a los
ciudadanos su soberanía y sus recursos, el que tortura y mata. Los que se han
puesto en la foto lo han escogido: la presidenta de la Comunidad de Madrid, el
rey de España y el ministro de Cultura. Los que están sin estar lo ratifican:
¿puede explicar el nuevo PSOE cuáles son esos “valores republicanos” que no
contemplan la república?
La
España negra que representan la tauromaquia y sus palmeros debe de estar
frotándose las manos con los comentarios sobre la muerte del matador que los
bocazas antitaurinos están de nuevo publicando en redes. Les dan carnaza y
perjudican la causa justa. Así que de nuevo hay que ajustar el foco: no son los
bocazas quienes torturan y matan animales, sino un sistema de abuso que se
manifiesta en los ruedos, en los tronos y en los hemiciclos. La tauromaquia es
violencia como lo es la corrupción del PP o la impunidad de un Borbón. Por eso
van juntos a una corrida que, para mayor escarnio, se dice de “beneficencia”.
Si
no ponemos en cuestión las bases de la injusticia, nada cambiará. En una
sociedad evolucionada y políticamente sana sería impensable lo que ha sucedido
en las mociones a Cifuentes y a Rajoy. Sería no solo comprensible sino una mera
obligación que los partidos de la oposición se coaligaran frente a unos
gobiernos en los que sus dirigentes están vinculados con numerosos, y muy
graves, delitos de corrupción. Tan graves que varios de ellos han sido
apartados, no ya de la vida política sino también de la civil, y duermen en la
cárcel. Las tramas de corrupción debieran suponer una sobredosis de vergüenza
en los cargos electos del PP, directamente proporcional a la que provocan en la
ciudadanía.
Lejos
de ello, los debates han devenido en la escenificación de la peor de sus
complicidades con los corruptos: la que se manifiesta con chulería de pandillero,
con prepotencia de cacique, con impunidad de señorito. Cada vez que un diputado
intervino en el estrado de la Asamblea, la Cifuentes de la Beneficencia debiera
haber mostrado la educación que se supone a alguien en su cargo, haber mostrado
atención incluso para poder rebatir después lo que allí se dijera, haber
representado a sus votantes con la elegancia de ser la mejor de entre ellos.
Lejos
de ello, cada vez que usaba su móvil sin mirar siquiera al interlocutor que se
le dirigía, cada vez que revolvía unas bolsas posadas a sus pies, como si
buscara algo determinante que, por cierto, nunca encontró, cada vez que miraba
a cualquier punto de la sala opuesto al de la tribuna, mostraba ese desprecio
de indiferencia y media sonrisa propio de una adolescente intratable, de una
marquesa de provincias, de una política sin escrúpulos. Dejó toda su falsa
elegancia para asistir al martirio de unos animales que, en cierto modo,
representan también a una ciudadanía burlada y maltratada. Pero sus insultos, los
de Ángel Garrido o los de Rafael Hernando en el Parlamento no serán perseguidos
como el tuit de un bocazas. Y España no saldrá de la oscuridad: corruptos,
toros y tronos. Con la inestimable ayuda de la abstención. Desde luego, nos van
a dejar para la beneficencia.
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