LA MOCIÓN DEL PENE
MÁS LARGO
JUAN CARLOS ESCUDIER
De
las disputas entre florentinos y venecianos en pleno Renacimiento por el
control de las rutas comerciales se cuenta una historia tan divertida como
falsa, según la cual generales de ambos bandos decidieron poner fin a las
hostilidades entre ambas repúblicas y adjudicar la victoria al bando que
tuviera en promedio el pene más largo. Intervino entonces un humanista
florentino, protegido de los Médici y canciller de la ciudad, Poggio
Bracciolini, que auguró sin lugar a dudas que Venecia se impondría: “Su miembro
viril –dijo- posee tal longitud que llega a cubrir enormes distancias. ¿Cómo se
explica si no que, cuando pasan años a cientos de millas de su hogar,
encuentren a su retorno que son padres de varias criaturas?”. La ofensa
provocó, o eso se cuenta, que la guerra se prolongara varios años más.
Lo
peor que le podría pasar a la moción de censura de Unidos Podemos que este
martes empieza a debatirse en el Congreso es que sus promotores se confundieran
de adversario y que lo que está llamado a ser la reprobación del Gobierno de
las cloacas se convirtiera en una refriega entre las fuerzas de la oposición
para demostrar quién lucha más contra la corrupción, quien es más de izquierdas
y, en definitiva, quién la tiene más larga, asunto éste último que bien podría
dirimirse en algún otro foro más privado con verificadores imparciales.
Existen
razones suficientes para censurar a un Ejecutivo abrasado, cuyo presidente
tendrá que declarar en unas semanas como testigo de la rapiña de su partido, y
al que el propio Tribunal Constitucional ha enmendado la plana por esa amnistía
fiscal para amiguetes decretada por Montoro. En la misma hoguera arde su
titular de Justicia por sus complicidades con el hampa, el de Interior, una
vicepresidenta que se pensaba incombustible y que ha fracasado en la extinción
del incendio catalán y una recua de ministros, que no es que estén quemados
sino simplemente a estrenar por falta de uso o, directamente, inservibles.
De
la inteligencia del candidato dependerá que la moción cumpla sus objetivos,
entre los que es obvio que no se encuentra el de derribar a Rajoy, sino
retratarle a él y a sus ninguneados socios de naranja, y ya de paso redibujar
al propio Iglesias como presidenciable, algo que exige diagnósticos y, sobre
todo, soluciones. Más que un golpe de efecto, la moción ha de ser un golpe en
la mesa, una demostración de que existe una alternativa creíble que no se
conforma con pirotecnia y que ha dejado atrás el infantilismo y las pedorretas.
Si
en algún momento la moción fue pensada para mostrar las vergüenzas del PSOE,
los nuevos acontecimientos deberían hacer que Iglesias reconsidere la
estrategia. El tercer gran objetivo de la censura no puede ser el de volar
puentes sino el de preparar el camino de un entendimiento inevitable, salvo que
lo que se quiera es perpetuar al PP y su cleptocracia. La anunciada abstención
de los socialistas es un paso, una señal de predisposición al pacto que no
debería ser menospreciada. Tiempo habrá para competir por el tamaño del pene.
Lo absurdo ahora sería continuar la guerra.
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