Por Eduardo Sanguinetti - Filósofo
Toda
escritura convoca a un lector. La de un periódico convoca a infinidad de
lectores y como Editorial de un año que se inicia, deseo mediten los que día a
día leen La República, sabiendo que encontrarán en este medio gráfico el
acontecer del mundo, para leer en palabra escrita. Es mi deseo como saludo y
bienvenida de 2009, luego de meditarlo en paz y silencio, recibirlo en “Tiempo
de Poesía”
La poesía
nace en silencio, en el no poder decir, pero aspira irresistiblemente a
recuperar el lenguaje como realidad total. El poeta vuelve palabra todo lo que
toca, sin excluir al silencio y a los blancos del texto. El poema acoge al
grito, al giro de vocablo, a la palabra infectada, al murmullo, al ruido y al
sin sentido: no a la in-significancia.
En una
época en la que el sentido de las palabras se ha desvanecido, estas actividades
no son diversas a las de un ejército que ametrallase cadáveres.
Hoy la
poesía no puede ser destrucción sino búsqueda del sentido. Realidad sin rostro
y que está ahí, frente a nosotros, no como un muro: como un espacio vacante que
La República intenta día a día construir un espacio donde el lenguaje adopte su
necesidad de decir “algo”, encontrar “el sentido”, en un mundo donde el
sentido, hoy carece de significado vital, marcado por el imperio de papel
moneda: cuyo poder está llegando a su fin en un cambio de paradigma que quizás
tuerza la proa de nuestros destinos marcados por el mercantilismo.
Durante
más de ciento cincuenta años el poeta se sintió aparte, en ruptura con la
sociedad capitalista-burguesa.
La
soledad del nuevo poeta-escritor es distinta; no está solo frente a sus
contemporáneos sino frente al porvenir. Y este sentimiento de incertidumbre lo
comparte con todos los hombres. Su destierro es el de todos.
Situación
única: por primera vez el futuro carece de forma. Antes del nacimiento de la
conciencia histórica, la forma del futuro no era terrestre ni temporal; era
mítica y acaecía en un tiempo fuera del tiempo. El hombre moderno hizo
descender al futuro, lo arraigó en la tierra y le dio fecha: lo convirtió en
historia. Ahora, al perder su sentido, la historia ha perdido su imperio sobre
el futuro y también sobre el presente.
Ayer,
quizá, su misión fue dar un sentido más puro a las palabras de la comunidad;
hoy es una pregunta sobre ese sentido.
Esa
pregunta no es una duda sino una búsqueda. Mientras tanto, el poeta escucha. Es
que el pasado fue el hombre de la visión. El poeta hoy escucha lo que dice el
tiempo, aún si dice: nada.
Toda
creación poética es histórica; todo poema es apetito por negar la sucesión y
fundar un reino perdurable. Si el hombre es trascendencia, ir más allá de sí,
el poema es el signo más puro de ese continuo trascenderse, de ser permanente
imaginarse. El hombre es imagen porque se trasciende.
Tiempo de
poesía, es conciencia de la separación y tentativa por reunir lo que fue
separado. En el poema, el ser y el deseo de ser pactan por un instante.
Poesía,
momentánea reconciliación: ayer, hoy, mañana; aquí y allá; tú, yo, él,
nosotros.
Todo está
presente en el futuro que aguarda concretar el deseo de vivir en poesía,
cualquiera sea el rol que elegimos para transitar esta existencia.
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