"METÁFORA
DE LA PALABRA QUE CONFORMA EL LENGUAJE, EN METÁFORA Y
SILENCIO...EN
VOZ"
Eduardo Sanguinetti, Filósofo y Poeta rioplatense
"NIETSCHE, BORGES Y CAEIRO"
LENGUAJE Y POESÍA
¿Es el silencio la puntuación de la voz
o es la voz la puntuación del
silencio?
1
Nietzsche escribió un ensayo deslumbrante.
Escribió, cuando solo
tenía treinta años, un texto que
anticiparía la explosión de la
filosofía del lenguaje en el
siglo XX. Ese texto fue Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral.
El ensayo se inicia con una
fábula: la vida del hombre fue una breve
existencia en la inmensa
eternidad del cosmos. El hombre, a pesar de
su minúscula condición, se
siente orgulloso por el conocimiento, por
la “fuerza del conocimiento”,
anota Nietzsche. Y entre los hombres, el
más soberbio, es el filósofo.
Como todos los animales, el
hombre cuenta con una herramienta para la
supervivencia. Esa herramienta
es su intelecto. El hombre está
ciegamente convencido que el
intelecto es la mejor y la única manera
de relacionarse con la realidad.
Nietzsche se burla de esa pretensión
y dice que cada especie del
universo tiene la necesidad, desde su
sistema de apropiación de la
realidad, de sentirse el centro del
mundo.
Según Nietzsche, el hombre usa
el intelecto la mayoría de las veces
para la simulación. El hombre
posee un misterioso impulso hacia la
verdad que lo lleva a inventar
una designación “válida y obligatoria
de las cosas”. Pero olvida que
él mismo ha creado las palabras y las
convenciones sobre los significados
de las palabras.
Para Nietzsche, el lenguaje es
un sistema arbitrario de designación de
las cosas. Toda palabra implica
un doble salto metafórico. Toda
palabra implica dos traslados,
dos metáforas. En primer lugar, se
trata del traslado de una
excitación nerviosa a una imagen. En segundo
lugar, se transforma esa imagen
en sonido.
La palabra, que en su origen es
una metáfora, se convierte en
concepto. Y el hombre usa los
conceptos para indagar la realidad y
construye con ellos lo que él
mismo llama “verdad”. Para Nietzsche, el
hombre es un ser creador, un
inventor. El hombre crea el significado
de los conceptos y después
olvida que ha llevado a cabo ese
“comportamiento estético”, como
dice Nietzsche.
La verdad no es la
correspondencia entre las palabras y las cosas. La
verdad es un ejército móvil de
metáforas, según la brillante metáfora
de Nietzsche. La verdad es la
acumulación de las relaciones creadas
por el hombre.
2
Al parecer, Borges no leyó Sobre
verdad y mentira en sentido
extramoral. Sin embargo, las
ideas de Borges sobre el lenguaje rezuman
un inevitable perfume
nietzscheano.
Como es sabido, el autor de
Ficciones fue un asiduo visitante de las
páginas de Schopenhauer y de un
fervoroso discípulo de Schopenhauer:
Fritz Mauthner . Mauthner nació
en Bohemia, fue crítico literario y
autor de novelas. Desarrolló una
filosofía cuyo centro especulativo
fue la teoría crítica del
lenguaje. Para Mauthner, el lenguaje es un
falaz instrumento gnoseológico.
Las palabras no denotan a las cosas;
el significado de las palabras
es el resultado de la acumulación de
los usos.
No hay evidencia de un encuentro
entre Nietzsche y Mauthner. Sin
embrago, existen notables
resonancias entre el escepticismo de
Mauthner y la concepción de
Nietzsche sobre el lenguaje.
Si Borges leyó a Mauthner,
habiendo sido Mauthner discípulo de
Schopenhauer, y habiendo sido
Nietzsche también discípulo de
Schopenhauer, no es imposible
pensar en ecos entre la filosofía del
lenguaje de Nietzsche y la
teoría de Borges sobre el lenguaje.
En su juventud, Borges publicó
un libro titulado El tamaño de mi
esperanza. Con los años, Borges
abjuró de ese libro por considerarlo
una excesiva apología del
criollismo. Pero más allá de las defensas
exageradas, Borges escribió en
ese tomo una filosofía del lenguaje
(entre otras teorías que
encontramos en el volumen) que merece ser
considerada, ya que esa teoría
lo acerca a algunas de las ideas de
Nietzsche. Escribió Borges en la
página 56:
“El mundo aparencial es un
tropel de percepciones barajadas. Una
visión de cielo agreste, ese
color como de resignación que alientan
los campos, la acrimonia gustosa
del tabaco enardeciendo la garganta,
el viento largo flagelando
nuestro camino, y la sumisa rectitud de un
bastón ofreciéndose a nuestros
dedos, caben aunados en cualquier
conciencia, casi de golpe. El
lenguaje es un ordenamiento eficaz de
esa enigmática abundancia del
mundo”.
Borges sostiene que el mundo es
diverso y abundante. Y agrega a estas
cualidades del mundo el carácter
enigmático de la realidad. Escribió:
“enigmática abundancia del
mundo”. El mundo no sólo es abundante sino
que además esa abundancia es
enigmática. Recordemos lo que escribió
Nietzsche en Sobre Verdad y
mentira en sentido extramoral: El mundo es
una x, es una cosa en sí.
Continua Borges: percibimos, acaso como el
sujeto de Berkeley, la infinita
diversidad de rasgos del universo. Y
el lenguaje organiza el caos de
las apariencias, el azaroso aparecer
de los fenómenos. Sin embargo,
el orden que impone el lenguaje a las
cosas es artificial. Las cosas
del mundo no poseen por sí mismas un
orden preestablecido. Como
dijimos, Borges sostiene que el lenguaje
organiza el mundo, le impone un
orden, le inventa una organización.
Hacia 1955, Borges publicó Otras
inquisiciones . Incluyó en el libro
un ensayo titulado El idioma
analítico de John Wilkins. Según Borges,
Wilkins busca un idioma que
permita ordenar las infinitas cosas del
orbe. Sostiene que merece ser
estudiado y dice que no está de acuerdo
con la omisión del trabajo de
Wilkins en la Enciclopedia Británica.
Más adelante, describe cómo
procedió el inglés en la creación de ese
idioma universal. Anotó Borges:
“Dividió el universo en cuarenta
categorías o géneros, subdivisibles
luego en diferencias,
subdivisibles a su vez en especies. Asignó a
cada género un monosílabo de dos
letras; a cada diferencia una
consonante; a cada especie una
vocal”.
Borges reconoce el valor de la
empresa de Wilkins. Pero no deja de
advertir la inevitable
arbitrariedad del idioma. A pesar de la
obsesiva y analítica ordenación
propuesta, el idioma no logra
sobrepasar la condición
misteriosa del universo. Anotó Borges:
“...no hay clasificación del
universo que no sea arbitraria y
conjetural. La razón es muy
simple: no sabemos qué cosa es el
universo”.
Este memorable pasaje del ensayo
nos trae el eco del escepticismo de
Mauthner y de Nietzsche.
Nietzsche había escrito:
“La cosa en sí es totalmente
inaceptable para el creador del lenguaje,
y tampoco en modo alguno
ambicionada”.
Borges nunca creyó que el
lenguaje podía develar la realidad. En una
conferencia suscribió,
secretamente, la concepción de Nietzsche:
“Erróneamente, se supone que el
lenguaje corresponde a la realidad, a
esa cosa tan misteriosa que
llamamos realidad. La verdad es que el
lenguaje es otra cosa” .
A pesar de creer que el lenguaje
no puede develarnos el significado
del universo, Borges compartió
con Mauthner una teoría. Según escribió
Jorge Panesi , Mauthner creía que
el lenguaje no podía ser considerado
como instrumento del
conocimiento pero si como vehículo de expresión
en la poesía. Borges, suscribió
la hipótesis del alemán y dijo en la
misma conferencia:
“Cada palabra es una obra
poética”.
Y, más adelante, dijo:
“El lenguaje es una creación
estética”.
En Arte Poética , libro que
recoge las seis conferencias que dio
Borges en la Universidad de
Harvard, se lee:
“El poeta argentino Lugones,
allá por el año 1909, escribió que creía
que los poetas usaban siempre
las mismas metáforas... También dijo, en
el prólogo de un libro llamado
Lunario sentimental, que toda palabra
es una metáfora muerta. Esta
afirmación es, desde luego, una
metáfora”.
Borges cita a Lugones y suscribe
las palabras del poeta. Para Borges,
como para Lugones, toda palabra
es una metáfora muerta. Esta condición
de la palabra, no lo obliga a
Borges a vituperar el lenguaje. Según el
autor de Ficciones, el poeta
busca devolverle a las palabras el
encanto originario. Más modesto
que el filósofo, el poeta aspira a
provocar emociones con las
palabras-metáforas. Si para Nietzsche el
olvido de la condición
metafórica de la palabra trae la ruina moral,
para Borges, en cambio, la
experiencia del poeta con la
metáfora-palabra lo libra del
tedio y le entrega la belleza del mundo.
Como Mauthner, Borges cree que
el lenguaje es menos un instrumento de
conocimiento que un feliz vehículo para la
experiencia poética
3
El poeta portugués Fernando
Pessoa soñó, desde su infancia, escritores
imaginarios. Llamó a esas
invenciones heterónimos. El maestro de esos
escritores imaginarios y del
propio Pessoa fue Alberto Caeiro. No sólo
inventó poetas el portugués sino
que imaginó uno al que llamó su
maestro.
Escribió Pessoa en una carta a
su amigo Casais Monteiro el 13 de enero
de 1935: “Perdóneme lo absurdo
de la frase: había aparecido en mí mi
maestro”.
He decidido recordar los poemas
de Caeiro porque creo que es un fiel
discípulo de Nietzsche. Critica,
como el alemán, el intelectualismo de
la filosofía occidental y lleva
al límite el desprestigio del
lenguaje. En su alegre apología
de los sentidos, puede verse una
transfiguración del filósofo
artista que quería Nietzsche. Acaso como
un místico de las sensaciones,
Caeiro inicia un poema con una
declaración de principios:
“ Hay suficiente metafísica en
no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del
mundo!
Si me pusiese enfermo, lo
pensaría”.
El poeta siente que la defensa
del pensamiento trae la enfermedad. El
mundo no existe para ser
pensado. Las cosas solo existen. Existen, en
todo caso, para ser percibidas,
para ser sentidas sin la perniciosa
intromisión del pensamiento. El
pensamiento es un obstáculo y un
engaño. Distorsiona la realidad
y enferma a los sentidos. En el poema
II de la colección de poemas
titulada El guardador de rebaños ,
escribió:
“ Creo en el mundo como en una
margarita
porque lo veo. Pero no pienso en
él
porque pensar es no
comprender...
El mundo no se ha hecho para que
pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los
ojos),
sino para que lo miremos y
estemos de acuerdo...
Yo no tengo filosofía: tengo
sentidos...”
Pensar es estar enfermo de los
ojos, escribió Caeiro. Creo que este
verso es el reverso de la
preclara operación de un filósofo griego:
según Borges, Demócrito se quitó
los ojos para poder pensar.
Caeiro coloca a la filosofía en
la posición contraria a la percepción
del mundo a través de los
sentidos. Desde esta perspectiva, el poeta
es un nietzscheano. Es decir: el
pensamiento, y la versión suprema del
pensamiento: la filosofía,
niegan a los sentidos, niegan la relación
del hombre con la “abundancia
del mundo”. Y Caeiro, como Nietzsche,
cree que es imprescindible
defender el mundo de los sentidos. A pesar
de esta declaración, el yo del
poema número V se sorprende de que lo
llamen materialista. Esa
sorpresa obedece a un supuesto: la realidad
no posee clasificaciones, las
cosas solo existen y los nombres
reproducen ilusorias taxonomías.
Escribió:
“ Una vez me llamaron poeta
materialista.
Y me extrañó, porque yo no
pensaba
que se me pudiese llamar nada.
Yo ni siquiera soy poeta: veo”.
El poeta llevó al paroxismo su
escepticismo respecto de las
ordenaciones del lenguaje. No
sólo descree de los nombres de un estilo
literario (“poeta
materialista”), sino también del nombre de poeta. El
poeta sería, según Caeiro,
alguien que cree en las posibilidades del
lenguaje. Por tal razón, creo
que Caeiro representa la posición
radical del escepticismo de
Nietzsche y de Mauthner acerca del
lenguaje. No sólo desconfía
Caeiro del lenguaje como instrumento de
conocimiento, sino también de la
tarea del poeta. Caeiro se niega como
poeta. Sólo ve (“Yo ni siquiera
soy poeta: veo”). Escribió en Poemas
inconjuntos:
“He comprendido que las cosas
son reales y todas
diferentes unas de otras;
He comprendido esto con los
ojos, nunca con el
pensamiento.
Comprenderlo con el pensamiento
sería encontrarlas
iguales a todas”.
En estos versos se leen los
tópicos de la defensa del mundo captado a
través de los sentidos.
Comprender no con el pensamiento sino con los
sentidos permite recuperar la
inconfundible diversidad del universo.
El pensamiento, como decía
Nietzsche, niega las diferencias. El ojo,
en cambio, rescata lo que el
pensamiento pierde. El ojo es una cifra
de los sentidos.
“Solo la naturaleza es divina y
no es divina...
Si hablo de ella como de un ente
es que para hablar de ella tengo
que emplear el lenguaje
de los hombres
que otorga personalidad a las
cosas.
Pero las cosas no tienen nombre
ni personalidad:
existen...”
La naturaleza, la realidad no
posee nombre ni personalidad. La
realidad es una equis, es
innombrable. Caeiro vacila ante la
misteriosa condición del mundo.
Esa es la razón por la que califica
como divina y no divina a la
naturaleza (“Solo la naturaleza es divina
y no es divina...”). El
lenguaje, instrumento incapaz de decir la
realidad, no puede ofrecer la
clave para tratar con las cosas. La
contradicción asalta al poeta y
lo disuelve. Sólo queda el silencio de
la percepción sensorial.
La consecuencia última de la
filosofía del lenguaje de Nietzsche sería
el silencio. Caeiro cumple ese
dictamen secreto.
Eduardo es un hombre imprescindible, gracias por compartir sus interesantes ensayos y tu nirada social siempre centrada en el bien común. Saludos para ambos.
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