Eduardo Sanguinetti, Filósofo
En ocasión de
celebrarse el cierre de la Feria del Libro de Buenos Aires, días atrás,
participé en silencio de un show ofrecido por un grupo de seres oscuros, que
afirmaban haber participado activamente, en tiempo de dictaduras como
“salvadores de la patria en peligro”. Sus intentos de discurso fueron demasiado
confusos, cual palabra de pedófilo encubierto en sotana.
Meditando un instante,
ante tamaño espectáculo insano, pude entender, incluso comprender al ciudadano
que no se interesa en política, con una historia tan degradada y malversada
como la nuestra, dibujada por mensajeros de la decadencia y el dogma, con
revisionismos oportunistas año a año, llevados a cabo por autodenominados
historiadores, empleados del poder, llevan al ciudadano desinteresado en el
acontecer político, a ignorar los pliegues del reality representado por
gobernantes, que llevaron a este país y al mundo a vivir un estado presocial
crónico, en campaña electoral permanente como norma.
La libertad debería
ser el principio de todas las acciones humanas, y la justicia para pocos, en
Argentina y en el mundo, sintió que era tiempo de ponerle un freno a esa
libertad, ya de por sí muy limitada, utilizando a la “Ley como corteza que
legitime delitos”, frase que se puede encontrar en mi ensayo el Pedestal Vacío
(1994), censurado y sacado de la venta en era menemista.
Pasados unos años todo
continúa: no existen variantes, y el destino, a mi entender, no marca tener,
sino ser. Un ejemplo único de legitimar en vida el “deber ser”, lo da José
Mujica, tan fiel a sí mismo, en su austeridad, sus maneras y modos siempre
acompañando en acto lo manifestado; no dejemos de tomarlo como referente
ineludible, sobre todo para los ávidos mandatarios del mundo.
Hoy como sabemos la
realidad se cocina en los medios, y el pueblo la visualiza sentado en su casa,
en el mejor de los casos. Si eso hubiera ocurrido décadas atrás o siglos atrás,
jamás se hubiera producido la Revolución Francesa en 1789, y tantos hechos
históricos que son mojones para una humanidad que siempre intenta caminar, no
sé si acertadamente, pero lo hacía, a pesar de barreras impuestas por la
religión y las tradiciones burguesas. Hoy sin duda, se cerraron las puertas a
toda posibilidad de modificar el estado de las cosas.
Vida significa aquello
que expresa una mutación, un devenir que puede separarse de sí mismo,
convertirse en una eliminación, y atraer lo extraño, transformándolo en sí
mismo.
Desacreditamos viejos
paradigmas por parecernos inútiles y para enfrentar una nueva realidad, cuando
en realidad el equívoco es utilizarlos, y la tentación más fácil, fingir una
crisis. Pero no hay exactamente crisis de valores: imperan unos nuevos apenas
identificados, tanto más peligrosos cuanto más invisibles, cuanto menos se
discuten.
Con todo, donde todo
parece querer decirnos que algo concluye (un ser, un mundo) yo intuyo que algo
comienza. Y donde todo parece querer decirnos que algo comienza, sé que algo
continúa.
Hoy no existe
publicidad que no exhorte a “salvar el medio ambiente”, es anacrónico y por
demás oportunista, pues la lucha ecológica, tan de moda, choca de manera
absoluta con las leyes que rigen el sistema capitalista y sus devotos
seguidores aferrados a sus activos incorpóreos que degradan el medio ambiente:
ley de capitalización creciente a cualquier costo, incluidas vidas humanas, de
creación de una plusvalía adecuada, de la ganancia, de la necesidad de
perpetuar el trabajo alienado, de la explotación. Entonces desde mi rol de
ecologista de la primera hora, denuncio enfáticamente a todos los impunes
delincuentes que gobiernan este mundo y a sus esclavos, como la Corte
Internacional de La Haya, Naciones Unidas y demás organismos degradados, que la
lógica del cuidado del medio ambiente o ecología es la negación pura y simple
de la lógica capitalista. “No se puede salvar la Tierra, hoy en peligro, en el
marco del capitalismo, ni la democracia amorfa y procedimental que el dicho
sistema impuso”.
No es cuestión de
embellecer lo abominable, de ocultar la miseria en que se debaten dos tercios
de la humanidad, de desodorizar el hedor pestilente de este tiempo, de sumar el
número de cárceles, florear los bancos, las fábricas, en un diseño que enfunda
lo mismo: “No se trata de purificar la sociedad actual, sino de transformarla”.
Cuando las comunidades
de la aldea global, adoctrinada por el sistema capitalista, que intentó y lo
logró transformar la condición del hombre y su medio, para “civilizarlo”, no
distinguen entre lo bello y lo horrible, entre la calma y el ruido, entre un
ser puro y otro contaminado y sucio, entre una idea y una tendencia, entre ser
uno y no como todos, ya no conocen la cualidad esencial de la libertad, del
camino a la felicidad y el placer, pues creo ese es el norte que queríamos
alcanzar, al margen de religiones para temerosos, fanáticos y estúpidos…
Todo lo que dije tiene
algo de imposible, de extravagante quizás; pero pienso realmente que a
diferencia del pasado abolido, hoy no hay nada que exaltar, mucho que condenar,
mucho que acusar, y todo es risible cuando se piensa en la
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