PABLO EL BREVE
JUAN CARLOS ESCUDIER
La frase más
importante de la noche electoral no fue el “con Rivera, no” con la que los
militantes y simpatizantes del PSOE exigieron a gritos a Pedro Sánchez que
formara un Gobierno de izquierdas y no volviera a abrazarse a la farola naranja
de Ciudadanos, sino la que casi en voz baja deslizó Pablo Casado en su
comparecencia tras la debacle. Con la estética de un representante de pompas
fúnebres y escoltado por dos de sus enterradores de guardia, el secretario
general García Egea y la viuda de España, Suárez Illana, el presidente del PP
afirmó que su partido sabía estar a las duras y a las maduras antes de
pronunciar estas palabras: “No eludo la responsabilidad”.
La aserción se las
trae por enigmática. ¿Qué significa en boca de un político que ha llevado a su
partido a la derrota más humillante de su historia? ¿Qué sentido tiene esta
asunción de responsabilidades en un líder que ha perdido 71 diputados y cerca
de 3,6 millones de votos? ¿Qué quiso decir Casado tras verse expuesto a un
catastrófico balance en el que sólo en Melilla y Salamanca puede presumir de
haber obtenido más diputados que el resto? Se desconoce por completo.
No se recuerda en
la reciente historia democrática de Europa un caso semejante. Por establecer
alguna comparación posible, es como si el capitán del Titanic se hubiera puesto
a salvo tras el naufragio, se pusiera al mando del bote salvavidas y prometiera
una feliz travesía. “Nos vamos a poner a trabajar desde ahora para recuperar
los apoyos”, dijo el hombrecito. Acabáramos.
Cualquier análisis
de los resultados debería haber implicado su dimisión inmediata o, al menos, la
convocatoria de un congreso extraordinario tras las elecciones de mayo. Casado
no sólo ha perdido las elecciones sino que es discutible que conserve la
condición de líder de la oposición, tras esa jibarización que le deja a poco
más de 200.000 votos de Ciudadanos. Eso sí, que en la peor coyuntura posible
del PP Ciudadanos tampoco haya conseguido dar el sorpasso habla elocuentemente
de las posibilidades reales de Rivera de llegar algún día a la presidencia.
De la desastrosa
estrategia de Casado y del fracaso de ese neoaznarismo caduco que pretendía
recuperar las esencias y arrinconar los complejos rajoyanos dan muestra los
resultados obtenidos en el País Vasco y Cataluña. En Euskadi el PP es un
partido extraparlamentario y, con Bárcenas jubilado, algo habrá que inventarse
para que el secretario de Organización, Javier Maroto, que se ha quedado sin
escaño, viva dignamente. En Cataluña sólo obtiene el acta la marquesa de Casa
Fuerte, que estaba llamada a ser la voz de España en tierra hostil y que ha
dicho que también asume la responsabilidad como última mohicana sin explicar
cómo. Al parecer, la solución del PP a los problemas territoriales del país no
era, como se creía, aplicar el 155 al independentismo y a las comunidades de
vecinos más revoltosas sino hacer mutis por el foro. Quizás lleve razón.
En su caída, Casado
ha arrastrado a todos e, incluso, la aldea gala de Galicia, ese bastión
inexpugnable, ha sufrido las consecuencias. Ni Alberto Núñez Feijóo ha podido
evitar que, por primera vez en 40 años, el PP no sea el partido más votado,
tras ceder más de 14 puntos respecto a 2016. Aun así puede presumir de que Vox
no ha mojado en su comunidad y, a expensas de que las autonómicas le sean más
favorables, es el único dirigente al que se podría confiar el rosario de la
madre porque los muebles y la vajilla ya están en el fondo del mar junto a las
llaves. Eso, o implorar de rodillas que Soraya Sáenz de Santamaría les perdone por
haber pecado.
Confiar en que las
próximas elecciones locales, autonómicas y europeas sean una segunda vuelta de
las generales, como hace Casado, es de un ingenuidad casi ofensiva. La
refundación del partido que ahora todos reclaman pasa por abandonar esa
competencia insensata con la extrema derecha y cerrar el capítulo de Casado con
un urgente punto y final. El breve no era Pedro sino Pablo. Las vueltas que da
la vida.
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