SÁNCHEZ Y LA
PUTA BASE
ANÍBAL
MALVAR
Al
final, Pedro Sánchez ha sido el más listo de la clase. Si hace una semana Pablo
Iglesias tomaba la delantera por dos coletas y cinco ministros, y después
Mariano Rajoy robaba los titulares del fin de semana con su rabieta de que él
ahora no quiere salir de presidente, Sánchez ha discernido que existe un
abstracto aquí abajo llamado las bases. Su decisión de someter al voto de la
militancia cualquier pacto de gobierno ha cogido al traspié a barones,
enemigos, intrigantes, felipes y susanas, que nunca pensaron que alguien se
acordase de la militancia. Y no es de extrañar. Hablamos de un partido de
izquierda que solo en una ocasión, en estos casi 40 años de democracia, ha
elegido a su candidato con la participación de la puta base, de la turbamulta
mugrienta, del populacho, de los socialistas de verdad, los que aun visten mono
en los talleres y en las fábricas. La jugada de Sánchez es ética y
estéticamente perfecta, lo que significa que no es jugada, sino algo más
elevado y puro: es política.
Felipe_y_Guerra(1)Los
barones que ayer bramaban en la prensa y en las televisiones para asustar al
gentío con el hombre del saco venezolano se han visto obligados a apaciguarse y
bajar el tono. Astronautas aterrizados desde el pasado como Felipe González y
Alfonso Guerra se han tenido que volver a trasmudar en jarrones chinos,
silentes y arrinconados, para ahorrarnos así la vergüenza de haberles votado
alguna vez. El PSOE de Sánchez los ha conjurado desempolvando sus propios
vinilos de la transición: habla pueblo, habla.
Uno
que anda por la calle se da cuenta de que nadie desea nuevas elecciones. Ni
siquiera la barra brava callejera del PP, que sabe que una nueva bacanal de
urnas les favorecería. El 15-M devolvió la política a la calle, de donde nunca
debería de haber salido, y ahora los españoles ya no somos tan espectadores
como antes, y exigimos a nuestros electos –o eso le parece a este humilde
bardo– que se apañen con el guirigay de parlamento con el que les hemos puesto
a prueba. Si fracasan, sumarán un descrédito más sobre esa sentina de escombros
nerudianos que conocemos como clase política. Pedro Sánchez lo ha sabido ver, y
apuesta a que la militancia va a apoyar mayoritariamente el pacto de izquierdas
que se propone desde Podemos e IU. Yo también apuesto a que será así y, como en
el amor, el mañana me la trae floja. En tiempos de mudanza es castrante pararse
a pensar en el futuro. Acabas no cambiando nada.
Pedro
Sánchez ya reaccionó muy bien al órdago creativo y chulesco de Pablo Iglesias
el pasado viernes. Algunos barones socialistas se abochornaron de la primera
reacción de su secretario general tras salir de la audiencia real sin conocer
la letra pequeña de las arrogancias expositivas de Podemos. Sánchez estuvo
irónico y generoso, arriesgada ambigüedad de efecto muy sutil y elegante.
Consiguió así poner en evidencia a Pablo Iglesias sin haber escuchado a Pablo
Iglesias. Iglesias quedó como un personaje de Maquiavelo en busca de autor.
Chapeau, compañero.
Ahora
Sánchez huye hacia abajo, hacia la tierra, hacia la calle, mientras la vieja
cúpula del PSOE continúa rugiendo enjaulada en su propia estatura, lejos del
suelo y de las hormigas en paro, que son las que votan. La militancia otra vez.
A ver si este Sánchez no va a acabar consiguiendo que volvamos a sonreír al
contemplar un puño y una rosa. De momento, al menos ya ha resucitado nuestra
capacidad de sorpresa. A ver qué pasa.
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