‘EL PAÍS’ Y
LA NOSTALGIA
ANÍBAL
MALVAR
Estrena
El País este lunes un documental sobre el intento de golpe de Estado del 23-F.
Qué nostalgia. El título de la cinta (¿aun se llaman cintas?) nos lo dice todo:
El País, con la Constitución. No solo se trata de uno de los peores títulos de
la universalidad del cine documental y del otro. Es como si Historias de
Filadelfia fuera rebautizada Los ricos también somos simpáticos, o algo así.
Resumir el 23-F como una asonada contra nuestra envejecida Constitución la
heroifica hoy de forma bastante torticera. No creo que Antonio Tejero, ni
siquiera, la hubiera leído. Si el 24-F retrató a El País entonces, este título
lo retrata ahora. Es el mismo de la portada de aquel hermoso 24 de febrero.
Recuerdo que aquel 23 estaba en la alameda de Santiago besándome con una niña
muy nerviosa. Yo (que entonces era muy solitario y muy pobre) había robado El
País en el buzón de un portal, y había dejado el periódico a un lado del banco
público. La niña me pidió que guardara El País. ¿Por qué?, le pregunté. Porque
tengo miedo. No pude guardar El País, porque en aquella época, que un hombre
llevara bolso era señal de vergonzante identificacion sexual. Ahora nos parece
carpetovetonismo-ficción, pero eran tiempos en que incluso el socialista más
progresista de la época, Enrique Tierno Galván, alcalde precarmenero de Madrid,
pronunciaba estas palabras para Interviú: “No, no creo que se les deba
castigar. Pero no soy partidario de conceder libertad ni de hacer propaganda
del homosexualismo. Creo que hay que poner límites a este tipo de desviaciones,
cuando el instinto está tan claramente definido en el mundo occidental. La
libertad de los instintos es una libertad respetable…, siempre que no atente en
ningún caso a los modelos de convivencia mayoritariamente aceptados como
modelos morales positivos”.
No
crea la gente que me estoy yendo por los cerros. Es solo un ejemplo de que
aquella Constitución que hoy El País aclama en su película y en su devenir
diario ya no es lo que era. Como El País tampoco es lo que era. Solo hay que
repasar el artículo 32 de nuestra Carta Magma (no es errata): “El hombre y la
mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Y solo
hay que interpretar, de maneras muy diferentes, el titular y título El País con
la Constitución de aquel 24-F y de este febrero del año del señor de 2016.
Nuestro mundo ha cambiado, pero El País y la Constitución no. La Constitución
es un texto viejo que hay que conservar con mimo en los anaqueles del pasado.
El País es hoy solo un texto viejo que se reescribe cada día (con honrosas
excepciones).
Aquel
periódico revolucionario que asustaba a las niñas valientes que entonces se
dejaban besar en público, permanece hoy apaisado en la revolución blanda de la
Transición. Como si todavía fuera el juguete de un tiempo prohibido. Es una
paradoja que sufren todos los revolucionarios: cuando triunfan, se vuelven
conservadores de la revolución. O sea, que se vuelven conservadores.
El
director de El País de entonces, Juan Luis Cebrián, que quizá pudo ser
asesinable si el golpe hubiera triunfado, es el mismo Juan Luis Cebrián de hoy
aunque con muchos menos millones. El País periódico y el país España han
cambiado de directores, pero jamás ha renovado aquella dirección. Y, como decía
Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
El
alegato de inmovilismo constitucionalista que refleja el título de este
documental, que se podrá ver en cine este lunes y en el canal del periódico el
martes, quiere confundir aquel momento heroico con este presente apoltronado y
envejecido. De los tres que estábamos besándonos en el banco verde de la
alameda de Santiago aquel 23-F, el único que no se da cuenta de que somos más
viejos, más feos y más pazguatos es El País.
elpais.200Como
aun no he visto el documental, me remito al presente. Dedica el progresista
periódico su foto de portada de hoy mismo a Rita Maestre, la portavoz del
ayuntamiento carmenita juzgada por enseñar las tetas en la capilla de la
Complutense en 2011. El periódico no toma partido, como si no tomar partido en
un asunto así fuera la postura más decente. Y no. Es tremendamente indecente.
¿Por qué enseñar las tetas en la playa no es juzgable y hacerlo en una capilla
donde se adora a los torturadores de Galileo sí? El País, con la Constitución.
En triste y nostálgico resumen. De aquel beso, estos lodos.
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