¡AY CARMENA!: EL PAÍS CONTRA
AHORA MADRID
POR RAFAEL CID
Por Rafael Cid “La libertad
de palabra es el derecho civil que más aprecio” (Ibsen) El desvergonzado
linchamiento público de los titiriteros no hubiera sido posible sin la
“deleznable” complicidad política de los responsables de la empresa municipal
que los contrató y la embestida inquisitorial de la caverna mediática unida en
una nueva cruzada contra […]
Rafael Cid
Por
Rafael Cid
“La
libertad de palabra es el
derecho
civil que más aprecio”
(Ibsen)
El
desvergonzado linchamiento público de los titiriteros no hubiera sido posible
sin la “deleznable” complicidad política de los responsables de la empresa
municipal que los contrató y la embestida inquisitorial de la caverna mediática
unida en una nueva cruzada contra la “funesta manía de pensar”. Una extraña
alianza que sorprende menos cuando se conoce que el último juez del siniestro
TOP fue hasta su muerte el jefe de la asesoría jurídica del periódico El País,
el intelectual orgánico de la Transición.
Amparado
en la miseria mediática circundante, el diario de Juan Luis Cebrián siempre se
ha prevalido de ser informativamente el tuerto en el país de los ciegos. Pero
como con la edad toda arrogancia resulta estéril, El País se encamina hacia el
ocaso con indignidad y alevosía. Hoy en manos de los grandes tahúres de la
banca y los fondos buitres que incubaron el austericidio, los últimos
movimientos del periódico en favor del statu quo han dinamitado los escasos
vestigios de credibilidad que aún adornaban su borbónica senilidad.
Aunque
la cosa viene de atrás, quizás de cuando en pleno felipismo ocultó el
terrorismo de Estado de los Gal hasta que estalló en clamor, sus estertores se
están manifestando ahora. El autotitulado periódico global se ha convertido en
el florero de la prensa amarilla de alta alcurnia. Sin poder ya marcar la
política nacional con sus tronantes editoriales (la triple petición de un
rescate-país fue desoída olímpicamente por Rajoy) y exclusivas al dente (como
la que segó con la carrera política de Josep Borrell, el primer candidato
socialista a la presidencia del gobierno elegido por las bases frente al
secretario general del partido Joaquín Almunia), parece ahora empeñado en
desestabilizar al equipo municipal de Ahora Madrid que gobierna en la capital
liderado por la ex juez Manuela Carmena.
Dos
acontecimientos recientes, el caso-bulo de los titiriteros y la trola del
callejero franquista, han sido los últimos jalones de esa calculada
manipulación que le hace ya merecedor al galardón del mejor bribón mediático de
la Corte. Seguramente rememorando su etapa como jefe de los servicios
informativos de TVE durante el gobierno de Carlos Arias (alias carnicerito de
Málaga en honor a sus criminales fechorías), el académico Cebrián ha optado
porque sus accionistas de referencia le agradezcan los servicios prestados en
lugar de hacer honor al artículo 20 de la Constitución y su exigencia de
veracidad informativa. Eso sí, con la cínica pericia que caracteriza a los
paisanos. Como si sus atropellos fueran la quintaesencia de la probidad.
Así,
el pasado 6 de febrero, en la sección Madrid, se alineaba con la caverna
mediática en el asunto de los “dos titiriteros detenidos por apología del
terrorismo” con un desprecio total por contrastar una información policial que
ni a hostias se compadecía con su Libro de Estilo. “Invitación a okupar
viviendas, un juez ahorcado, una embarazada apuñalada y un muñeco exhibiendo
una pancarta en la que se leía Gora Alka-ETA. Son escenas de La bruja y don
Cristóbal, una representación callejera de títeres, dentro de la programación
del Carnaval de Madrid, que ayer acabó con los padres enfurecidos y dos
detenidos por la Policía Municipal por enaltecimiento del terrorismo”, podía
leerse en una entradilla ad hoc sin que en ningún momento se ponderara el texto
con el lógico y preceptivo “presunto” o “acusados de”. Para El País no cabía
duda: los dos jóvenes habían sido “detenidos por hacer apología del terrorismo”
(en el encabezamiento de la noticia) y “por enaltecimiento del terrorismo” (en
la introducción).
En
posteriores ediciones el periódico utilizaría la misma asepsia delictiva en los
titulares de sus noticias. “Prisión provisional para los dos titiriteros
detenidos en Tetuán” (7 de febrero, pág.1 Madrid); “Colau pide libertad para
los titiriteros que ensalzaron a ETA” (8 de febrero, portada y pág.20) y
“Carmena pide perdón por la deleznable función de los títeres” (9 de febrero,
pág. 22). Una cobertura de linchamiento que solo aflojó al cuarto día con el
melifluo titular “Carmena investiga quién sabía que la obra de los títeres no
era para niños”, cuando la denuncia ciudadana por lo sucedido subió a trending
topic en las redes sociales. Hasta entonces el sentido de la prudencia del
rotativo se disciplinó en todo momento junto al disparate perpetrado por el
magistrado-policía de la Audiencia Nacional Ismael Moreno. En este punto, quien
conozca los arcanos de esa “escuela de periodistas”, podría pensar que de casta
le viene al galgo. Porque por mucho que Cebrián y su séquito lo disfracen con
el botafumeiro de su Cuarenta Aniversario, nadie podrá derogar de su palmarés
el hecho de que el último juez del Tribunal de Orden Público (TOP), Diego
Córdoba, fuera desde la fundación del periódico el jefe de su asesoría
jurídica. Ahí es nada. De meter en la cárcel a periodistas combativos durante
el franquismo a defender la libertad de expresión a las órdenes del “joven
Maura”, profesional curtido en el diario Pueblo, portavoz del sindicato
vertical de la dictadura. ¿No es eso enaltecimiento del terrorismo?
Pero
aún quedaba otro expediente equis que añadir a la truculenta hemeroteca de El
País. Como si se tratara de una saga, a la vez que el diario cedía la presa de
los titiriteros se cobraba otra igualmente suculenta en su particular
peregrinaje contra la biodiversidad de Ahora Madrid. En esta ocasión la especie
clamaba: “La cátedra contratada por Carmena elabora un listado con 256 calles
franquista” (10 de febrero, pág.1 sección Madrid). Y nuevamente con los rigores
de la deontología en ignorado paradero. Valga la muestra: “La Cátedra de la
Memoria Histórica de la Universidad Complutense, formada por cinco
historiadores y presidida por Mirta Núñez, ha elaborado ya, a petición de
Ayuntamiento de Madrid, el primer borrador de las 256 calles franquistas, cuyo
nombre podría cambiarse. La lista, que no es definitiva y que aún podría tener
algún matiz, está integrada por más de dos centenares de personas relacionadas
con el bando nacional o la dictadura e incluye nombres de la cultura y el
pensamiento como Josep Pla, Gerardo Diego o Salvador Dalí”. Con semejante
desenfado informativo (“ha elaborado ya”; “lista que no es definitiva”, etc.),
el medio adoquinaba el nuevo conflicto municipal.
Porque
si ese era el tenor literal de la entradilla, la noticia se completaba con
otros elementos en conflicto salpicados a lo largo del texto. En un sutil
“donde dije digo, digo Diego”, que solo puede permitírselo un negocio a cuyo
frente esté un académico de la Lengua, El País expandía su mensaje de cabecera
asegurando que, fuentes sin concretar de la Cátedra de Memoria Histórica,
afirmaban que había “cobrado 17.999 euros por realizar el informe” y que “El
listado que adelanta EL PAIS no ha sido enviado aún al Ayuntamiento ya que está
a la espera de las últimas comprobaciones”. O sea, que en su particular empeño
por “limpiar, fijar y dar esplendor” a sus exclusivas el diario era capaz de
conjugar estructuras incompatibles sin inmutarse. Igual daba afirmar lo uno y
su contrario, a gusto de todos los públicos, de un cuerno se hace una percha. Y
para rematar, los redactores atribuían la autoría del listado al historiador
Antonio Ortiz, aunque sin aclarar qué papel jugaba este súbito investigador en
el panel de la Cátedra de la Memoria Histórica de la UCM. Otra verdad a medias.
Es decir, una falsedad.
Incluso
así, El País optó por el socorrido “sostenella y no enmendalla”, y en días
sucesivos alternó la arremetida por tierra, mar y aire con una retirada
ordenada. El 11 de febrero empleó tres páginas del cuadernillo Madrid, portada
(“La Complutense revisará la cátedra que hizo la lista de calles franquistas”)
y dos más abundando en su exclusiva, añadiendo además sendos artículos de
opinión (“El potaje madrileño”, de Andrés Trapiello, y “La lista”, de Marcos
Ordoñez) contra el supuesto “informe elaborado por la Cátedra de la Memoria
Histórica de la Universidad Complutense”. Curiosamente este alarde informativo
incluyó un texto (“La Complutense nunca financió la Cátedra de la memoria”)
que, por reducción al absurdo, evidenciaba que el susodicho “historiador Ortiz”
nunca formó parte de los órganos dirección de la Cátedra (presidenta,
coordinador general y consejo ejecutivo). Otra pieza magistral de aquel
periodismo grouchista de Primera Plana que hiciera famoso el dicho “nunca dejes
que la realidad te estropee una buena historia”.
Pero
no fue hasta el viernes 12 de febrero cuando El País, a hurtadillas como los
malhechores, admitía que el famoso informe en el que el buque insignia del
grupo Prisa había basado sus revelaciones era un camelo. Lo hizo con una breve
nota (“La entidad niega la autoría del informe”) empotrada en el texto
principal (“El listado de las calles franquistas fulmina la Cátedra de la
Memoria”) para hacer cohabitar a su fuente con el entorno de la entidad
certeramente vapuleada. En él venía a reconocerse que la propuesta sobre el
callejero franquista divulgada era en realidad solo un trabajo colgado en el
blog personal de Ortiz: <> y rechazando <>. Después de la publicación de la falsa foto de la
muerte de Hugo Chávez, este ha sido uno de los ridículos más espectaculares del
periódico global.
Con
este ejemplo de intrusismo en la verdad, concluía el enredo fabricado contra la
coalición popular que democráticamente ostenta el gobierno de Madrid por el
diario que ahora celebra su cuadragésimo aniversario. Aunque resulta difícil
comprender qué motivos han llevado a El País a calumniar a dos humildes
titiriteros y denigrar a un equipo de historiadores que trabajan a favor de la
Ley de Memoria Histórica. Cosa más sorprendente, si cabe, si se tiene en cuenta
que uno de sus periodistas más veteranos, Jesús Duva, es en la actualidad el
jefe de prensa de la alcaldesa, Manuela Carmena, y que en la lista de “calles
franquistas” nunca ha figurado el padre de su editor, Vicente Cebrián Carabias,
ex director de Arriba y de Pyresa (Prensa y Radio del Movimiento), el bunker
informativo de la dictadura.
Lo
que sí parece claro es que el barullo eficazmente propalado ha servido para
solapar los primeros testimonios del “caso Nóos”, paradigma de la corrupción
Marca España, donde se juzga a una hermana del Rey, de cuya real casa fue
responsable de comunicación Jesús Ayuso, ahora adjunto a la dirección de El
País. Será que, como dice el conocido tango, cuarenta años no es nada.
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