EL BOSQUE...
DUNIA SÁNCHEZ
Y me introduje en la profundidad de un bosque. Un bosque que me
distanciaba de la realidad. Sobre una piedra lamida por el musgo me senté. Mis pensamientos se iban enriqueciendo con el
amanecer no claro todavía ante la densa masa de las arboledas. Mis ojeras se
disipaban a medida que consumía su aroma. No sé por qué…su frescor…su humedad.
Me levanté, así, con mis brazos tatuados de arco iris para alcanzar algo de
agua de un arroyuelo que cruzaba por mis ojos. Y bebí…Sí, bebí de esa agua
aliento fugaz de los sueños, de la vida. El día iba creciendo en sentido de
hilos solares que penetraba aquella corpulencia verde, muy verde. Estaba aislada. Yo y el bosque. El bosque y
yo. La nada circulaba con su calidez más álgida y grande eran las fuerzas que
tomaba. Avanzaba en su cuerpo, en su forma al encuentro de no sé qué. No
esperaba nada solo el edificante himno de la paz que se puede saborear entre
sus carnes. Y me fui. Retorne a esa ciudad donde columpios de cementos y
asfaltos me exasperan. El sol en su punto más alto. El sol en la sombra de mis
ojos galopantes, galopantes en la huída. Me eclipse bajo mi techo y abrí
ventanas hacia el monte. Un viento frío me inundaba, un viento estremecedor
sobre los pilares de mi esencia. De
pronto la mirada del bosque vino a mí. Me pedía el regreso. Yo triste y
desganada era lumbre de la negatividad.
Pero el vino…Sí vino con su humedad y frescor. Invadió toda la
habitación de paredes blancas, muy blancas y un resoplido de verdor se impregnaron
en ellas. Raíces emanaban a medida que se iban agrietando. No sé como una rama
me invitó a elevar mi ser en sus entrañas. Retorné de nuevo en lo hondo del
bosque. Por qué…por qué…no lo sé. Me estaba llamando. Sí, me llamaba…Me abracé
a sus árboles. Como describir la sensación…extraña, inexplicable. Mi alma se
lleno de gozo y dicha. Ser acogida por su silencio, por su paz…
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