miércoles, 31 de octubre de 2012

PUGNA, por José Rivero Vivas


PUGNA

José Rivero Vivas

El Ateneo Miraflores nos brinda esta noche la oportunidad de ser partícipes de su programa, convertido sin más en formidable evento cultural, y ustedes, buenos amigos, con su asistencia nos arropan y dan calor en esta encrucijada. Permítanme el honor de expresarles a todos, con absoluta franqueza, mi sincero agradecimiento.
      Aun cuando no lo había previsto, tengo que desistir del propósito de leer estas notas, un tanto desproporcionadas para la sencillez de este acto, puesto que lo dicho por estos señores supone suficiente comentario para rubricar la presentación de estos libros, que no encierran, referidos a otros, nada especial en su arcano; añadir, por tanto, algo más a lo ya expresado, es salirse de tono en lo tácitamente acordado entre amigos

Debo, por tanto, en este apartado de reconocimientos, agradecer a Ánghel Morales su estupenda introducción, firme y solidaria, como agradezco también a Daniel Hernández María su magnífico análisis de La magua y cuanto a título personal aporta acerca de la trayectoria de su autor.
Gracias asimismo a Francisco Pomares, de Ediciones IDEA, por estas y otras publicaciones, y a quienes -algunos, autores de renombre en nuestro ámbito-, en reseñas y entrevistas, han vertido con generosidad su acertada crítica sobre mis escritos, hecho constatable en los fragmentos insertos al final de este volumen.
Comentaristas de ayer y de hoy, así como quien recientemente ha dejado bien reflejada la índole de mi quehacer, de igual modo que los editores de las diversas obras impresas, junto al cuerpo leal de lectores, han contribuido a este inquebrantable estar, habiendo sido, en negligencia esquiva, desapercibidos en el panorama literario. Ello representa inestimable colaboración en esta denodada porfía, por lo cual les estoy sumamente agradecido.
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Cada obra guarda su secreto, que va templando a medida que toma conformación y crece. Se trata de algo intrínseco en sí, que solamente a ella pertenece, y nadie, ni siquiera su autor, que es en realidad quien lo conoce, debe revelarlo. Es misterio susceptible de ser hallado por el lector, siempre que su aproximación sea auténtica ansia de descubrir su excelencia, lo cual implica cierto gesto de humildad, equivalente a reconocimiento, en el transcurso de su lectura.
Eludiendo la peculiaridad familiar, diremos que La magua nace, hacia 1985, tras inusitado amago de permanencia en las Islas. Ello me produjo inquietud y desazón, tal vez por no encontrarme apto para encarar la confinación que la perspectiva suponía. No hice ningún comentario al respecto, pero surgió el borbotón incontenible; creo que en el espacio de una semana di fin al manuscrito completo. Se fue al traste aquella propuesta, y arrancamos nuevamente hacia distante lugar. La novela fue más tarde elaborada en Madrid y pasada a máquina en Londres.
Estuvo en varios concursos, navegó por la Viceconsejería de Cultura y fue a encallar en Cabildo. Finalmente, en coedición con esta Corporación, fue publicada en 1995 por Editorial Benchomo, de Cándido Hernández, con asesoría del profesor Pablo Quintana, autor del prólogo que lleva también esta edición, la cual sale a luz por expreso deseo de Ánghel Morales, quien siempre apostó por su existencia en el mercado.
Recuerdo que Orlando Cova, poeta y escritor, en ausencia definitiva desde hace algo más de un año -Vaya esta mención como sentido homenaje a su memoria, cerca siempre y lejos de nosotros-, al comentarle la posibilidad de reeditar La Magua, me dijo:-A veces es preferible volver a publicar una obra de cómplice simpatía para el lector

Recuerdo que Orlando Cova, poeta y escritor, en ausencia definitiva desde hace algo más de un año -Vaya esta mención como sentido homenaje a su memoria, cerca siempre y lejos de nosotros-, al comentarle la posibilidad de reeditar La Magua, me dijo:-A veces es preferible volver a publicar una obra de cómplice simpatía para el lector.
Aquí está de nuevo, gracias a Ánghel Morales y Ediciones IDEA.
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La magua, situada geográficamente en nuestro entorno, representa, en cuanto autor, un homenaje a San Andrés, mi pueblo. A través de ello se convierte en homenaje a Tenerife, y, a su vez, pasa a ser homenaje a Canarias.
Una primera lectura da como resultado la sucinta exaltación de nuestros hechos y costumbres, así como algunos rasgos determinados de nuestra vida cotidiana, inducido el lector por las distintas anécdotas, apuntadas o insinuadas a lo largo del texto. Si la lectura es más detenida y atenta, se advierte que el desasosiego de Marcial e Inocencio, de Inocencio y Marcial, es consecuencia de la opresión que el individuo sufre por causa de la estrechez de su medio. Esta limitación terrible, torturadora y asfixiante, se da por variadas circunstancias, ajenas, muchas veces, al cerco natural que estos protagonistas padecen.
Existen, además, diversos aspectos que contribuyen a intensificar la trama, como la búsqueda de nuestra identidad, por sentirnos a la deriva en medio de la mar océana. Se percibe con nitidez el deseo de alcanzar el vínculo, casi inasible, con nuestros antepasados guanches, y fluctúan otras significaciones, de fácil hallazgo para aquellas personas que se inclinen sobre estas páginas con noble ánimo de observación y estudio. Así notarán la preocupación por el lenguaje, en su forma vernácula, con el aporte de cuantas palabras se emplean en la narración, de modo espontáneo y aun elevado, puesta la intención en dejar patente los vocablos propiamente autóctonos, ignorando aposta aquellos usados con incorrecta dicción, que al cabo han sido muchos incorporados al habla canaria.
La magua es asimismo evocación de un tiempo pasado que se mira con nostalgia, no por considerarlo mejor, como en las célebres coplas, sino por cuanto entraña de vida acumulada que se recuerda con sentimiento dispar. De aquí su localización en San Andrés, pueblo que pierde su esencia para adaptarse a la nueva identidad que el progreso le otorga.
El abandono, empero, de un mundo que se pierde es no solamente material. Existen valores que se consideran desfasados y se desechan tal vez por su concepto de anticuados y decadentes. Se posterga el amor, la bondad, la compasión, la solidaridad y la tolerancia, para dar paso a la ambición, el egoísmo, la hostilidad y la intransigencia.
No se trata de pensar que, en época anterior, escasearan estas actitudes improcedentes para la convivencia en paz y armonía. Ocurre, al parecer, que en la actualidad se pondera este estilo, y hasta se estimula el producirse de la suerte en detrimento de los preciados dones que han sido, y deben continuar siendo, paradigma de la humanidad.

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Trova y furor fue concebida hace algún tiempo. Llevaba entonces diferente título, que fue cambiado por entender que el actual define con mayor amplitud cuanto acaece en sus páginas. Vivía entonces en Madrid, donde surgieron nuevos proyectos y distintas obras en configuración; luego, por motivo de viajes y traslados, hube de dejar todo almacenado en espera de término factible.
            La riada de 2002 en Tenerife inundó el salón de la casa donde estaba el arca de hierro, la cual fue anegada de agua y barro, con lo que resultó inservible el acopio de escritos guardado. Otro tanto ocurrió donde vivo, por lo que me puse a limpiar el papel con cuidado, tratando de salvar lo más posible de aquel desastre.
            Tiempo después pasé a ver el arca. Al abrirla me di cuenta de que había muchos borradores sin pasar en limpio, donde sólo creí que había fotocopias y cosas repetidas. La visión me descompuso, pero quien me acompañaba, tratando de infundirme ánimos, empezó a sacar cuadernillos y desperdigarlos por el salón para que fueran secando. Lo demás fue directamente al contenedor.
Pasados unos días fui a recoger el resto, ya seco, y lo llevé conmigo a Londres. Estaban, además de los pliegos de esta obra, las piezas de teatro en verso y algunos escritos más, que pasé a ordenador y finalicé en nueva ejecución.
            Respecto de este título, tratando de evitar confusión, hemos de esclarecer sus conceptos clave:
Trova, por ser un canto alentador a lo largo del relato, aunque surjan a veces hechos y reflexiones de tinte menos risueño; no obstante, el hálito esperanzador subyace en su discurso.
Furor, por la propia fuerza arrolladora latente en la narración, a pesar del estado parsimonioso, a veces indolente, en que se mueven sus personajes.
En Trova y furor se insinúa en parte la situación, previa al momento presente que vive el Sur de Tenerife, y aun se hace alusión, en cuanto hecho histórico, a la muerte violenta ocurrida, hace mucho tiempo, en Vilaflor. Es obra que trata de la incrustación novelística, en oposición a la habitual actualización de la dramaturgia de otra época, por considerar redundante la adaptación que se hace de los clásicos y de las tragedias de la Antigüedad. Pienso que el teatro de hoy lo escribe el autor contemporáneo, y es misión de los profesionales de la escena el indagar sobre su existencia y no confiar demasiado en el círculo de sus allegados.
Trova y furor es asimismo obra de largo recorrido, sin incidencia alguna en las altas esferas de las magnas letras hispanas. Por eso es de agradecer que Ediciones IDEA haya destinado parte de su activo a publicar tantas obras de un autor que, por fortuna, parece no ser de multitudinaria acogida entre el público lector, cuyo desaliento tal vez se deba a la forma de hacer, que no es lineal, por cuanto el tema aparece envuelto, como en orden oculto, cual la vida misma, aunque empiece y termine en puntos opuestos. De ello se infiere que son múltiples y diversos los episodios de posible hallazgo en medio de la novela, carentes de jerarquía en su exposición, pero sujetos a nítida y metódica ilación en su desarrollo. Su dinámica adelanta, sin duda, hacia un objetivo, que el lector encontrará durante su progresión precisa.
De cuanto encierra en sí la novela, su evidencia y su porqué, prefiero no hablar, aunque ello deje de despertar curiosidad sobre ella. Creo que declarar yo, en cuanto autor, el fin perseguido, así como su estructura y cadencia, es dejarla petrificada, sin posibilidad de que el lector pueda por sí mismo imaginar cuanto la trama suscite en su sucesión continua. Desde este punto de vista, que es el mío, me resisto a exponer su interioridad, dejándola virgen, para que cada uno, desde su óptica particular, logre descubrir lo que recóndito anida en su seno.



 De modo que ultimo el lance, y, si este interludio no condesciende, dejemos aparte los sentimientos acerbos, y vayamos a degustar un vaso de buen vino, como colofón de esta grata velada.
José Rivero Vivas
Santa Cruz de Tenerife,
octubre de 2012


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