HABANA RAPERA DE VERSADOR
Por Roberto Cabrera
Hace aproximadamente
cuatro meses que fuimos a Cuba, qué linda es Cuba. Heráldica de cañas ruecas y
ocho carriles. Nos estrenamos con un vuelo raudo y convencional. La ragazza del
otro lado de la cabina le recuerda a las jóvenes mujeres de su familia, con grandes
tetámenes y patas de cabra como contraste. Pezones rosados que ocupan gran
parte del pecho. El comandante
Argany contactó primero con una parte del tren de aterrizaje, para luego centrar el aparato en la pista.. Le toca un sport del 50 color fresa para recorrer la isla. La muchacha no puede usar escotes demasiado descocados porque le asoma la rosa del botón floral. En la noche sale y encuentra antiguos colegas, que ansían salir prontamente de la zona. Se encuentran sometidos a muchas críticas. Le asoma a su mente la etapa de los manifiestos culturales creados en mesas del la tertulia del Restaurante El Faro en Santa Cruz de La Palma.
Allí, arácnidos y
lagartos largo tiempo solos en la oscuridad de la casa lo reciben.
La vuelta a la isla
le resultara agradable, prueba todos los vinos y dulces licores en su garganta
de homo catador. Carnes de cochino, de cabra y humos. Ante la mesa lee los
libretos de zarzuela donde gitanas gachís alegran páginas va de retro.
El rancho esta para
chuparse los deos , y la herida no ha criado crosta. Poco más supo del hermano
de su amigo saxofonista, la bofia lo detuvo en un control encontrándole un
pedazo de éxtasis envuelto en unas platinas viejas. La broma le va a costar
unos 70 trompos. También en la prensa un tal Matius se solaza y babosea con los
dueños de tugurios y hostales de la isla. La Alemania nazi vuelve a salir a
colación en conversas coloquiales. Strawinski, la música etnológica, todo ello
converge en la charla, mientras Itaca anda atareada buscando atardeceres de
azur y citas plebeyas de Infante y Miller, en la trastienda de los deseos. Su
amigo saxofonista señaló que la droga se la dio un sorchi en Palma, un
desconocido trompista que picaba la tuba.
Afrodisio continente
musical y Dionisos en contracción simbiótica.
Se trata de
coleccionismo como ya dije en otras ocasiones. De pequeño construía historias
cuyos protagonistas eran objetos en la mayor parte de los casos. Este recurso
surrealista, fue comentado vivamente para concluir en claves que sólo el autor
conoce. Curiosa forma de birlarle al lector unos buenos filetes realistas, como
el puegco que probó en Briesta, nombre muy apropiado para el aprendizaje de un
disléxico.
Al parecer los
comentarios sobre Strawinsky haciendo trabajo etnomusicológico en la isla, no
eran bromas de Cabrera Infante. La Novela Étnica rezaba el cartel de la
conferencia. Los Huaracheros de Huara. Huarachando Indio.
La situación era para
demenciarse. La operaria ofreció la carne mechada después de saludar con la
mágica invocación Tamaragua. La elucubración del conferenciante arreciaba. Las
cadenas locales de televisión alertaban a las miles de parabólicas que recogían
imágenes de balseros. La desesperación echa raíces en la oscuridad. Como el ingenio
en el silencio escupe brazos como ramas y hojas como incógnitas sobre la vida.
Memoria que le
alcanza a los ingredientes de una buena langosta enchilada y taxistas que
cuentan cómicamente sus experiencias. Los bosques crecían a ambos lados de las carreteras.
El sol estaba para resguardarse bajo lo que fuera. Los valles se abrían al
paso, mientras el mar jugueteaba con sus borlas de luz en una planicie extensa.
Cítricos, Aguacates,
Almendros y Castaños, salpican la ruta de verdes impredecibles creando en las
retinas los supremos contrastes.
El polen se arrastra
entre montañas y cascadas hasta el crepúsculo lácteo. Campanarios que visita la
escarcha de la luz. La isla acaba lejos del horizonte incardinado.
La música borboteaba
en las riberas pletóricas de marismas y géisers hasta las alcantarillas de las
síncopas. Palacios y Colas de dragón. Caderas que sudan con ritmo y exudan
urgencias de pubis arrollados por fuentes aderezadas con palmas y lúbricas
asperezas.
Visitaba lugares
donde el azar anda repleto de sincronismos y encuentros inesperados, signos en
los vericuetos de la naturalidad. Pintura naïf y hombres que recitan en vudú,
certezas cosmogónicas. Por fin se cura de los pequeños hematomas del viaje y
conduce alegremente el sport de la rent a car, encaminándolo hacia el
"Ponche y Agua". Al principio creyó que se trataba de un combinado de
ron dulce rebajado y hielo picado, luego elevaron el roda hasta extraerle una
de sus muelas de caucho. Los carros de alquiler parece que no chillan, se dijo.
Se enteró que a los
pequeños saurios les encantaban las sopitas de leche, por una conversación de
vecinas. Luego vendría el Baile zulú y la mística de peces de colores. Fayna
debería peinarse con comba negra y carey. Canas cerca del oído.
- Para no morirse,
¡un mojito!
- ¡Esta isla,
compadre está justo debajo del dragón americano!
- No somos
tirachinas, dijo Edmo. Pero nunca se sabe si, de atrás! alguien en la familia,
alguna se fajó con un narración que tiraba de parentescos de chinos de San
Juanito..
Barbas difíciles de
afeitar, y a aquellas horas en el Callejón de los Perros... Kuba de catiras y
carajacas. Había dos mulatas estiradas en los camastros de tela de yute,
dispuestas a todo por un par de caramelos de amor.
- En Varadero, si Vd.
es tan inocente de creer que un palillo se hunde, le digo que lo ve clavarse en
la arena blanca. compay.
- Se ven aviones de
vigilancia costera, dijo Fayna mientras se remangaba la camiseta de loros.
Eran minutos
contados, para recordar, como en playas del Este donde estaba el Auberge.
Minutos contados por un desvencijado reloj de pared que por fín anda. Tarecas
rusas y. arrastre de zapatillas chinas que vienen de adorno con los pijamas
orientales, hasta el borde de la clientela con rulos. Plata marroquí, quincalla
y pedicuría de palanganas, carmines de labio, espejos biselados y bronceadores
de ojos, faldas embutidas de guajira en el hall. Arreglos de metales que vende
algún músico y la orquesta interpreta, y mucho sabor.
- Con treinta minutos
de tinte natural es suficiente, terció la peluquera.
Pensaba en Pimentele
y cuando le espetó que Fayna era mejor artista que él mismo, Fly. Señalaba los
trabajos mecanografiados.
- ¿Bodeguero de La
Comercial, por favor tiene Vd. Amalaki?
El cuarteto indígena
se instalaría en el Auberge. El Sr Corben apareció de improviso en el buffet.
Lo último que se habría imaginado sería encontrar en aquel lujo, aquella tribu
salvaje.
Con playazo incluído
y travesía tipo Typasa, tienes derecho a estrenarte en plan olímpico y de ley,
dijo Fly.
Aceites de coco a
marea vacía con todos los nombres de vientos: siroco, sotavento, alisios, en
las rocas y en las tablas de los surfistas. En una piedra de algas, los
cangrejos y las crías del camarón. Conchas y manos frías en las espaldas
soleadas.
Dejó las gafas de
sol, un momento sobre la arena.
- ¿ De qué raza eres?
preguntó
- ¿Es que las
personas tenemos raza como los perros? - respondió la pequeña.
El alma de los
tibicenas bajaba al infierno makaronésico por las támaras.
- Yo soy morena,
terció otra de las niñas
En el paseo solitario
de la noche en la Playa Honda, al retorno del Casino, imaginaba que la policía
no podría deteber a los cambulloneros de la Casa del Mar por tener la bandera
ilegal expuesta. Realmente era un cuadro con marco y en el arte todo es válido.
Las niñas jugaban en
sus sueños sobre el sofá de la vecina hasta descuartizarlo, como los geos con
las ikurriñas.
Bajaron un poco,
hasta el Bar de Batista. Había un panketa orinando en una puerta. Era bastante
tarde y la voz de Sade emergía de aquellos antros, mientras pasaban clientes
con bocadillos de dos pisos. Más abajo había otra barra con tipos entrando y
saliendo del servicio con la chopa roja de drogarse por la nariz. Pronto
apareció otro músico que reaparecía a escena luego de una temporada con maestro
Lambea haciendo música basura. La gallina que le acompañaba enseguida habló de
contratos y de que no podrían fallar en Las Américas. Que ellos no estaban para
viajes relámpago, por lo que no habría Gran Hotel ni desayunos con el Sr.
Corben. Partiría el Cuarteto solo, con los habituales y lo puesto. Perdidos en
free jazz y contrabajo en cabina. No daría tiempo de reservar el m.c.o. y el
avión bananero no portaría el ukelele, dijo la marimorena del aeroplano. Más
bien tirando a rubio platino con franja negra en mitad de los cascos de tintes
añejos y buena tranca . A esa edad la profesión de camarera de vuelo la
sostenía sólo con el trinqui, el one haig - se oyó la voz del comandante.
- Coloque el
contrabajo con cinturón de seguridad - gruñó, según mandan los manuales de
Berklee.
- Luego denunciaremos
el caso al jefe de escala, que es lo que hay que hacer - le gritó Fayna,
tildándola de maestrilla.
Los años no pasan en
balde y Robin Fly se sentía mejor portando el laud moruno. Durante el tránsito
terrestre viajaron en caravana de Willies hasta la Villa de los Ancian Canary.
Fly era el pájaro mosca cansado de retratar al rey Hussein cuando pasó con su
cohorte hascia los reservados que se le dispendiaban en tierras de Lancelot.
Había que tocar en el
Paralelo, todo lleno de marinos y algún barriadaje un Fables of Faubus de
Mingus manejando el malabar humor volcán. Enfundado en sus blue jeans y tomando
daikiris como marinero cubano en la Feria del Atlántico o jarras de lager con
Pedro Concepción en los reservados del Gallito hablando de su Carmen Delia.
Tocaron y el júbilo
estalló ¡ Oh Lord! parece cantar Charlie, serio y místico, un monstruo con
chaqueta cheyenne de pelo de rata y contrabajo en baca de su ranchera.
- Que salten los del
"ukelele" por la rampa número tres. grirtó la camarera de a bordo,
ahora con gorra de pico y guantes de trabajador del ramo del frío. ¡ el
cuarteto intentado salvar el pellejo gracias a la barriga del bajo! con las
cuerdas a dos días de navegación en sotavento, se hicieron unos anzuelos con
las cuerdas, que se arriaban gracias a las clavijas. Al tercer día ya se pudo
construir una vela y cocinar por turnos. Abajo, más abajo, en el fondo aletea
como una medusa alejándose del remolino, la existencia hundida.
Roberto Cabrera
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