miércoles, 10 de octubre de 2012

HABANA RAPERA DE VERSADOR


HABANA RAPERA DE VERSADOR

Por Roberto Cabrera


Hace aproximadamente cuatro meses que fuimos a Cuba, qué linda es Cuba. Heráldica de cañas ruecas y ocho carriles. Nos estrenamos con un vuelo raudo y convencional. La ragazza del otro lado de la cabina le recuerda a las jóvenes mujeres de su familia, con grandes tetámenes y patas de cabra como contraste. Pezones rosados que ocupan gran parte del pecho. El comandante

 Argany contactó primero con una parte del tren de aterrizaje, para luego centrar el aparato en la pista.. Le toca un sport del 50 color fresa para recorrer la isla. La muchacha no puede usar escotes demasiado descocados porque le asoma la rosa del botón floral. En la noche sale y encuentra antiguos colegas, que ansían salir prontamente de la zona. Se encuentran sometidos a muchas críticas. Le asoma a su mente la etapa de los manifiestos culturales creados en mesas del la tertulia del Restaurante El Faro en Santa Cruz de La Palma.

Allí, arácnidos y lagartos largo tiempo solos en la oscuridad de la casa lo reciben.

La vuelta a la isla le resultara agradable, prueba todos los vinos y dulces licores en su garganta de homo catador. Carnes de cochino, de cabra y humos. Ante la mesa lee los libretos de zarzuela donde gitanas gachís alegran páginas va de retro.

El rancho esta para chuparse los deos , y la herida no ha criado crosta. Poco más supo del hermano de su amigo saxofonista, la bofia lo detuvo en un control encontrándole un pedazo de éxtasis envuelto en unas platinas viejas. La broma le va a costar unos 70 trompos. También en la prensa un tal Matius se solaza y babosea con los dueños de tugurios y hostales de la isla. La Alemania nazi vuelve a salir a colación en conversas coloquiales. Strawinski, la música etnológica, todo ello converge en la charla, mientras Itaca anda atareada buscando atardeceres de azur y citas plebeyas de Infante y Miller, en la trastienda de los deseos. Su amigo saxofonista señaló que la droga se la dio un sorchi en Palma, un desconocido trompista que picaba la tuba.

Afrodisio continente musical y Dionisos en contracción simbiótica.

Los españoles no son tan malos, dijeron los locutores de crónica rosa. Unas gotitas de gastronomía, con lagrimeo en cualquier rincón del programa, la tensión del directo y fotos de fofas y andobas marbellís. Es el único espíritu nacional que se sorprende a cada tramo de la  autocomplacencia.
Se trata de coleccionismo como ya dije en otras ocasiones. De pequeño construía historias cuyos protagonistas eran objetos en la mayor parte de los casos. Este recurso surrealista, fue comentado vivamente para concluir en claves que sólo el autor conoce. Curiosa forma de birlarle al lector unos buenos filetes realistas, como el puegco que probó en Briesta, nombre muy apropiado para el aprendizaje de un disléxico.

Al parecer los comentarios sobre Strawinsky haciendo trabajo etnomusicológico en la isla, no eran bromas de Cabrera Infante. La Novela Étnica rezaba el cartel de la conferencia. Los Huaracheros de Huara. Huarachando Indio.

La situación era para demenciarse. La operaria ofreció la carne mechada después de saludar con la mágica invocación Tamaragua. La elucubración del conferenciante arreciaba. Las cadenas locales de televisión alertaban a las miles de parabólicas que recogían imágenes de balseros. La desesperación echa raíces en la oscuridad. Como el ingenio en el silencio escupe brazos como ramas y hojas como incógnitas sobre la vida.

Memoria que le alcanza a los ingredientes de una buena langosta enchilada y taxistas que cuentan cómicamente sus experiencias. Los bosques crecían a ambos lados de las carreteras. El sol estaba para resguardarse bajo lo que fuera. Los valles se abrían al paso, mientras el mar jugueteaba con sus borlas de luz en una planicie extensa.

Cítricos, Aguacates, Almendros y Castaños, salpican la ruta de verdes impredecibles creando en las retinas los supremos contrastes.

El polen se arrastra entre montañas y cascadas hasta el crepúsculo lácteo. Campanarios que visita la escarcha de la luz. La isla acaba lejos del horizonte incardinado.

La música borboteaba en las riberas pletóricas de marismas y géisers hasta las alcantarillas de las síncopas. Palacios y Colas de dragón. Caderas que sudan con ritmo y exudan urgencias de pubis arrollados por fuentes aderezadas con palmas y lúbricas asperezas.

Visitaba lugares donde el azar anda repleto de sincronismos y encuentros inesperados, signos en los vericuetos de la naturalidad. Pintura naïf y hombres que recitan en vudú, certezas cosmogónicas. Por fin se cura de los pequeños hematomas del viaje y conduce alegremente el sport de la rent a car, encaminándolo hacia el "Ponche y Agua". Al principio creyó que se trataba de un combinado de ron dulce rebajado y hielo picado, luego elevaron el roda hasta extraerle una de sus muelas de caucho. Los carros de alquiler parece que no chillan, se dijo.

Se enteró que a los pequeños saurios les encantaban las sopitas de leche, por una conversación de vecinas. Luego vendría el Baile zulú y la mística de peces de colores. Fayna debería peinarse con comba negra y carey. Canas cerca del oído.

- Para no morirse, ¡un mojito!

- ¡Esta isla, compadre está justo debajo del dragón americano!

- No somos tirachinas, dijo Edmo. Pero nunca se sabe si, de atrás! alguien en la familia, alguna se fajó con un narración que tiraba de parentescos de chinos de San Juanito..

Barbas difíciles de afeitar, y a aquellas horas en el Callejón de los Perros... Kuba de catiras y carajacas. Había dos mulatas estiradas en los camastros de tela de yute, dispuestas a todo por un par de caramelos de amor.

- En Varadero, si Vd. es tan inocente de creer que un palillo se hunde, le digo que lo ve clavarse en la arena blanca. compay.

- Se ven aviones de vigilancia costera, dijo Fayna mientras se remangaba la camiseta de loros.

Eran minutos contados, para recordar, como en playas del Este donde estaba el Auberge. Minutos contados por un desvencijado reloj de pared que por fín anda. Tarecas rusas y. arrastre de zapatillas chinas que vienen de adorno con los pijamas orientales, hasta el borde de la clientela con rulos. Plata marroquí, quincalla y pedicuría de palanganas, carmines de labio, espejos biselados y bronceadores de ojos, faldas embutidas de guajira en el hall. Arreglos de metales que vende algún músico y la orquesta interpreta, y mucho sabor.

- Con treinta minutos de tinte natural es suficiente, terció la peluquera.

Pensaba en Pimentele y cuando le espetó que Fayna era mejor artista que él mismo, Fly. Señalaba los trabajos mecanografiados.

- ¿Bodeguero de La Comercial, por favor tiene Vd. Amalaki?

El cuarteto indígena se instalaría en el Auberge. El Sr Corben apareció de improviso en el buffet. Lo último que se habría imaginado sería encontrar en aquel lujo, aquella tribu salvaje.

Con playazo incluído y travesía tipo Typasa, tienes derecho a estrenarte en plan olímpico y de ley, dijo Fly.

Aceites de coco a marea vacía con todos los nombres de vientos: siroco, sotavento, alisios, en las rocas y en las tablas de los surfistas. En una piedra de algas, los cangrejos y las crías del camarón. Conchas y manos frías en las espaldas soleadas.

Dejó las gafas de sol, un momento sobre la arena.

- ¿ De qué raza eres? preguntó

- ¿Es que las personas tenemos raza como los perros? - respondió la pequeña.

El alma de los tibicenas bajaba al infierno makaronésico por las támaras.

- Yo soy morena, terció otra de las niñas

En el paseo solitario de la noche en la Playa Honda, al retorno del Casino, imaginaba que la policía no podría deteber a los cambulloneros de la Casa del Mar por tener la bandera ilegal expuesta. Realmente era un cuadro con marco y en el arte todo es válido.

Las niñas jugaban en sus sueños sobre el sofá de la vecina hasta descuartizarlo, como los geos con las ikurriñas.

Bajaron un poco, hasta el Bar de Batista. Había un panketa orinando en una puerta. Era bastante tarde y la voz de Sade emergía de aquellos antros, mientras pasaban clientes con bocadillos de dos pisos. Más abajo había otra barra con tipos entrando y saliendo del servicio con la chopa roja de drogarse por la nariz. Pronto apareció otro músico que reaparecía a escena luego de una temporada con maestro Lambea haciendo música basura. La gallina que le acompañaba enseguida habló de contratos y de que no podrían fallar en Las Américas. Que ellos no estaban para viajes relámpago, por lo que no habría Gran Hotel ni desayunos con el Sr. Corben. Partiría el Cuarteto solo, con los habituales y lo puesto. Perdidos en free jazz y contrabajo en cabina. No daría tiempo de reservar el m.c.o. y el avión bananero no portaría el ukelele, dijo la marimorena del aeroplano. Más bien tirando a rubio platino con franja negra en mitad de los cascos de tintes añejos y buena tranca . A esa edad la profesión de camarera de vuelo la sostenía sólo con el trinqui, el one haig - se oyó la voz del comandante.

- Coloque el contrabajo con cinturón de seguridad - gruñó, según mandan los manuales de Berklee.

- Luego denunciaremos el caso al jefe de escala, que es lo que hay que hacer - le gritó Fayna, tildándola de maestrilla.

Los años no pasan en balde y Robin Fly se sentía mejor portando el laud moruno. Durante el tránsito terrestre viajaron en caravana de Willies hasta la Villa de los Ancian Canary. Fly era el pájaro mosca cansado de retratar al rey Hussein cuando pasó con su cohorte hascia los reservados que se le dispendiaban en tierras de Lancelot.

Había que tocar en el Paralelo, todo lleno de marinos y algún barriadaje un Fables of Faubus de Mingus manejando el malabar humor volcán. Enfundado en sus blue jeans y tomando daikiris como marinero cubano en la Feria del Atlántico o jarras de lager con Pedro Concepción en los reservados del Gallito hablando de su Carmen Delia.

Tocaron y el júbilo estalló ¡ Oh Lord! parece cantar Charlie, serio y místico, un monstruo con chaqueta cheyenne de pelo de rata y contrabajo en baca de su ranchera.

- Que salten los del "ukelele" por la rampa número tres. grirtó la camarera de a bordo, ahora con gorra de pico y guantes de trabajador del ramo del frío. ¡ el cuarteto intentado salvar el pellejo gracias a la barriga del bajo! con las cuerdas a dos días de navegación en sotavento, se hicieron unos anzuelos con las cuerdas, que se arriaban gracias a las clavijas. Al tercer día ya se pudo construir una vela y cocinar por turnos. Abajo, más abajo, en el fondo aletea como una medusa alejándose del remolino, la existencia hundida.

Roberto Cabrera


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