JUAN CRUZ RUIZ
En todas las épocas, al menos desde 1970, ha
habido una narrativa canaria a la que los medios antepusieron la palabra nueva.
La nueva narrativa canaria de ahora incluye numerosos autores,
todos interesantes y todos de su padre y de su madre. En aquel tiempo, los 70
del siglo XX, la narrativa canaria (también la nueva) vivía bajo una maldición
que subrayó Alfonso García-Ramos, que por otra parte fue un apóstol de aquella
novedad narrativa que incluyó a algunos autores de ambos lados de las islas.
Decía Alfonso (que, con Luis Alemany, Emilio
Sánchez-Ortiz, Isaac de Vega y Rafael Arozarena, estaba entre los hermanos
mayores, o los tíos, de aquella generación) que los isleños estábamos dotados
para la poesía, pero que la narrativa se nos resistía. Desde que dijo eso el
gran periodista que escribió Guad, entre otras singulares obras narrativas, en
Canarias ha habido pléyades de narradores e incluso de muy buenos narradores.
Incesantes olas de escritores de ficción que han utilizado y utilizan la
narrativa para contar lo que pasa en su tierra, y sobre todo lo que pasa en las
ciudades y en las noches de su tierra.
Hace unos meses se presentó en Madrid la obra de
Mariano Gambín Ira Dei y ahora acaba de presentarse también en Madrid El sueño
de Goslar, de Javier Hernández-Velázquez. Y al tiempo que este último
presentaba en la Casa de Canarias la novela en la que Santa Cruz (y la famosa
escultura de Henry Moore El guerrero de Goslar, que está en la Rambla del 11 de
febrero desde 1977) es protagonista, una narradora, ensayista y poeta
grancanaria, Elisa Rodríguez Court, presentaba en la sede madrileña de la
librería La Central su libro Decir noche...
Junté a Gambín con Hernández-Velázquez porque, aparte
de sus distintas maneras de ejercer el arte de la novela, ambos sitúan ciudades
(uno, La Laguna, sobre todo su subsuelo, y el otro, como digo, Santa Cruz, y en
cierto modo también su subsuelo) como territorio protagonista de sus
ficciones... Desde Luis Alemany y sus Puercos de Circe me parece que no había
habido en la narrativa canaria (ni en la vieja ni en la nueva) una ambición tan
explícitamente urbana de contar la guerra y los sueños de las islas.
Aparte de esa coincidencia, que en cierto modo alerta
sobre una tendencia, despertar la conciencia sobre la existencia de las
ciudades como excelente material narrativo, lo que interesa subrayar es la
vitalidad de la ficción, y las excelencias que subyacen en la escritura de
ambos.
El último que se ha presentado, Hernández-Velázquez, un escritor que nació en la calle Progreso del barrio de Duggi, en Santa Cruz, escribe una ficción que puede ir en la estantería negra de las librerías, pero puede transitar por donde quiera. Enraizada en la isla de Tenerife, y específicamente en la ciudad en la que él nació, tiene como columna vertebral una invención sobre el supuesto robo (que en cierto modo se dio) de la célebre escultura de Moore, pero se asienta en el lenguaje, el diálogo, la descripción, el humor e incluso el cinismo, como territorio en el que siente que ha de distribuir sus ingredientes.
El último que se ha presentado, Hernández-Velázquez, un escritor que nació en la calle Progreso del barrio de Duggi, en Santa Cruz, escribe una ficción que puede ir en la estantería negra de las librerías, pero puede transitar por donde quiera. Enraizada en la isla de Tenerife, y específicamente en la ciudad en la que él nació, tiene como columna vertebral una invención sobre el supuesto robo (que en cierto modo se dio) de la célebre escultura de Moore, pero se asienta en el lenguaje, el diálogo, la descripción, el humor e incluso el cinismo, como territorio en el que siente que ha de distribuir sus ingredientes.
Aunque se desarrolle básicamente en un solo sitio, es
una novela cosmopolita que rescata para Santa Cruz algo de lo que la capital
dimitió hace rato (quizá desde 1973, cuando se celebró aquella exposición de
escultura en la calle que evoca la novela), y es la ambición de ser otra, de
ser más abierta y más alegre, menos sombría y menos pequeñoburguesa. Aquella
oportunidad, la escultura en la calle, de la que el novelista extrae sus
símbolos, fue una gran bocanada de aire fresco en la ciudad. El simbólico robo
de la escultura de Moore, perdida entre los pasadizos subterráneos de la
ciudad, parece ser una alerta del novelista: cuidado, porque en efecto no te
pueden robar la escultura, Santa Cruz, pero te pueden robar la vida...
La novela se ha presentado en una semana en que el
editor de Hernández-Velázquez, Anghel Morales, de Ediciones Aguere (ahora
asociada con Ediciones Idea), presentó también en la sede de la SGAE una idea
singular: el Grupo Retablo (Maite Domínguez, Pablo Bethencourt) le ha puesto
música a algunos novelistas del G21 (de Narrativa Canaria Actual). Han asociado
sus composiciones a textos de distintos autores de ese grupo, los han mezclado
también con fotos y cuadros de María Rey, Elsa Victorias, Andrés Delgado y Luis
Alberto Hernández y han contribuido a generar un nuevo espacio mental para
leerlos: el espacio en el que confluyen todas las artes, la música, la pintura,
la fotografía, la literatura... Faltaba la escultura para completar el sueño, y
ahí ha venido precisamente la novela de Hernández-Velázquez, que va de lo que
pesan los sueños cuando éstos se combinan con obras como ese guerrero de Goslar
que sigue soñando en Santa Cruz, mientras es soñado, también, por la ciudad...
REPRODUCIDO DEL PERIODICO LA OPINION DE TENERIFE
No hay comentarios:
Publicar un comentario