sábado, 10 de agosto de 2019

HABLAR EN PÚBLICO


A contracorriente

HABLAR EN PÚBLICO
Enrique Arias Vega
Tengo un amigo que se dedica a dar cursos de cómo hablar en público. El tío es un crack.

Tiene muchísimo más trabajo que el que debiera porque en España apenas si sabemos exponer una idea sin caer en el tópico, en la imprecisión, en la falta de vocabulario y hasta en la ignorancia más elemental. No hay más que ver cualquier encuesta improvisada a viandantes en la tele para sonrojarnos de vergüenza ajena.

Lo peor es que los mal hablantes no tienen la culpa de ello. En primer lugar, porque nadie les ha enseñado cómo hacerlo bien. En segundo lugar, porque su modelo verbal son unos locutores que, cuando se expresan en público, comenten más faltas y más errores que aciertos.
Antes no era así y aquí había unos oradores de aúpa que acabaron cuando se masificó la enseñanza pública y, en vez de mantenerse los estándares de calidad, todo el mundo se puso a enseñar y, por comodidad, los exámenes orales fueron sustituidos por pruebas escritas, muchas de ellas, además, tipo test, con lo que te ahorrabas hasta la mera corrección gramatical.
Recuerdo, en mis lejanísimos tiempos, la cantidad de pruebas orales que pasábamos, la aleatoriedad de las mismas y que te llegaban de improviso inquiriendo sobre cualquier tema estudiado en el curso: era como el terror inquisitorial que en paz descanse. Algo de eso sigue haciéndose en las dos Américas, donde mayores y adolescentes se expresan con una precisión y un convencimiento que cautivan a cualquiera.
Para empezar, en cualquier exposición pública, el ponente debe decir alto y claro su nombre y sus credenciales y cuán es el propósito de su disertación.
Aquí, en cambio, la mayoría de nuestros alumnos pasan su vida sin abrir su boca y el día en que lo hacen su aturrullan hasta para decir su propio nombre. Así vamos.

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