lunes, 4 de marzo de 2019

REGISTRO DE UNA ÉTICA


REGISTRO DE UNA ÉTICA
EDUARDO SANGUINETTI,
 FILÓSOFO 
Una vez descubierto, el deseo puede causar estragos, al saberlo cada cual queda en libertad de comprometerse, sin olvidar que su última meta es el registro de una ética, no de una moral. Del mismo modo cuando se práctica sin máscaras, ni ocultamientos, la escritura es un golpe mortal a los sentidos de quienes la leen. Completar los espacios vacíos sin rechazar nada de lo que acude a la mente, sin importar medir los riesgos de escribirlo, teniendo idea de que la creación literaria radica dondequiera que se manifiesta la ausencia.

De algún modo mi discurso se hace permeable al elemento que, por un status interior del lenguaje, pasa por aquello que no puede ser dicho. La tentativa consiste en dejar mostrado claramente que el lenguaje procaz, utilizado por los escribas del poder, no tiene ‘nada que decir’ y, de acuerdo a las circunstancias, la inexpresividad bajo todas sus formas, emerge de la organización neurótica del sistema del simulacro y la represión fundamental de la creatividad.

Es mi deseo, señalar que los quienes tomamos la enorme responsabilidad de escribir en medios gráficos y publicar libros, tenemos que ser cada día más inspirados, agudos, cada día más firmes y contestatarios, porque de lo contrario “el periodismo acabará muriendo, ya que está siendo invadido por las relaciones públicas, la banalidad, la mentira y la publicidad”.

Esto tiene que ver con la censura a la libertad de prensa en Argentina, incontestablemente, hoy, convertida por mérito propio en una de las peores del mundo.

Su concentración ha llegado a dimensiones inquietantes, terroríficas. Dos grandes diarios cubren la totalidad del país. Las informaciones políticas, directamente copiadas de las Agencias de Prensa, no constituyen ni siquiera el 10% del contenido del diario. La crítica literaria está ausente, se limita solo a almibarados comentarios sobre obras que antes de ser escritas solo son ruinas. Y asumo el tengo que contestar que una de las grandes presiones que está enfrentando la prensa argentina de hoy y, por lo tanto, una de las más notables posibilidades de censura, proviene del afán de solapar con noticias falaces, sin comprobación cierta, las grandes noticias que ansían ver la luz, ocultadas por agentes de la inquisición informativa.

Opino que tan peligrosos como los ataques frontales a los miembros de la prensa, ataques que a menudo provienen del poder político, empresarial, sindical e incluso de los mismos medios como un simulacro de disenso, pueden ser los intentos por imponernos una estética (si es que se le puede llamar así) que socava los cimientos del periodismo honesto y veraz.

A los que nos atacan abiertamente los podemos identificar, denunciar, combatir. Pero hay otra amenaza de la que casi nadie habla, que es la presión, que a veces obliga a engendrar una censura que se activa automáticamente dentro de periodistas serios pero cobardes, en cuanto llega la hora de denunciar.

A menudo leo notas periodísticas que resumen en candidez y estupidez lo que debería ser tratado en forma creativa pues se trata de la vida en comunicación, firmadas por periodistas que considerados por la comunidad estupidizada, como profesionales de experiencia, son sólo marionetas de un sistema inmundo. Entonces me pregunto: ¿cuándo tiraron la toalla, su sentido crítico, su noción del equilibrio y del balance de la noticia que intentan comunicar? En síntesis, ¿cuándo comenzaron a hacer concesiones empujados por presiones del miedo o simplemente se han vendido cual prostitutas desesperadas, a la orgía desinformativa?

Vivimos hoy en un país, donde los periodistas, los escritores con talento, son amenazados, perseguidos, asesinados… columnas de medios veraces o libros con sentido, donde la cultura servía de apuntalamiento para sostener las pulsiones de libertad, fueron eliminados, ya no son ni un recuerdo. Hay gentes, grupos, estamentos, que obstaculizan la labor informativa, y es mi deber, por mi calidad de intelectual comprometido, denunciar.

No ignoro, que personas como yo, que intentamos comunicar las realidades, molestamos a ignorantes que detentan el poder y no se admiten réplicas ni denuncias a su accionar devenido en instancias que realmente provocan asco, y me refiero a las “pequeñas-grandes” corrupciones habituales que como paisaje recibimos los argentinos y que ya ni siquiera se cuestiona: miles de personas sin preparación usurpan puestos de importancia de nuestro Estado con la complicidad de quienes deben, pueden, desde las corporaciones económico-mediáticas denunciar, pero simplemente deviene silencio convirtiéndolos en cómplices de dichas aberraciones.

Imposible no ver el sadismo que se oculta tras el discurso acerca de la caridad, el poder detentado, por sobre quién no tiene nada, gracias a un puñado de pan, un colchón para pasar la noche, un plato de sopa. Y, en cuánto a la libertad, reivindicada por todos como el más preciado de los bienes, ¿verdaderamente quién la experimenta?, ¿quién la desea?, ¿quién puede asumir sus riesgos mientras la mayoría aspira a una posición de privilegio materializado en objetos, excluyendo responsabilidades para con la comunidad toda?

Antes de que el periodismo muera, luego de una agonía sin éxtasis, tenemos que reafirmarnos en la seriedad, siendo a la vez insumisos y rotundos; darle trascendencia a lo que es realmente trascendental para el país y para el mundo del cual formamos parte, combatiendo con una dialéctica clara y contundente para de ese modo desenmascarar y combatir a quienes malogran envileciendo todo lo que tiene de maravilloso, feliz y nítido la aventura humana, devenida en goce, que no se resume a explicarlo, sólo en experimentarlo, en un instante y para siempre.


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