EDUARDO
SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Una vez
descubierto, el deseo puede causar estragos, al saberlo cada cual queda en
libertad de comprometerse, sin olvidar que su última meta es el registro de una
ética, no de una moral. Del mismo modo cuando se práctica sin máscaras, ni
ocultamientos, la escritura es un golpe mortal a los sentidos de quienes la
leen. Completar los espacios vacíos sin rechazar nada de lo que acude a la
mente, sin importar medir los riesgos de escribirlo, teniendo idea de que la
creación literaria radica dondequiera que se manifiesta la ausencia.
De algún modo mi
discurso se hace permeable al elemento que, por un status interior del
lenguaje, pasa por aquello que no puede ser dicho. La tentativa consiste en
dejar mostrado claramente que el lenguaje procaz, utilizado por los escribas
del poder, no tiene ‘nada que decir’ y, de acuerdo a las circunstancias, la
inexpresividad bajo todas sus formas, emerge de la organización neurótica del
sistema del simulacro y la represión fundamental de la creatividad.
Es mi deseo,
señalar que los quienes tomamos la enorme responsabilidad de escribir en medios
gráficos y publicar libros, tenemos que ser cada día más inspirados, agudos,
cada día más firmes y contestatarios, porque de lo contrario “el periodismo
acabará muriendo, ya que está siendo invadido por las relaciones públicas, la
banalidad, la mentira y la publicidad”.
Esto tiene que ver
con la censura a la libertad de prensa en Argentina, incontestablemente, hoy,
convertida por mérito propio en una de las peores del mundo.
Su concentración ha
llegado a dimensiones inquietantes, terroríficas. Dos grandes diarios cubren la
totalidad del país. Las informaciones políticas, directamente copiadas de las
Agencias de Prensa, no constituyen ni siquiera el 10% del contenido del diario.
La crítica literaria está ausente, se limita solo a almibarados comentarios
sobre obras que antes de ser escritas solo son ruinas. Y asumo el tengo que
contestar que una de las grandes presiones que está enfrentando la prensa
argentina de hoy y, por lo tanto, una de las más notables posibilidades de
censura, proviene del afán de solapar con noticias falaces, sin comprobación
cierta, las grandes noticias que ansían ver la luz, ocultadas por agentes de la
inquisición informativa.
Opino que tan
peligrosos como los ataques frontales a los miembros de la prensa, ataques que
a menudo provienen del poder político, empresarial, sindical e incluso de los
mismos medios como un simulacro de disenso, pueden ser los intentos por
imponernos una estética (si es que se le puede llamar así) que socava los
cimientos del periodismo honesto y veraz.
A los que nos
atacan abiertamente los podemos identificar, denunciar, combatir. Pero hay otra
amenaza de la que casi nadie habla, que es la presión, que a veces obliga a
engendrar una censura que se activa automáticamente dentro de periodistas
serios pero cobardes, en cuanto llega la hora de denunciar.
A menudo leo notas
periodísticas que resumen en candidez y estupidez lo que debería ser tratado en
forma creativa pues se trata de la vida en comunicación, firmadas por
periodistas que considerados por la comunidad estupidizada, como profesionales
de experiencia, son sólo marionetas de un sistema inmundo. Entonces me
pregunto: ¿cuándo tiraron la toalla, su sentido crítico, su noción del
equilibrio y del balance de la noticia que intentan comunicar? En síntesis,
¿cuándo comenzaron a hacer concesiones empujados por presiones del miedo o
simplemente se han vendido cual prostitutas desesperadas, a la orgía
desinformativa?
Vivimos hoy en un
país, donde los periodistas, los escritores con talento, son amenazados,
perseguidos, asesinados… columnas de medios veraces o libros con sentido, donde
la cultura servía de apuntalamiento para sostener las pulsiones de libertad,
fueron eliminados, ya no son ni un recuerdo. Hay gentes, grupos, estamentos,
que obstaculizan la labor informativa, y es mi deber, por mi calidad de
intelectual comprometido, denunciar.
No ignoro, que
personas como yo, que intentamos comunicar las realidades, molestamos a
ignorantes que detentan el poder y no se admiten réplicas ni denuncias a su
accionar devenido en instancias que realmente provocan asco, y me refiero a las
“pequeñas-grandes” corrupciones habituales que como paisaje recibimos los
argentinos y que ya ni siquiera se cuestiona: miles de personas sin preparación
usurpan puestos de importancia de nuestro Estado con la complicidad de quienes
deben, pueden, desde las corporaciones económico-mediáticas denunciar, pero
simplemente deviene silencio convirtiéndolos en cómplices de dichas
aberraciones.
Imposible no ver el
sadismo que se oculta tras el discurso acerca de la caridad, el poder
detentado, por sobre quién no tiene nada, gracias a un puñado de pan, un
colchón para pasar la noche, un plato de sopa. Y, en cuánto a la libertad,
reivindicada por todos como el más preciado de los bienes, ¿verdaderamente
quién la experimenta?, ¿quién la desea?, ¿quién puede asumir sus riesgos
mientras la mayoría aspira a una posición de privilegio materializado en
objetos, excluyendo responsabilidades para con la comunidad toda?
Antes de que el
periodismo muera, luego de una agonía sin éxtasis, tenemos que reafirmarnos en
la seriedad, siendo a la vez insumisos y rotundos; darle trascendencia a lo que
es realmente trascendental para el país y para el mundo del cual formamos
parte, combatiendo con una dialéctica clara y contundente para de ese modo
desenmascarar y combatir a quienes malogran envileciendo todo lo que tiene de
maravilloso, feliz y nítido la aventura humana, devenida en goce, que no se
resume a explicarlo, sólo en experimentarlo, en un instante y para siempre.
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