viernes, 8 de marzo de 2019

EL POZO DE LA MEMORIA...13 y 14


EL POZO DE LA MEMORIA...13 y 14
DUNIA SÁNCHEZ
Flores muertas, solo eso. Cortadas en el desdén de nuestras manos. El agua de la ducha, tibia, corre por mi cuerpo. El vapor arrastra mi visión a un espejo engorroso, bloqueado. Siento la necesidad de mirar este cuerpo desnudo en desahucio de su aroma a través del amor, del deseo. Despacio, me acaricio cada una de sus partes. Piel deambulando en un devenir inexacto, indeciso. A eso si temo, no el ahora. Voy envejeciendo con la memoria de mis antepasados, un pozo hondo donde el quejido pierde su sentido. Hace frio, entumecida miro mis pechos y aun fuertes, precisos manan el yo de mis entrañas.

Una reconditez aunque en armonía, esboza la desesperanza de un mañana.  Aquí, en esta tundra donde los ecos de la memoria me martirizan. Salir del baño, encontrarme otra vez con viejas verdades que no han cicatrizado, solo, el callar. Sí, callar. Y mi mano toca mi vientre, de mi ombligo eclosiona el desafío de un desequilibrio. Pero no, no pierdo el sentido. Una gran tormenta invernal se prepara. Truenos y relámpagos hacen temblar este piso en medio de una ciudad desconocida, descuidada. Quiero salir de este baño pero hallar otra vez de esa mujer derrotada en el ayer me paraliza, me captura en la duda. Sola, desgarrada, herida con la sentencia de la muerte ¡Basta ya¡ Así es este mundo y me produce un preciso dolor aguado en mis sienes, en mi estómago. Me vuelvo y vomito todo mal. Me alejo como loba en busca de su guarida. Me lamo cada cuchillo que me apuñala, que me pisa, que me mata y salgo del baño. Todo se vuelve gris, todo se vuelve marmóreo, todo se vuelve caótico ¿dónde ese hogar del ayer?  No, no ha sido un largo sueño, todo es real, todo es verdad. Voy al salón y miro al techo, las tela de arañas andan ahí. Nada ha cambiado. Miro el jarrón y ahí está con las fotos. No, no hay flores. Camiseta, pantalón, y un chubasquero. Salgo a la calle, la tarde convoca figuras carnavalescas, máscaras desatan la irrealidad, el yo oculto. Es asombroso ante esta lluvia torrencial que la gente desfigurada, cerca de sus fuerzas internas baile, corran, canten al son estrepitoso de la música. Retorno, estoy pasando a lado de mi vecina y me saluda. Una sonrisa habita muy lejos de ella, no salgo de mi estupor. Volver abrir esa puerta, me es igual, no tengo miedo. Todo está normal el jarrón y las fotos, las tela de arañas. Un indeciso resquemor barre mi mente, una soledad que me acecha. Apoyo mi frente en mis rodillas y vuelvo al presente. Un presente más gratificante. Sé que ellas están ahí, muy cerca de mí, abrazándome. Y el cansancio tira de mí, me acuesto en este sofá frente al jarrón y las fotos.


EL POZO DE LA MEMORIA...14

14
Madrugada. El chubasco que no cesa, el rumor de los gestos carnavalescos que no cesa. Solo deben quedar restos de una juerga que se emancipa de la cordura. Solo cantos opacos, desafinados y el chasquido indudable de alguna caída. Despierto en una masa abrazada a los sueños. Todo es sueño, me pregunto. Pero he hablado con ella, con esa abuela que nunca conocí y que ahora está ahí en ese jarrón, con esas fotos. Fotogramas de su entereza ante lo inhumano, ante lo inadmisible, ante lo desfigurado de las formas de existencia. Me impacta su adiós, en una plaza rodeada de la nada.  Una muerte lenta y agónica en su resistencia, en su valor. Y el mundo sigue igual, ahora más cerca, más próximo, con un mando, con una radio que emite crueles masacres, espantosos genocidios en el devastar de este globo terráqueo. Mis pisadas dictan la ventana, me asomo y una fragancia húmeda, gélida atraviesa mi rostro. Mi rostro de ojos dormidos, de boca oprimida. Ahí están los carnavaleros  escondidos detrás de sus máscaras con cierta escandalera, impertinentes ante el chaparrón. Me ausento de ella y mis ojos rozan ese jarrón, esas fotos. Las cuatro de la mañana. Sí, son las cuatro y parece que la luna ronda otra vez y parece que la tormenta se evade a otro lugar desplazada por un puntual viento. Hace horas que no tomo café y lo necesito, siento la ausencia de su aroma, de su sabor en mi cuerpo. Esperaré unas horas. Sí, dejar pasar el tiempo donde en un minúsculo espacio de este tiempo desvariado saldrá el sol. Y el sol me abrigará, y el sol me acogerá con todo su dominio mientras mis huellas dejadas en la orilla de la playa se sumergirán en un agradable baño. Caracolas, algas, peces  y la rompiente ola apagada sobre mi ser. Lo necesito. Necesito entregarme a él, aunque sea por unos instantes pequeños. Quiero, deseo, ambiciono muchas preguntas sin resolver. Creo que hoy es día perfecto, el día donde todos se esconden bajo su antifaz en la figuración de la fiesta. Sola, gaviotas y pardelas evocando el descanso, lo sabroso de la tranquilidad. Aquí, me queda todavía cigarros y en mi meditación, en mis pensamientos lumbre de mis antepasados me acercaré a esas imágenes intactas en el tiempo. Observo ese piano, donde se posa el jarrón, las fotos y me vuelvo por un momento frágil…muy frágil. Tengo tentaciones a pesar de lo precoz de las horas de tocarlo. El, acariciado por mi abuela, por mi madre y porqué no yo. Me introduciré en ellas en el…umh…como viento que rasguea en las ventanas de esta casa. Y vendrá la inspiración, y vendrá ella y me acompañará en la sonoridad de sus notas. Me siento dichosa y no sé porqué. Este saber y el acogedor recuerdo de mi abuela me envuelven en una danza sin fin de verticalidad. Tic, tic, tic…todavía suena aunque la dejadez de los años no más que haya de él un manto de cenizas y polvo. A lo lejos, tras las paredes de esta casa aun se escucha algún resacado en su disfraz, los camiones de la limpieza pasan y arrastrarán toda memoria de lo que hubo.

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