¿POR QUÉ CELEBRAMOS CON NUESTROS “DIFUNTOS”
ITZAMNÁ
OLLANTAY
Para los pueblos del hemisferio Sur, entre los meses de octubre y noviembre, con el inicio de la época de las lluvias, reinicia el ciclo agrícola. Comienza a germinar la vida en la Tierra, que a su vez garantizará vida en sus diferentes formas.
En este punto del calendario agrícola, las civilizaciones andinas establecieron el Aya Mark’ay Killa (en el idioma quechua significa, mes para abrazar a las y los difuntos).
Esta festividad que consistía en hacer procesiones multitudinarias llevando en andas los cuerpos biodegradados de los seres queridos difuntos, con abundante música, bailes, comidas y bebidas, fue una práctica generalizada en el siglo XVI que cronistas como Guamán Poma lo narraron con detalles.
En la actualidad,
finales de octubre, e inicios de noviembre, continúa siendo el momento festivo
en el que recibimos con alegría y dedicación a nuestros seres queridos en
nuestras casas, y en los campos santos (cementerios).
En mi familia, muy a
pesar de la permeación sufrida por el cristianismo o el pentecostalismo, desde
la segunda quincena de octubre preparamos en familia el altar de las ofrendas
para nuestros seres queridos que viven/vuelven con nosotros desde la dimensión
cósmica. Mis hijas exigen,… “que ya es tiempo de armar el altar”. Es toda una
pedagogía familiar en y para el “arte de la muerte”… Cocinamos, servimos la
comida/bebida todos los tiempos en el altar adornado con flores, regalos…
Considero que es el
tiempo donde casi por completo desaparece el tabú o el miedo a la muerte que
aún nos habita. Es una experiencia existencial de comensalidad, celebración
familiar, que rompe la sensación de la frontera de la vida y de la muerte.
¿Qué significa la
muerte para los pueblos originarios?
La idea y el
sentimiento de la “muerte” como el final o el fracaso, es un legado de la
modernidad. Por tanto, es un vestigio o evidencia del colonialismo y de la
colonialidad.
Para el
judeocristianismo (muy a pesar del esfuerzo de algunos mensajes de liberación
de Jesús de Nazaret) la muerte es asumida como “castigo, consecuencia del
pecado”. Por ello, la muerte es fracaso, pérdida, lamento.
La ciencia moderna,
en su incapacidad de explicar un suceso tan trascendental como es la “muerte”,
simplemente la encapsuló como un “enigma”, “tabú”, “misterio”… en consecuencia
afianzó el sentimiento de miedo, vergüenza, dolor… en las personas ante este
suceso.
Considero que la
concepción de la muerte ligada al sentimiento de miedo es una de las
herramientas de dominación más potentes que el colonizador cristiano utilizó y
utiliza para subyugar a los pueblos, y así evitar cualquier intento de
sublevación. El miedo a la muerte inmoviliza cualquier intento de
insubordinación. La sublevación en pueblos colonizados es pecado, y el pecado
se castiga con la muerte.
Para los pueblos
originarios, no colonizados del todo, la muerte es una transición dentro del
mismo ciclo de la vida. Por eso se celebra, se festeja, se muestra, se comparte
en comunidad dicho suceso existencial.
Desde la lógica
simbólica y compleja, la muerte es vida. Por eso se celebra justo al inicio de
la siembra agrícola. La muerte es como el proceso que vive la mariposa que deja
su capullo para volar y volver a la flor y posibilitar la vida con la polinización.
Esta sensación es
la que nos afianza en nuestra certeza festiva sobre lo que llamamos muerte. Que
en realidad no es ninguna muerte, sino la transición a una forma de vida
cósmica para estar y ser todo en todos y con todos. Ser miembros plenos de la
comunidad cósmica.
La celebración con
altares de ofrendas en las casas, y fiestas en los campos santos, evidencian
este sentipensamiento que aún poseemos sobre este suceso trascendental.
En tiempos de
pandemia, es urgente repensar nuestra actitud y concepción sobre la muerte. El
sufrimiento en estos tiempos modernos ante la muerte, y la imposibilidad de
despedir a nuestros seres queridos, fue y es muy duro. Debemos educarnos ante
la muerte con una nueva pedagogía, ojalá festiva y de comensalidad.
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