Y LOS BORBONES
VOLVIERON A TOMAR EL TRONO
POR VÍCTOR
ARROGANTE
Fue un 22 de Noviembre de 1975, cuando Juan Carlos de
Borbón fue proclamado rey de España. Sustituía como jefe de Estado, al dictador
Francisco Franco, muerto dos días antes. Fue una proclamación que no una
coronación. Franco impuso un régimen continuador del Movimiento Nacional: una
“monarquía del Movimiento”. El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la
Constitución y como forma política del Estado la monarquía parlamentaria. El
rey, hoy fugado a Arabia Saudí por sus negocios y comisiones poco esclarecidas,
ni juró ni prometió la Constitución. Solo la sancionó. Su poder era previo,
franquista y monárquico.
Juan Carlos I nació en 1938 en Roma, donde se exilió su abuelo Alfonso XIII, quien abandonó España tras la instauración de la Segunda República. Juan Carlos, hasta su abdicación en 2014, sostuvo uno de los reinados más largos de la dinastía borbónica en España. La historia de los borbones en nuestro país es turbulenta y la inestabilidad como signo de identidad, por responsabilidad directa de la Corona, o por cuestiones impuestas por la convulsa Europa. Juan Carlos no fue el primer Borbón ‘pacificador’, aunque sí el que se acercó más, gracias al tiempo en el que reinó y el contexto histórico que le proporcionó la incorporación de España a la Unión Europea.
Franco estableció las bases para el futuro monárquico
de España en 1947, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del
Estado, que declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe
del Estado la facultad de proponer a las Cortes la persona que lo sucedería a
título de rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de
dios, y usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y
con guardia mora. Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista,
parecido a la corte real de Alfonso XIII, pero con guerrera blanca, camisa azul
y boina roja, España era una democracia orgánica, sin democracia, además de un
reino sin rey.
Ya había reino sin trono, sustentado por una cruel
dictadura; faltaba elegir a la persona, al sucesor; y no iba a ser el heredero
del anterior rey −Alfonso XIII había sido declarado culpable de alta traición,
degradado de sus dignidades y expropiados sus bienes por las Cortes de la
República−. Franco cerró la puerta a su hijo Juan en la propia Ley de Sucesión:
El Jefe del Estado puede proponer a las Cortes la exclusión de la sucesión a
aquellas personas reales carentes de la capacidad necesaria para gobernar o que
“por su desvío notorio de los Principios Fundamentales del Estado o por su
actos, merezcan perder derechos de sucesión establecidos por esta Ley”. Don
Juan no reunía las características adecuadas; parece que era demasiado liberal,
pero su hijo podría resultar. El 14 de mayo de 1977 tuvo lugar uno de los
hechos políticos más relevantes para la historia de la actual monarquía
española, la renuncia de Don Juan de Borbón a sus derechos dinásticos en favor
de su hijo Juan Carlos.
Algunos apuntes sobre la historia
de los borbones en España. Tras la muerte sin
descendencia del último Austria, las dos grandes dinastías europeas utilizaron
España como campo de batalla de una guerra internacional: la Guerra de
Sucesión. Fernando VI fue el primer rey Borbón nacido en España y asumió el
trono con 16 años. No estaba preparado. Llegó al trono con la intención de
frenar la política exterior española. Se ganó el apodo de El Prudente, pero no
lo fue tanto. Fue el responsable de la Gran Redada contra los gitanos de 1749,
separando a los hombres de sus mujeres e hijos y destinando a unos al trabajo
forzado y a otros a prisión.
Carlos III llegó a España con experiencia de
gobierno tras reinar en las Dos Sicilias. Y fue, con diferencia, el menos
excéntrico de los primeros borbones. Puso en marcha las grandes reformas bajo
el despotismo ilustrado. El motín de Esquilache, que acabó en revuelta popular
por ordenar que los madrileños dejasen el sombrero de tres picos y la capa
larga, para mayor seguridad pública. Dio un impulso definitivo a la ciudad de
Madrid con ensanches, avenidas, plazas, y monumentos como la Cibeles, el Museo
del Prado o la Puerta de Alcalá.
Carlos IV, llegó al trono con 40 años pero algo
despreocupado de sus obligaciones como monarca. El peso político recayó en
Manuel Godoy, principal responsable de que las tropas francesas se asentaran en
España en su camino hacia Portugal. El motín de Aranjuez, que termina con
Godoy, provoca la abdicación de Carlos IV y el ascenso efímero de su hijo
Fernando VII. Napoleón convoca a ambos en Bayona y consigue que Fernando
renuncie al trono, sin conocer que su padre había traicionado a la dinastía
borbónica, prometiendo a Napoleón concederle los derechos de sucesión de la
corona, que más tarde transferirá a su hermano José Bonaparte, nunca reconocido
como rey por las Cortes españolas quienes aprobaron la Constitución de 1812 en
Cádiz.
Fernando VII, el deseado, es el rey peor recordado por
la historia. Fue incapaz de acabar con la situación económica en la que España
había quedado tras la guerra de independencia. Su primera medida fue derogar
La Pepa. Con el tiempo, mientras Europa avanzaba social, económica e
incluso democráticamente, España continuaba inmersa en guerras internas por la
cuestión sucesoria. Isabel II, heredó la corona a los tres años, siendo su
madre María Cristina regenta. Las Cortes acabaron por nombrar mayor de edad a
Isabel con 13 años, por 193 votos a favor y 16 en contra.
Durante el llamado Sexenio Democrático, la política
nunca se olvidó de los borbones. No lo hizo Cánovas del Castillo, que fue la
principal voz defensora de la opción de Alfonso XII. Ocupó el trono, por un
golpe de Estado, gracias a un pronunciamiento militar en diciembre de 1874 tras
el pronunciamiento en Valencia del general Martínez Campos. Con fama de
preparado (les suena), se le conoció como el pacificador. Fue un período
marcado por el tradicional turnismo gubernamental entre Cánovas y Sagasta.
Alfonso XII murió en el exilio en 1885 de manera
inesperada, y con su mujer, María Cristina de Habsburgo, embarazada. Ante el
miedo a otro conflicto sucesorio como el que protagonizaron carlistas e
isabelinos, Sagasta paralizó el proceso de sucesión hasta conocer que había
nacido un varón: Alfonso XIII nació siendo monarca de España, aunque fue su
madre la que tuvo que lidiar durante el proceso de regencia con el desastre del
98, la pérdida de las últimas posesiones de ultramar y el trauma nacional.
Durante el reinado de Alfonso XIII, España se enfangó
en el Rif y la campaña militar llevó al país a otro descalabro que hizo mella
en la opinión pública, ya radicalizada. El monarca consintió la deriva
autoritaria de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, lo que supuso su
sentencia. Mientras, los políticos de todo el espectro se sentían desamparados
por el rey, crecía el republicanismo que supondría su punto final. Tras las
elecciones municipales de 1931, entendidas en clave plebiscitaria en las
grandes ciudades, el abuelo de Juan Carlos I abandonó España y se exilió en
Roma.
Durante el franquismo, se produjeron demasiadas
intrigas e intereses para la reinstauración (o instauración según lo dijeran
unos u otros) de la monarquía. Tras descartar al heredero legítimo Juan de
Borbón, hijo de Alfonso XIII, se eligió al hijo del pretendiente. Un niño al
que se le podría adoctrinar en la ideología del régimen. Se le cambió el nombre
de Juanito, a Juan Carlos y no es hasta el 22 de julio de 1969, cuando con el
título de Príncipe de España, Juan Carlos jura como sucesor de Franco. (Ley 62/1969, de 22 de julio, por la que se provee lo
concerniente a la sucesión en la Jefatura del Estado).
Ese fue el primer acto institucional en su camino al
trono de España. Jura fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser
sucesor de Franco a título de rey, “recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad
política surgida del 18 de julio”. Aseguraba para él y los suyos la corona que
hoy ostenta su hijo; y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco,
convencidos de que un príncipe que jurase fidelidad a los principios y leyes
del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil de manejar. Pero ya se
sabe, quién traiciona a su padre, traiciona a dios y al diablo si en ellos dice
creer y es necesario.
Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador. Franco
delegó en él en dos ocasiones por motivos de salud, por lo que podría decirse
que el rey emérito “ejerció de dictador suplente” en dos ocasiones. El monarca
se acomodó al sistema, y el pueblo se acostumbró a un rey, al que mantenía
económicamente, sin opinión, salvo el día de nochebuena, delante de un Belén
con sonidos de zambomba y pandereta.
La monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática;
atenta contra la igualdad de oportunidades y al principio constitucional de
igualdad ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no
tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de ninguna
naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no tienen
competencia alguna sobre la gestión de la Casa Real. La persona del rey es
inviolable constitucionalmente, lo que le sitúa por encima de la ley. La corona
es un órgano opaco, nada transparente, que no da cuentas a nadie, sobre nada ni
de todo. Es tiempo de pensar en cambiar el Sistema, por cuestión de salud
democrática.
Durante la Transición se establece la monarquía
parlamentaria como modelo político del Estado. Todo fue posible por el acuerdo
tácito de pasar página; por miedo y por el ansia y anhelo de libertad. La
Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una operación de blanqueo
e hipnotismo ejemplar: “o te comes la manzana con gusano o no hay manzana”,
decía el profesor Vicenç Navarro.
El rey ostentaba la legalidad fáctica heredada de
Franco, y la legitimidad dinástica de su padre, pero no fue hasta el 23F en el
que pasó, de ser el rey de Franco, a salvador de la democracia. Se trataba de
consolidar al rey, ya fuese con el triunfo del golpe de Estado o con su
fracaso. Y lo consiguieron.
El actual rey, ni pía ni pasma, pero nada es todo lo
que parece; son otros quienes le mantienen en el trono y no es por España, sino
por su propia conveniencia
Víctor Arrogante
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