ANDRÉS MARTÍN PEINADO EN LA PRESENTACIÓN DE SU
NOVELA ORGULLO ANCESTRAL.
Escribir es divertirse, en el
sentido más amplio de la palabra. Miren si no, al Príncipe de los Ingenios
Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Alguien piensa, que la máxima figura de la
literatura española no se divirtió componiendo las alocadas aventuras de su don
Quijote de la Mancha?... Yo creo que sí, y mucho.
Escribir es lidiar con tanta mala noticia que nos bombardea a diario. Es una forma de restablecer las emociones dañadas cuando vemos que la violencia, la miseria, la intolerancia, el extremismo, entre otras calamidades, parecen imponerse a valores y actitudes tan necesarios hoy en día como la humanidad, la prudencia, el dialogo, la compasión, el respeto, la honestidad, la responsabilidad y un largo etcétera. En definitiva, es una forma de tomar impulso para afrontar la realidad que nos rodea.
Escribir es también
un tónico, es curativo. Para aquellos que hace tiempo que no lo hacen, o que no
lo tienen por costumbre porque están dedicados a otras prioridades, yo les animo
a que busquen un espacio de tiempo, un rato a lo largo del día o de la noche y alcen
la pluma sobre un pliego en blanco para plasmar una historia de amor, de rabia,
de ilusión, de superación…, cualquier sentimiento es válido para que vean cuán
terapéutico es escribir.
Hay tres palabra,
en la opinión de quien les habla, que resumen la naturaleza de los que escriben,
y da igual si se hace como divertimento, terapia, protesta o mil motivos más.
El caso, es escribir de corazón. Son tres palabras, como digo, que hacen del
gusto de escribir algo fascinante: La PASIÓN, la ILUSIÓN y la MAGIA.
Quizás alguno de ustedes
se estará preguntando, ¿y qué tiene que ver todo esto con escribir una novela?
Tiene que ver y
mucho, porque si uno escribe sin pasión, sin ilusión, sin magia, sin
divertirse, simplemente sería cualquier cosa menos un escritor.
Pero resumir el arte
de escribir con tres palabras quizás sea mucho resumir, por lo que hoy me
gustaría enfocar esta presentación de un modo diferente. Hoy hablaré de Orgullo
ancestral desde otra perspectiva, hablaré de cómo se fue formando en mi cabeza,
o utilizando la misma palabra que empleó el ilustre y universal don Miguel en el
prologo de su don Quijote, hablaré de cómo se engendró.
La pregunta, por
tanto, es obvia, ¿Cómo nació Orgullo ancestral?... ¿Cómo fui llenando hojas y
hojas en blanco de diálogos, episodios, escenarios, personajes y situaciones de
este libro que hoy tengo el gusto de presentar?
Algunos escritores le
llaman Inspiración.
Stephen King, el
maestro de la narrativa de terror contemporánea, dijo en uno de sus muchos
libros, que no hay ningún Depósito de Ideas, o Isla de novelas enterradas, él
dijo que las buenas ideas planean hasta aterrizar en la cabeza del escritor.
En mi caso no
surgió de pronto, sino que fue algo parecido a lo que afirmó King; un planear, pero
con aterrizaje laborioso, porque yo soy de los que piensan que escribir un buen
relato es difícil, y hacerlo con el corazón todavía más, por eso intento ser
cuidadoso y no equivocarme a la hora de elegir.
A pesar de tener en
mente algunos episodios, una serie de escenas y varios personajes, para mi
desespero, no conseguía dar con ese elemento mágico que me ilusionara.
Llevaba meses metido
en ese rebuscar incierto de ideas, curioseando en los estantes de distintas
bibliotecas, buscando ese… algo que me ayudara a cohesionar aquel proyecto de
novela, cuando di con un libro del historiador y médico canario Juan
Bethencourt Alfonso que me interesó mucho. Al profundizar en su contenido,
enseguida llamó mi atención un suceso que ocurrió apenas cien años acabada la
Conquista, y que me sorprendió por la determinación que mostraron un grupo de
vecinos de Candelaria, todos ellos descendientes de los guanches, al
enfrentarse en litigio judicial a las autoridades de la Isla y, algunos años
más tarde, a la Iglesia. Y todo por hacer valer sus derechos de portar en
exclusividad la imagen de la Virgen de Candelaria. Pensé mientras leía y tomaba
notas, que se repetía otra vez la historia de David y Goliat, dado lo humilde
de los querellantes y lo poderoso de las estructuras gubernativas de aquel
tiempo. Ese hecho se conoció como «el pleito
de los naturales». Quiero
aclarar que yo, tan
solo soy «alguien que ama la
historia del propio país», como se definió así mismo el Ilustre
Viera. Y desde este punto de vista, de alguien que ama la historia, de
alguien cautivado por todo lo relacionado con nuestra tierra, creo firmemente que el llamado «pleito
de los naturales» pudo ser el despertar de aquellos descendientes
guanches a una conciencia étnica que reivindica una reconstrucción identitaria o cultura específica.
Dicho de otra manera, pudo ser el nacimiento de un sentimiento que añora a los
antiguos pobladores como grupo con identidad propia. Este sentimiento, fue
creciendo en el tiempo hasta consolidarse algunos siglos después con una
sociedad isleña que rescata lo ancestral del olvido en que había caído después
de la Conquista.
Pero volvamos a la biblioteca. Recuerdo
que, mientras me empapaba de este acontecimiento tan sabroso de nuestra
historia, me invadió un sentimiento de optimismo, o de esperanza, no sé. A lo
mejor fue simplemente que hacía una tarde maravillosa, soleada, especialmente
cristalina, donde cualquier cosa, por complicada que parezca, nos resulta realizable.
Este episodio, me decía mi instinto, era un buen elemento de cohesión para
todas aquellas ideas que danzaban libres en mi cabeza. Pero tenía mucho trabajo por delante y no
quería hacerme demasiadas ilusiones, pues como dije al principio, escribir un
buen relato es difícil, y hacerlo con el corazón, aún más.
Tocaba por tanto, seguir
buceando en bibliotecas, buscar libros especializados, manosear textos propios
y ajenos, tirar de revistas y periódicos, archivos públicos y privados,
curiosear por internet… En definitiva, buscar información, mucha información
para, aparte de los hechos que les he adelantado, crear un ambiente adecuado
para reflejar lo cotidiano de las vidas de los personajes que hollaron las rúas
y caminos en aquella época, y dotar, dicho sea de paso, al conjunto con todos
los ingredientes necesarios para convertirlo en un buen libro.
Este proceso de
documentación que he citado, en ocasiones, se puede convertir fácilmente en una
ardua labor que puede durar años. Ya lo dijo el profesor tinerfeño Antonio
Rumeu de Armas, y cito textualmente: cuando
una investigación se traduce en acopio de fuentes, se puede decir que en ella
está el germen de un libro futuro.
En eso estaba, investigando,
cuando cayó en mis manos un librito titulado Las antiguas calles de La
Laguna. Enseguida quedé prendado de lo añoso de la nomenclatura de sus vías
públicas. Nombres de calles tan sabrosos como el Tambor, las Quinteras, el Tizón, la Encantada, la Rosada, el Remojo,
el Peral… Al igual que su autor, no pude, como apasionado que soy de todo
lo pasado, evitar preguntarme, ¿quiénes eran las Quinteras?, ¿quién fue el
dueño del tambor?, ¿dónde estuvo el peral?... El caso es que, ya bien sea
porque siempre he sido un enamorado de esta hermosísima ciudad Patrimonio de la
Humanidad, o porque, como dije antes, las cosas de los siglos pretéritos me apasionan,
y hasta me producen cierta nostalgia, decidí que San Cristóbal de La Laguna
sería el escenario principal de la novela que ya había empezado a formarse en
mi cabeza.
La elección de la
época, sin embargo, obedeció a una cuestión práctica, porque estaba
familiarizado con el Tenerife de finales del siglo 15 y principios del 16 por
haberlo estudiado a fondo cuando me documenté para mi primera novela. Pero
necesitaba investigar más. Necesitaba saber el trazado antiguo de La Laguna,
pues soy de esos escritores que les gusta mover a sus personajes por sitios que
todavía existen, y que el lector reconozca los lugares que le señala el autor. En
esta fase de la novela, se impone el trabajo de campo, de búsqueda y
localización de los escenarios para los personajes.
He de confesar, que
algo que me divierte mucho y me produce un entusiasmo muy similar a los mejores
días de escritura, es dar largos paseos por la ciudad con la cámara terciada
para situar calles, plazas y edificios originales en el trazado urbanístico actual.
Afortunadamente, pude valerme del primer plano de La Laguna realizado por el ingeniero italiano Leonardo
Torriani en la década de los años ochenta del siglo 16, una pieza magnífica que me ayudó mucho. Era algo adelantado para mi propósito, ya
que mi historia arranca en el primer cuarto del siglo 16. Pero como la ciudad
creció mucho en los primeros años de su fundación y en aquel entonces las cosas
no cambiaban tan rápido como ahora, les aseguro que no hay muchas alteraciones
importantes. Como dato significativo en este sentido, es suficiente superponer
el plano de Torriani sobre el trazado actual de La Laguna para comprobar que la
configuración original, apenas a cambiado.
Antes de
continuar, hagamos un pequeño resumen para no perdernos. Tenía la época y el escenario,
como ya he comentado, San Cristóbal de La
Laguna en el primer cuarto del siglo 16, tenía el episodio de los vecinos de Candelaria, tenía también una historia
de amor y aventura madurando en mi cabeza y, gracias al ingeniero italiano
Leonardo Torriani, disponía de una herramienta valiosa que me permitiría mover
a mis personajes una vez situados dentro de la ciudad.
¿Pero qué
faltaba?... Faltaba algo muy importante, faltaba establecer el ambiente que se
respiraba en el Tenerife de la post-conquista. En este sentido, siempre intento
que, en la medida de lo posible, el lector se ponga en la piel de los
protagonistas. Con tal finalidad, profundicé en los libros que, durante más de
cinco siglos, cronistas e historiadores nos han ido dejando para que el lector pueda
hacerse una idea de cómo era aquella sociedad donde la convivencia entre
guanches y conquistadores, no fue fácil. Ya se hacía eco Fray Alonso de
Espinosa en 1591 de esta turbiedad de ánimo que afligía a los guanches viejos
en su obra: Historia de Nuestra Señora de
Candelaria.
También
dejó indicios de este ambiente poco feliz para los indígenas, el Ilustre y
pensador rebelde Viera y Clavijo en su obra: Noticias de la Historia General de las Islas de Canarias, en 1773.
Orgullo Ancestral no es una novela que pretende
reavivar debates de lo que se hizo, o se dejó de hacer en el pasado. La
historia es la que es, es la herencia de los que vivieron entonces, y nada
podemos cambiar de ese pasado.
Pero sigamos.
Tras muchos meses haciendo acopio de información, tenía ya en mi cabeza la historia
que quería contar con principio, nudo y desenlace, y mucha, muchísima
información que fui desgranando de forma natural en los diálogos de los
protagonistas.
Quiero
recalcar, que me he esforzado para recrear los escenarios y situaciones que se
vivieron antaño para que el lector vea, o pueda imaginar, la época que les tocó
vivir a los protagonistas, y he rescatado unos hechos que, como dije
anteriormente, fueron, en la modesta opinión de quien les habla, el despertar
de un sentimiento que reivindica nuestra historia y nuestra cultura.
Por
último, y con esto acabo, quisiera dedicar unos minutos a mi primera novela, Achineche. Sé que hay muchos entre los
presentes que ya la han leído, pero para los que no lo hayan hecho, solo
comentarles que ambas novelas están unidas entre sí por varios personajes y una
sucesión de hechos que, como una tela de araña, tienden hilos temáticos y
narrativos entre ellas, aunque tengo que decir, que cada una cuenta una historia
diferente y tiene un final cerrado. También decirles que da igual el orden en
que se lean. Al final, el lector, terminará entrelazando ambas novelas como una
sola.
Y así nace
una novela, con PASIÓN, ILUSIÓN y MAGIA, o por lo menos la mía. La otra parte,
la que habla de una lacerante historia de amor, de compromiso con los más
débiles, de convivencia, también de odio, venganza
y opresión, esa parte se las dejo enteramente sin más comentarios.
Espero que disfruten con Orgullo
Ancestral. Buenas tardes y gracias por su asistencia.
ANDRÉS MARTÍN PEINADO
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