BLACK FRIDAY Y HUELGAS OBRERAS EN EL
OTOÑO DEL DESCONTENTO
La
pandemia ha aumentado las desigualdades y los agravios acumulados, pero también
ha desvelado la vulnerabilidad del capital. Sin trabajadores y trabajadoras no
funciona nada. Las huelgas muestran ese poder potencial
JOSEFINA L. MARTÍNEZ
Protestas de los trabajadores de Amazon en Boston (EE.UU.) el pasado mes de marzo.
En medio de la
fiebre consumista del Black Friday, trabajadoras esenciales exigen sus
derechos. La huelga del metal de Cádiz y otras protestas son un altavoz para un
malestar general contra la precariedad. De plataformas digitales a piquetes de
huelga, de eso va esta columna.
Hace días que nos bombardean con técnicas agresivas de marketing, ofertas increíbles si compras ya, la felicidad a golpe de click. Parece que se acaba el mundo si te quedas fuera de la fiesta: del Black Friday al Cyber Monday, en noviembre se dispara el consumo mundial. El capitalismo es un sistema productivista y consumista. La competencia impulsa a producir más, en menos tiempo y a costos más bajos. El capital alimenta la llama del consumo porque necesita colocar una cantidad cada vez más grande de mercancías, más allá de que tengan o no alguna utilidad social. La obsolescencia programada, la industria publicitaria, el crédito y las plataformas de venta digitales potencian esas tendencias. Marx señalaba que la producción determina no solo el objeto de consumo sino el modo de consumo, la producción capitalista crea al consumidor y sus necesidades artificiales.
Black Friday es
sinónimo de Amazon, crecimiento del transporte de mercancías por tierra, por
aire y por mar junto con la proliferación de grandes nodos logísticos en las
periferias urbanas. Esto ha permitido a los capitalistas deslocalizar la producción
y utilizar mano de obra barata en todo el globo, pero ese modelo está muy
cuestionado. En primer lugar, porque la crisis de suministros y la crisis
energética muestran las contradicciones profundas de un sistema económico
irracional. Por otra parte, porque Amazon es sinónimo de explotación laboral y
precariedad.
Activistas de
diferentes países preparan huelgas y protestas en 20 países para este 26 de
noviembre y han lanzado el hashtag #MakeAmazonPay. La jornada incluye paros de
los camioneros que hacen entregas para Amazon en Italia y huelgas en almacenes
de Francia, además de acciones en Sudáfrica, Bangladesh y Camboya. “En cada
eslabón de esta cadena de abusos, estamos luchando para que Amazon pague. Somos
trabajadores y activistas divididos por la geografía y por nuestro papel en la
economía global, pero unidos en nuestro compromiso de hacer que Amazon pague
salarios justos, pague impuestos y pague por su impacto en el planeta”,
aseguran en un manifiesto unitario.
Los trabajadores de
la logística han adquirido un papel clave en el capitalismo actual. Así como
los mineros de comienzos del siglo XX tenían la capacidad de paralizar la
producción y distribución del carbón –lo que a su vez afectaba al resto de la
producción–, los trabajadores de la logística tienen hoy una posición
estratégica para interrumpir la circulación de mercancías. Tal como señala el
sociólogo Razmig Keucheyan, esa posición les permite combinar una crítica
simultánea a la producción y al consumo. No es casualidad que las huelgas en
Amazon sean acompañadas de campañas solidarias de boicots para no comprar
durante el Black Friday y otras iniciativas similares. También es significativo
que los trabajadores no solo exijan salarios dignos, sino que también denuncian
el impacto ecodestructivo de Amazon.
El regreso de la voluntad de huelga
Una vez superado el
momento más duro de la pandemia, en algunos países está en curso una
reactivación de la conflictividad laboral. Esto es notorio en Estados Unidos,
pero no solo allí. “Considerados esenciales en 2020. Demuéstrenlo en 2021” era
el lema con el que salieron a la huelga 10.000 trabajadores de John Deere en
ese país durante octubre, denominado #Striketober (una fusión de las palabras
huelga y octubre, en inglés). Una oleada de huelgas contra la precariedad,
bajos salarios y largas jornadas laborales que soportan los trabajadores
esenciales. Un descontento profundo que se expresa también en la masiva ola de
renuncias laborales.
El investigador Kim
Moody, especialista en conflictos laborales en Estados Unidos, sostiene que
“millones de trabajadores mal pagados han descubierto, si es que aún no lo
sabían, que eran ‘esenciales’ para el funcionamiento de la sociedad, incluso
cuando sus jefes continuaban abusando de ellos, haciéndolos trabajar en exceso
y pagándoles mal. Esto también contribuyó a la voluntad de huelga. Además de
eso… las ganancias corporativas no financieras nacionales se dispararon en un
70% en el segundo trimestre de 2021… sus trabajadores toman nota y toman
posición.” Moody considera muy probable que esta ola de huelgas y el activismo
laboral continúen creciendo ya que son “resultado no solo de condiciones
pandémicas y coyunturales, sino de la acumulación de agravios durante un largo
período.”
“Orgullosas de ser el proletariado”
La acumulación de
agravios es el combustible que alimenta muchas de las huelgas que estamos
viendo en el Estado español, desde la huelga del metal en Cádiz a las protestas
de las cuidadoras y trabajadoras esenciales.
La lucha del metal
tiene gran impacto subjetivo. Trabajadoras y trabajadores, desde Euskadi a
Andalucía, envían su apoyo y colaboran con la caja de resistencia, porque “si
ganan en Cádiz, ganamos todas”. Tal vez desde las huelgas mineras del 2012 no
se veía una lucha de este tipo, que marca a fuego la sensibilidad colectiva.
Mientras la derecha y los medios de comunicación criminalizan e inventan bulos,
los trabajadores responden: “No somos delincuentes, somos clase obrera”. Un
mensaje que también deberían escuchar en los despachos del gobierno
“progresista” donde estos días piden levantar la huelga para “no hacer el juego
a la derecha”. Como si reprimir los piquetes de huelga y defender los intereses
de las grandes empresas no fuera, justamente, lo que le hace el juego a la
derecha.
La huelga del metal
no es un fenómeno aislado, en los últimos meses se han desarrollado otros
conflictos importantes. Las limpiadoras del Museo Guggenheim de Bilbao salieron
a la huelga el 11 de junio, y llevan ya 163 días en lucha. Un récord superado
por los trabajadores y trabajadoras de Tubacex, que tras 236 días de huelga
lograron la reincorporación de los 600 trabajadores de de Álava (incluyendo 129
que iban a quedar en la calle por un ERE). “No es covid, es codicia” señalaron
los trabajadores, y lograron concitar un gran apoyo social para la defensa de
los puestos de trabajo. La caja de resistencia fue una herramienta clave en su
huelga, una de las más largas de la historia reciente. Trabajadores de
diferentes empresas se acercaban al piquete para entregar un sobre con una
colecta, grupos de vecinos hacían una donación, colectivos solidarios aportaban
lo suyo.
La huelga de Airbus
contra el cierre de la planta de Puerto Real, la huelga general en A Mariña
(Lugo), la lucha de Alcoa, de las trabajadoras de residencias en Euskadi, del
personal sanitario en varias comunidades, entre muchas otras, vienen dando
forma a una nueva conflictividad obrera, aunque esta no se encuentre en el foco
mediático. Según el Ministerio de Trabajo, entre enero y julio hubo unas 400
huelgas, pero desde aquel momento se han multiplicado. Algo que contrasta con
la pasividad de las direcciones de los sindicatos mayoritarios –recordemos que
llevamos casi una década sin huelga general, como si faltaran los motivos–.
Como parte de estas
luchas, las cuidadoras del SAD (Servicio de atención a domicilio) están
realizando manifestaciones y una acampada frente al Ministerio de Trabajo en
Madrid. Trabajadoras “esenciales” que son tratadas como descartables. “Quiero
hacer llegar nuestro apoyo a los trabajadores de la huelga del metal en Cádiz,
porque somos la clase trabajadora y tenemos los mismos problemas. Así que,
tomemos las calles, plantémosles cara, que si nos unimos somos más, y damos
miedo”, nos dice Teresa, trabajadora del SAD. La solidaridad es una tendencia
que siempre brota desde abajo, a pesar de las divisiones impuestas desde
arriba.
En las huelgas,
trabajadoras y trabajadores toman conciencia de su propia fuerza y logran
identificar amigos y enemigos. Contra la resignación de la izquierda
institucional y las cúpulas de los sindicatos burocratizados que repiten que
“no se puede”, las huelgas están mostrando un camino alternativo. Kim Moody
señala que las crisis, las guerras y las pandemias evidencian las fisuras en el
sistema. La pandemia ha aumentado las desigualdades y los agravios acumulados,
pero también ha desvelado la vulnerabilidad del capital. Sin trabajadores y
trabajadoras no funciona nada. Las huelgas muestran ese poder potencial. Y que
ya es hora de que el miedo cambie de bando.
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