lunes, 15 de noviembre de 2021

LAS AMIGAS DE ADA

 

LAS AMIGAS DE ADA

Cuando entraron en el teatro noté que los ojos de Colau estaban humedecidos, no daba crédito a tanto cariño. Se me acercó emocionada y me dijo algo que en ese momento no entendí: “Muy animadas, estamos muy animadas”

WILLY VELETA

En la presentación del “No lo llames Frente Amplio todavía”, en el Teatro Olympia de Valencia, me he acordado de Antonio Machado. Siempre que miro al cielo de Valencia me acuerdo del poeta, de Sorolla y de la mesa que tenía Blasco Ibáñez en una maravillosa terraza, frente a la playa de la Malvarrosa, (se conserva todavía) donde tomaba café y charlaba con sus amigos.

 

Machado vivió en un chalé de Rocafort, población pegada a Valencia, desde noviembre de 1936 hasta abril de 1938. En Villa Amparo, Antonio no dejó de escribir poemas, de elaborar análisis políticos y de defender a la República. Rodeado de su familia y del cielo de Valencia, esperó paciente a que cayera el fascismo. En el invierno de  1938 fue evacuado a Barcelona y el 28 de enero de 1939 se bajó de un tren en la estación de Collioure (Francia). Le acompañaban su madre, ya muy enferma, su hermano José, su cuñada Manuela y el escritor Corpus Barga.

 

Machado murió el 22 de febrero y con él cualquier esperanza de una España mejor.

 

Este pasado viernes 12 de noviembre Ada Colau cogió un tren de Barcelona a Valencia para asistir al acto “Otras Políticas” junto a Yolanda Díaz, Mónica Oltra, Fátima Hamed y Mónica García. Durante el trayecto colgó una foto de su hijo con una camiseta antigua del Barça, la de la final de la Copa de Europa del 92. Gael se mostraba feliz, inquieto, como cualquier niño que acompaña a su madre a un viaje hacia un lugar que sabe que la va a hacer feliz.

 

Me imagino los días previos, Ada diciéndole a Gael: “He quedado con unas amigas que son molt maques, te van a encantar, hemos quedado para empezar algo molt bonic”. Y Gael preguntando a su madre: “¿Me puedo poner la samarreta de la suerte?”.

 

—Sí, pero las botas de tacos no, que vamos en el vagón del silencio.

 

En su post de Instagram, Ada pedía ideas de las que poder hablar en el acto. Yo simplemente le puse un comentario: “Nos vemos bajo el cielo de Valencia, cuidado no vaya a fichar Xavi a tu hijo”.

 

De alguna manera sentí que este viaje era especial para Ada. Seguramente lo fuera también para Yolanda que venía directamente desde Galicia o para Mónica que escapaba del ombligo de Ayuso.

 

Pero Ada me hizo acordarme de Antonio Machado, de sus meses en Rocafort mirando por la ventana la huerta del vecino, inspirándose con la brisa mediterránea, soñando con que la España elegida en las urnas nos deshelara el corazón.

 

 

 

Cuando las cinco protagonistas llegaron por la calle del Maestro Clavé, el gentío empezó a echarse encima, a emocionarse. Eran en su mayoría mujeres de entre 40 y 60 años, aplaudiendo, poniéndose de puntillas para verlas. Era un día ilusionante bajo el cielo de Valencia.

 

Yolanda era la más solicitada, Fátima, la más abrumada… y Ada... Ada estaba en las nubes.

 

Cuando entraron en el teatro noté que sus ojos estaban humedecidos, no daba crédito a tanto cariño. Qué no habrá vivido esta alcaldesa en los últimos meses o años que cuando llegó a Valencia sintió que ya podía dejar de respirar en una bolsa de papel.

 

Se me acercó emocionada y me dijo algo que en ese momento no entendí: “Muy animadas, estamos muy animadas”. Realmente quiso decir esto es mi Rocafort, desde aquí veo la huerta, siento el mar, estoy flotando.

 

 Y sí, sus ojos venían de haber llorado.

 

Durante su intervención Ada habló de los bulos con los que han intentando machacarla durante sus seis años en la alcaldía: que si se había comprado una vivienda en el mejor barrio de Barcelona…, que si ya no era la que decía que era. Los reporteros que le preguntaban por esa nueva y lujosa vivienda lo hacían mientras salía de su vivienda de siempre. Una y otra vez, como un martillo pilón.

 

Mientras lo contaba Ada miraba a un punto determinado entre las butacas del patio. Se la veía afectada, pero descargando equipaje, mochilas insostenibles. Y al fin mencionó a su compañero, Adriá, y lo que han tenido que aguantar y siguen aguantando. Yo fijé la vista en Adriá y vi cómo asentía con la cabeza, cómo se secaba alguna lagrimilla mientras le decía a Gael (sin la camiseta del Barça) que se callara un poquito para poder escuchar a mamá.

 

Adriá conoce al dedillo la historia pero no perdía el hilo, pese a que Gael ya no sabía cómo sentarse en una de esas butacas antiguas que te machacan la rabadilla. Fue como una terapia para Adriá, sacarlo todo, exponerlo en público y saber que, pese a todo, siguen ahí, en pie, con ilusión, en la misma casa de siempre.

 

Ada también habló de la aragonesa María Domínguez, la primera alcaldesa democrática de este país (1932), fusilada en 1936. Una mujer humilde, criada en la Barcelona del maestro Ferrer Guardia. Su retrato preside una de las paredes del despacho de Colau.

 

La alcaldesa de Barcelona terminó su alocución expresando su sincera admiración por Yolanda Díaz. La ministra de Trabajo no sabía dónde meterse, lo pasa mal cuando le llueven elogios, aunque esta vez provinieran de una amiga y fueran de todo corazón. No es un abrazo furtivo de Marlaska o una palmada en el hombro de Calviño. A Yolanda se le empezó a congestionar la cara y le entró una risa floja.  El día que le lleguen los datos de toda la gente que la ha votado para ser presidenta del Gobierno en 2023 va a flipar.

 

 

A estas horas Ada ya estará en Barcelona, en su piso de siempre. En el tren de vuelta, Gael le habrá dicho “Me he portado bien, eh, mami”.

 

—Per descomptat.

 

—Me caen bien tus amigas, sonríen mucho, yo creo que a la rubia li agrades molt”.

 

 —¿Yolanda?

 

—La de las zapatillas blancas, se puso roja cuando dijiste cosas bonitas de ella. ¿Será del Barça?

 

 —No crec.

 

Ada ha vuelto a Barcelona con las pilas cargadas, ha dejado en Valencia la criptonita. Desde la ventanilla del tren ha visto lo mismo que vio Machado, esos días azules, ese sol de la infancia.

 

Ada no tendrá que cruzar los Pirineos, ya sabe que cada vez que le entre el bajón porque un jugador caprichoso del Barça diga que en Madrid, el de los viejitos asesinados en residencias, se vive mejor que en Barcelona puede coger un tren, tomarse un café con sus cuatro amigas, mirar al cielo de Valencia y recomponerse.

 

Igual un día tiene que coger el AVE camino a Madrid y de allí una bicicleta camino al Palacio de la Moncloa, y sentarse en la fuente en la que Antonio y Guiomar se citaban a escondidas.

 

Seguro que ese día Ada derramará una lágrima y este país será un lugar mejor.

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