ATAQUE A LA DEMOCRACIA A GOLPE DE CLIC
DAVID BOLLERO
El pasado fin de semana, a las puertas del funesto 20-N durante el que se siguen celebrando misas homenaje al dictador Franco -como a la que asistió el líder del PP, Pablo Casado-, diversos medios progresistas fueron ciberatacados. Los efectos de esta agresión han sido evidentes durante tres días en La Marea, El Salto, AraInfo, La Última Hora, Kaosenlared... y en otros, como Público, consiguieron pararse a tiempo. Atacar a la prensa es atentar contra la misma democracia, vulnerando la libertad de expresión, la libertad de prensa y el derecho a la información que tiene la ciudadanía. Es atacarnos a todas y todos.
Cualquier ataque a
la prensa resulta deleznable y la extrema-derecha parece tener cierta
predilección por atentar contra los medios de comunicación. Si antaño lo hacían
asaltando las redacciones o atacándolas con paquetes bomba, ahora prefieren
recurrir a la tecnología y lanzar ciberataques. En 1978 una bomba en El País
mataba a una persona y malhería a otras dos; un año antes, la revista satírica El
Papus también era víctima de un ataque bomba que se cobraba la vida del
conserje y dejaba un rastro de dieciséis heridos y la destrucción por completo
de la sede.
Han cambiado los
métodos, pero a la extrema-derecha continúa atragantándosele la libertad de
prensa. Ya lo demostró Vox el pasado verano, cuando a través de sus redes
sociales señalaba al director de El Jueves por unas viñetas que no eran de su
agrado. Este odio contra el derecho a la información, esa aversión contra los
profesionales que dan noticia de lo que la ultraderecha pretende ocultar ha de
encontrar una contundente respuesta social y del Estado.
Cualquier ataque a
la prensa, sean los citados por parte de esos grupúsculos fascistoides o de los
que en el pasado perpetró ETA contra redacciones de medios como El Correo o
amenazando de muerte a diversos periodistas suponen retrocesos en nuestra
democracia, máxime si no encuentran su merecido castigo.
En los últimos años
parece haberse normalizado que la extrema-derecha nos amenace de muerte a los
periodistas a través de redes sociales, que utilicen internet para desmontar
las redacciones, como ha sucedido ahora con medios alojados en Nodo50 como La
Marea, El Salto, etc. o a finales de 2019 con la Cadena Ser, cuyo ataque
informático tuvo un coste de cerca de 15 millones de euros.
Esa naturalización
de la violencia contra quienes no añoramos tiempos pretéritos, contra los
profesionales que, en muchos casos, arriesgan su propio patrimonio movidos
únicamente por su vocación informativa, ha de cortarse de raíz, comenzando por
una acción real y efectiva de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en
cuyo seno, pese a la cantidad de manzanas podridas que no se sacan del cesto,
seguro que hay profesionales que estarán a la altura.
Desde la Plataforma
de Medios Independientes (PMI),a la que pertenecen La Marea, El Salto o
Público, entre otros, ya se ha solicitado que "se investigue el
caso". La salud de una democracia se mide también por el estado de su
prensa y cuando ésta es sistemáticamente atacada -y últimamente lo es por el
mismo perfil de agresor- no es posible hablar de democracia plena.
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