PEDRO J Y LOS QUE NO QUIEREN IR AL INFIERNO
POR DOMINGO SANZ
No me refiero al infierno de verdad, reservado para los muchos ilusos que a lo largo de la historia se equivocaron pensando que el portero de una discoteca, aunque fuera La Celestial y él se llamara San Pedro, nunca los confundiría con cualquier pecador de los que no tuvieron tiempo para el arrepentimiento postrero. A mí también me lo contaron de niño, pero en cuanto comencé a ver “errores” en los curas dejé de confiar y “salí del grupo”.
El infierno del que Pedro J Ramírez y otros, tantos que empiezan a ser legión, quieren librarse confesando ahora lo que conocieron durante la Transición es el de figurar para siempre en esas páginas de los libros de Historia que incluyen las listas de los cómplices que, con su silencio, ocultaron los delitos cometidos por poderosos como, por ejemplo, Juan Carlos I.
Después fueron
pasando las décadas y ni denunciaron en los juzgados lo que habían visto y
seguían viendo ni lo enseñaron, poniendo toda la carne en el asador, en las
portadas de los medios que controlaban, tal como exigía una democracia en
construcción que no podía permitirse la menor debilidad durante las prácticas
de la asignatura llamada libertad de prensa, o sea, contar la verdad. Hechos
inconfesables que ahora, convertidos en agua pasada de la que no mueve molino,
han decidido contarnos en libros de memorias que recuerdan las confesiones de
última hora ante esos sacerdotes que gestionan los futuros de las almas cuando
se están terminando las vidas en los cuerpos.
Aunque mucho menos
protagonistas que Pedro J desde que finalizó la dictadura, también regresan a
la actualidad personajes como Oscar Alzaga, sobre quien leo en Marcial Pons
Libros que ha escrito “La conquista de la Transición 1960-1978” para restaurar
algo de la verdad histórica destruida tras la orden dada por Martín Villa de
destruir los archivos de los crímenes cometidos por la Guardia Civil y otras
fuerzas represivas, a traducir porque nos tenemos que creer que el autor es
otro de los que acaban de despertar de la amnesia que les ha tenido casi medio
siglo cumpliendo la orden de olvidar decretada en la amnistía que se aprobó
para que ningún franquista, por cruel que hubiera sido, tuviera que pasar el
trance de ser juzgado y condenado por jueces igual de criminales. Eso sí que
habría sido un grandioso teatro.
Seguimos con los
arrepentimientos y debemos colocar a Victoria Prego entre las atrevidas
primeras. En 2016, es decir, ¡¡20 años después del ya histórico “off” con
Suárez que en realidad fue un “on” sin preaviso!! confesó la periodista uno de
los grandes fraudes de la Transición, aquel que sirvió para consolidar una
monarquía corrupta donde se hubiera podido construir una república decente tras
la inhabilitación de los más implicados en la dictadura. A estas alturas, todo
el mundo sabe que lo que Suárez le dijo a Prego, sin saber que estaba siendo
grabado, es que gracias a las encuestas de todos pero que se guardó para él,
supo que la sociedad española habría elegido república por lo que, con la
complicidad de los actores políticos del momento, principalmente el PSOE,
encajó en la Constitución al Borbón restaurado por el dictador.
¿Sabe usted si,
tras enterarse todo el mundo de lo de Suárez y Prego, algún partido de los que
protagonizan la política española de ahora ha reclamado dignificar el “régimen
del 78” reclamando la convocatoria urgente de un referéndum sobre la forma de
Estado?
No es necesario
recordar que los únicos que se han atrevido a celebrar un referéndum con dos
millones de votantes y república incluida han terminado en la cárcel o en el
exilio. Lo más natural era, por tanto, que si la cosa salía bien intentaran
romper con España.
La avalancha de
noticias sobre todo lo que ha estado robando Juan Carlos I, y después repartiendo
entre su familia, incluida su “santa” Sofía según las novedades que acaban de
llegar desde Suiza, por supuesto, ha ido provocando “meas culpas” en público de
iconos como Gabilondo, pero también de periodistas de provincias como los que
cubrían los veranos de la Familia Real en el Palacio de Marivent, de Palma,
cedido al entonces príncipe Juan Carlos por la Diputación franquista que, con
esa decisión, violó las últimas voluntades de su constructor y propietario,
Joan de Saridakis.
¿Ha revertido esa
cesión abusiva alguno de los gobiernos democráticos de la monarquía?
No. Y estoy
convencido de que ninguno se atreverá antes de que se proclame la III
República. Los del PSOE del Ayuntamiento de Palma ni siquiera han tenido valor
para quitarle el nombre vergonzante de “Rey Juan Carlos I” a una de las plazas
principales de la ciudad.
¿Ha tomado Felipe
VI la decisión de renunciar a tan indigno privilegio y que ese palacio sea, por
fin, el regalo al pueblo de Mallorca que dispuso su dueño?
Tampoco. Y eso que
dicen que a Letizia no le gusta Mallorca.
En cambio, hablando
de aquel pasado, todos, también Pedro J, repiten siempre lo del “gran servicio”
que Juan Carlos I prestó a España garantizando la democracia y tantas cosas
buenas. Yo, en cambio, prefiero quedarme con él lapsus comprometedor de Juan
Luis Cebrián, otro que ocultó mucho, cuando dijo, hace dos o tres años, quizás,
que el consenso era total sobre la imposible continuidad del franquismo y que,
tras el 20N de 1975, el futuro sólo podía ser democracia.
A partir del
“error” del de PRISA lo único que cabe pensar del hoy emérito es que sus
decisiones siempre estuvieron orientadas a que la corona que el dictador le
había colocado en la cabeza resistiera el vendaval y, con ello, poder conservar
él, y solo él, sus privilegios y la práctica impune de sus vicios, sobre todo
el de robar, que para algo le concedieron los valientes o cobardes (elija
usted) líderes de la Transición esa inviolabilidad en el artículo 56 que tanta
vergüenza provoca hoy y que vacía de eficacia la igualdad de todos ante la ley
que proclama el artículo 14 de la misma Constitución. Pero cuando una ley del
máximo nivel dice “todos” pero resulta que es “menos uno”, todo lo demás solo
es envoltura para discriminar a voluntad de quien mande en cada momento y
lugar. ¿O acaso los fracasos de la justicia española ante la europea son todos
por casualidad?
Y así fueron
pasando los años para nuestros arrepentidos de hoy, que se estaban enterando de
todo o de casi todo. Ni siquiera pusieron el grito en el cielo hasta que se
derrumbara cuando, en enero de 1994, La Zarzuela exigió disculpas por una
ironía del inimitable Mikimoto en un programa televisivo de humor sobre una
infanta Elena que andaba de bodorrio con el tal Marichalar. ¿Cuántos disgustos
no se hubiera ahorrado la Familia Real si en lugar de ofenderse hubieran reído
el chiste y “leído” el mensaje? Pero en relación con el presidente González,
que estaba obligado a impedir tal exceso autoritario desde La Zarzuela, no nos
harán falta las revelaciones anunciadas por Pedro J para saber que, sin la
ayuda del propio Juan Carlos I destruyendo a Suárez a base de intrigas con
militares franquistas como Armada o Milans, es probable que se hubiera tenido
que retirar de la política antes de pisar La Moncloa. El periódico ABC se
adelantó hace unos días con frases textuales del hoy turista en Abu Dhabi que
serían propias de un rey como Fernando VII.
Mientras no se abra
la caja entera de Pandora de la Ley de Secretos del Estado, franquista y
vigente por supuesto, quizás otro de los peligros contra los que nuestros protagonistas de hoy quieren
anticiparse con su versión de los delitos, solo retiraré las dudas aquí
expuestas sobre Pedro J si en el libro que anunció en la “Sexta Noche” del
sábado pasado incluye, una por una, las copias de las denuncias presentadas
ante los juzgados y de las portadas donde fue publicando todas las revelaciones
que ahora nos anuncia sobre el 23F y otros misterios de aquellos tiempos.
Seguro que no se atreve.
P.D. Últimas noticias
desde la democracia que ayudaron a construir nuestros arrepentidos de hoy.
Ayer, la de una
verdad que les duele y, por tanto, no han destacado como se merece: la Guardia
Civil incluyó textos de una novela rusa entre las pruebas contra Josep Lluís
Alay, traductor del ruso al castellano y al catalán, pero que en España le
persiguen por ayudar a Puigdemont y, por tanto, primero disparar y después
preguntar.
Hoy mismo otra que,
como venía de Europa, no se ha podido ocultar con tanta facilidad: el Consejo
de idem ha presentado un informe donde denuncia malos tratos en cárceles y
comisarías españolas.
Conclusión. Es muy
probable que, dentro de X años, un Oscar Alzaga Bis escriba un libro sobre la
destrucción masiva de documentos oficiales ordenada por un Martín Villa Bis
cuando desapareció la última monarquía del mundo, española por supuesto.
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