LA NUEVA LEY MORDAZA, ENTRE LA CHAPUZA Y LA REPRESIÓN
DAVID BOLLERO
La difusión de imágenes como esta, de un agente de Policía
cargando contra una manifestante pacífico a favor de Pablo Hasél en València,
son las que, según las Fuerzas de Seguridad, les deja vendidas.- EFE
Tres años hemos estado esperando la derogación de la Ley Mordaza, maquillada como Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, y tras buena parte de ese tiempo sin mover apenas un dedo, el Gobierno lo ha despachado en unos meses. Y se nota. No hacían falta tantas alforjas para esta viaje, que ha mantenido buena parte del espíritu represivo del PP. Y nos los contó nada menos que el secretario general del PCE, Enrique Santiago. Ahí es nada.
El retroceso que
supuso la Ley Mordaza en materia de libertades civiles fue tan acusado que el
margen de mejora era gigantesco. No voy a decir que hacerlo peor habría
supuesto entrar en la ilegalidad porque, de hecho, la Ley Mordaza del PP ya lo
hacía; cosa bien distinta es que España se haya saltado durante años las
advertencias de los organismos internacionales y nos haya puesto en el punto de
mira de países con una empeoramiento del respeto y protección de los derechos
fundamentales. De hecho, hace algo más de seis meses y antes de meterle mano
definitivamente a esa suerte de manual del buen represor, se eliminaron las
penas de cárcel para los piquetes durante las huelgas.
Los más de seis
años que hemos sufrido la Ley Mordaza han estado dominados por la
arbitrariedad, cercenando libertades como las de reunión, expresión e
información. Abusos que, como ha denunciado Amnistía Internacional, se
dispararon durante el estado de alarma, lo que evidencia que el modo en que el
gobierno de coalición PSOE-UP arrastra los pies en el cumplimiento de su
programa está perjudicando gravemente a la ciudadanía. Tanto es así que, tan sólo en los tres meses
de confinamiento de 2020, las Fuerzas de Seguridad impusieron más de un millón
de multas y realizaron más de 9.000 detenciones gracias a la Ley Mordaza.
Con la reforma -en
absoluto derogación- se nos venden avances como la rebaja de las sanciones o,
en casos como los de manifestaciones pacíficas y que no generen desorden
público no comunicadas, su eliminación. Además, se volverá a poder grabar y
fotografiar protestas y actuaciones policiales, algo básico para protegernos de
un estado policial cuyos representantes nos someten a su albedrío con empleo
desproporcionado de la fuerza, mentiras y un principio de veracidad que se ha
merendado la libertad en los últimos años.
El modo en que
tanto en el cuerpo de Policía como de Guardia Civil han puesto el grito en el
cielo evidencia el modo torticero con que muchos de sus miembros han estado
ejerciendo su labor mientras el resto miraba para otro lado. A pesar de que la
ley limita la difusión de dichas grabaciones si ésta afecta al derecho a la
intimidad o a la seguridad de los agentes o de sus familias, desde ambos
cuerpos aseguran que les deja vendidos. ¿Vendidos o, sencillamente, obligados a
cumplir con la ley y aplicar proporcionalmente la fuerza? Quizás, de haber
existido grabaciones, podría haberse evitado que se fuera de rositas el agente
que usó fuego real en Linares, estando a punto de matar a un joven que ni
siquiera se manifestaba, y a quien en el Cuerpo han sido incapaces de
identificar.
Asumidos los abusos
policiales, porque es una realidad y cualquier periodista que haya cubierto
protestas lo ha podido documentar, sorprende que el Gobierno no haya querido
resolver uno de los grandes problemas de la ley: la arbitrariedad. Que las
actuaciones policiales y sus sanciones no estén sujetas al control judicial y
no estén sometidas a un mecanismo independiente de rendición de cuentas nos
vuelve a tirar a los pies de los caballos, indefensos al capricho de los
agentes que llevan seis años actuando a placer so pena de, en el mejor de los
casos, multas por desobediencia y, en el peor, dar calor negro -como llaman a
golpear con la porra- y, si uno se defiende, ser denunciando por agresión o
atentando contra la autoridad, bastando su palabra para condenar al ciudadano.
Eso, agentes, sí
que es estar vendidos y no la situación en la que se encuentran ustedes y que,
entre los abusos de unos y el corporativismo de otros ocultando los garbanzos
negros, nos hace cambiar de acera cuando vemos a un agente de la autoridad
venir de frente. Por no tocar prácticamente, ni siquiera se ha tocado la
presunción de veracidad de las fuerzas del orden, que seguirá vigente cuando
resulte "coherente, lógica y razonable". Dicho de otro modo, bastará
lo que diga un agente, sin más testigos ni soporte documental para condenar a
un ciudadano... como de hecho ha sucedido con el ya ex diputado de UP, Alberto
Rodríguez.
Por otro lado, la
chapuza de reforma descafeinada de la Ley Mordaza se evidencia también en el
modo en que las devoluciones en caliente no se tocan; directamente se extraen
de este marco jurídico para llevárselo a la ley de extranjería y, mientras
tanto, seguir violando ley y los derechos fundamentales de migrantes, refugiados
y solicitantes de asilo.
Durante demasiado
tiempo hemos sido víctimas de abusos y, en caso de protestar contra ellos o, lo
que es lo mismo, defender la democracia plena de la que otros presumen, ser
sancionados. Lo anunciado por el Gobierno se queda a mitad de camino.
No entraré en cómo
debió sentirse Enrique Santiago al anunciar tamaña tropelía legislativa; de lo
que sí estoy seguro es de cómo, en su posición, yo ni siquiera me hubiera
puesto ante los micrófonos para venderlo como un triunfo. Como apuntaba al
inicio del artículo, el punto de partida en el que nos había sumido el PP era
tan gris, tan represor, que cualquier mejora brillaría, pero no por ello es ni
mucho menos suficiente.
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