¿SUBIR LAS VALLAS DE CEUTA Y MELILLA? ¿PARA QUÉ, EXACTAMENTE?
MIGUEL PAJARES
Cualquiera de las
personas que nos dedicamos a estudiar las migraciones sabe que la llamada
migración económica es un movimiento humano que, en buena medida, se
autorregula. Los migrantes van allí donde se les ofrece trabajo y dejan de ir
cuando eso ya no es así. Los estudios del Pew Research Center han dejado
meridianamente claro que la inmigración recibida en Estados Unidos, procedente
sobre todo de México y otros países latinoamericanos, ha seguido esa pauta
desde principios del siglo XX: los flujos han crecido al mismo ritmo que lo
hacía la economía y se necesitaba mano de obra. En Europa ha pasado lo mismo.
La inmigración recibida en los años noventa y los dos mil ha ido
fundamentalmente a los países que tenían mayores tasas de crecimiento, o a
países que crecían con un modelo económico de utilización intensiva de mano de
obra, como eran los casos de Irlanda y España. El ejemplo de España es nítido:
a finales de los noventa se hizo una clara apuesta por un crecimiento basado en
el sector de la construcción (ley del suelo del 98, nuevas facilidades de
financiación…), lo que en los años dos mil supuso que aquí se necesitara más
mano de obra que en ningún otro país europeo. Entre el 2000 y el 2008, España
fue el primer país del mundo receptor de inmigración en términos relativos a la
población.
Esa migración deja
de recibirse, y en parte retorna a su país, cuando el crecimiento económico
remite. Y eso es justo lo que pasó con la crisis económica en España y otros
países europeos. Los flujos de retorno a los países de origen no son un
fenómeno tan estudiado como los flujos de llegada, pero algunas cosas se saben,
y son el fundamento de la idea de autorregulación que estoy tratando de
explicar. ¿Cuáles son los principales grupos de los que retornó más gente a su
país de origen durante la crisis económica en España? Aquellos que podían
volver a España más adelante, si las cosas mejoraban. Los rumanos, por ejemplo,
llegaron a ser la primera nacionalidad por número de inmigrantes en España,
pero la mayoría de los que perdieron sus trabajos con la crisis retornaron a
Rumanía. Y lo hicieron porque, si más adelante querían volver a España, podían
hacerlo sin trabas de ningún tipo. Lo mismo ocurrió con los latinoamericanos
que habían adquirido la nacionalidad española: fueron los que mayor número de
retornos a su país de origen realizaron, ya que al tener la doble nacionalidad
también podían volver a España cuando quisieran. ¿De qué nacionalidades no ha
retornado casi nadie a sus países de origen? Quienes apenas han retornado son,
básicamente, la gente de países africanos y asiáticos que tendría enormes
dificultades si se propusiera volver a España en el futuro.
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La migración
económica es un fenómeno que tiende a autorregularse, pero esa autorregulación
está distorsionada por las políticas de extranjería de los Estados receptores.
Son políticas centradas en hacer lo más difícil posible la entrada legal de los
migrantes, y ello conlleva que aquellos que lo han tenido más difícil para
entrar no quieran retornar a su país de ninguna manera. Cualquier africano (o
asiático o latinoamericano) que aquí ha perdido el trabajo (o lleva demasiado
tiempo sin haber encontrado uno) y está pasándolo mal se volvería a su país a
la espera de tiempos mejores, porque allí podría vivir con mucho menos dinero y
mucho mejor de lo que vive aquí. Esto es lo que hacen las personas que saben
que no tendrán dificultades para volver a migrar. Pero ese africano al que no
se dio ninguna oportunidad de obtener un visado para venir a España, y lo hizo
atravesando el desierto, pagando a las mafias, recibiendo palizas de la policía
marroquí, saltando la valla de Ceuta o de Melilla y viendo cómo muchos de sus
compañeros morían en esos percances, ése no se retornará a su país por muy mal
que lo esté pasando aquí. Las vallas son tan altas para entrar como para salir.
Hay una migración
que no funciona con esos mecanismos de autorregulación: es la de refugiados.
Cuando la gente huye de una guerra, o de la represión de una dictadura o de la
violencia, no busca un país que esté demandando mano de obra, lo que busca
simplemente es alejarse de allí donde su vida corre peligro. La llegada de
refugiados a cualquier país tiene poco que ver con la situación económica de
éste, está principalmente motivada por la situación bélica del país de origen.
Por eso, el movimiento de refugiados apenas se dirige a los países ricos del
Norte global. Mucha gente piensa que en Europa recibimos muchos refugiados,
pero nada más lejos de la realidad. El 84% de los más de 30 millones de
refugiados que hay en el mundo está en países del Sur global, porque lo que
hacen los refugiados que huyen de las guerras es ir, sobre todo, a los países
vecinos. Turquía, por ejemplo, tiene, según los datos dados por el ACNUR en el
2019, 3.993.000 refugiados; más que la Unión Europea y el Reino Unido juntos,
que tienen 3.237.000 (incluyendo los solicitantes de asilo en espera de
respuesta). Y si también tenemos en cuenta los más de 40 millones de
desplazados internos que han huido de los conflictos (gente que ha huido de su
ciudad, pero no ha salido de su país), resulta que el 93% del total de
refugiados y desplazados internos está en países del Sur global. El Norte
global (Unión Europea, Norteamérica, Australia, Japón…) sólo ha recibido el 7%.
Pues bien, pese a
esa nimia carga de refugiados que tienen los países europeos, y pese a ser los
que tienen más recursos económicos, los gobiernos europeos hacen cuanto pueden
para evitar que lleguen a nuestras fronteras. Las militarizan cada vez más,
pagan a los países vecinos (Turquía, Egipto, Libia, Marruecos…) para que
impidan el paso de refugiados hacia Europa, levantan vallas, etc. Pero, ¿es
legal poner barreras al paso de los refugiados? Las leyes ya se sabe que son
interpretables, pero la Convención de Ginebra sobre Refugiados de 1951 (que
todos los Estados europeos han firmado) dice que esas personas tienen derecho a
solicitar asilo en cualquiera de los países firmantes. Ahora, la única forma
que hay para solicitar asilo en un país europeo es pisando su suelo, ya que
todos han eliminado de facto la posibilidad de hacerlo en representaciones
consulares. De modo que impedir que lleguen es impedir que puedan ejercer su
derecho al asilo.
El ministro
Marlaska debería explicar para qué quiere subir las vallas de Ceuta y Melilla.
Si es para poner freno a la inmigración económica está incurriendo en el error
que aquí hemos comentado. Un error que están cometiendo todos los gobiernos
europeos, seguramente porque hacen sus políticas de inmigración en base a los
prejuicios xenófobos dominantes y no en base a lo que la sociología de las
migraciones ha explicado sobradamente. Y, si es para impedir la entrada de
refugiados, está incurriendo en una ilegalidad, o como mínimo en una acción
totalmente opuesta a los derechos humanos que nuestro Estado dice respetar.
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