sábado, 21 de marzo de 2020

VÍCTOR RAMÍREZ NOS ECHA UN PUENTE


VÍCTOR RAMÍREZ NOS ECHA UN PUENTE
POR CRISTINA R. COURT
24-mayo-1991
¿Cómo apresar una visión-otra del mundo regida por el milenarismo de los sueños y los mitos?

¿Cómo apresar ese estado casi premoderno, que se esgrime contra la aldea universal y sus derivaciones?
¿Cómo apresar esas relaciones tan inesperadas y tan regidas por una lógica irreductible a conceptos, sin caer en la tentación del "yo-narrador, aquí me paro a cantar con cariño verdadero...»?
         Eso es precisamente lo que hace Víctor Ramírez en su última novela "Nos dejaron el muerto", porque quiere y, además, puede. Un recurso aparentemente tan sencillo como contarnos aventis, unas tras otras, manteniendo la sintaxis popular y su correspondiente complejo universo semántico.

         Esa es precisamente la singularidad de Víctor Ramírez y la fascinación que ejerce sobre cualquier lector, iniciado o no iniciado. Su escritura abarca rápidamente mucho terreno porque, igual que en el corrido mejicano, la vida también es un melodrama ancho y ajeno, que puebla cualquier esquina del mundo. ¿Acaso no es el corrido mejicano una estremecedora metáfora que significa a una realidad, y reserva un lugar a lo que no está codificado, a lo malditamente encantado?
         Otros han realizado el mismo proyecto desde otras múltiples identificaciones: ahí está Buñuel en su aldea local y sus melodramas mejicanos, y poco le importó a éste la lectura y demás exigencias que le hicieran desde los signos universales.
         ¿Por qué no plantearse una relación festiva con la escritura, una relación de seducción y abandono, que implique, erija y transfigure al supuesto narrador oral en un explorador radical, que subvierte las clasificaciones consagradas del lenguaje?

Nos dejaron el muerto es el anverso de un ejercicio intencionado: el desaprendizaje. Víctor Ramírez desaprende los códigos sobresaturados del lenguaje. Ni siquiera se esfuerza por apelar a la moralidad de la forma, que diría Barthes.
         Desposeído de intermediaciones culturales paralizantes, recobra la frescura de las significaciones más primitivas y su concreción en la marginalidad.
Su escritura es como esa misma periferia: superficie intrincada de nudos, que es tanto o más reveladora que la intencionalidad de profundidad sociológica.
         Ya se sabe, la relación especular del lenguaje con el mundo es patología inconciliable, y a estas alturas, digamos, hendidura postrágica. Y si hay que echar puentes al mundo, o no, mediante nociones metafóricas de compromiso y apelar a la moralidad de los fines, que
diría Sartre, Víctor Ramírez nos deja ese muerto: un puente, es decir, una conciencia.

Un muerto tan corrosivo, que le está reclamando esa simplicidad, resolución y transparencia escandalosa del corrido mejicano: «Aquí me paro a cantar con cariño verdadero...», y Víctor Ramírez, muerto de risa, dando un paso más al vacío-de-padre, aprehendiéndose huérfano.
Más allá del poder y la gloria, es reducción al absurdo de dos proposiciones de una misma tentación literaria.
         Víctor Ramírez es quizá uno de nuestros pocos escritores felices: jamás escribe en defensa propia. El escribe como quiere y cuando quiere. Y puede.

28 agosto 1984

"LA VEZ ENTRE DESPUÉS Y AHORA": DE UN ESCRITOR CONMOVIDO

por Cristina R. Court

("La vez entre después y ahora" es uno de los relatos menos conocido del escritor insular Víctor Ramírez. El departamento de Ediciones del Cabildo de Lanzarote ha rescatado este texto, publicado en 1978 por la revista Planas de Poesía, y lo lanza ahora dentro de su colección editorial Lancelot 28-7. El volumen contiene otro cuento, ya clásico dentro de la producción de este autor: "Además lo primero". En este artículo, que ha servido de prólogo a la edición, Cristina R. Court, escritora y periodista, convierte la actitud vital y literaria de Víctor Ramírez en materia de una lírica indagación sobre el sentido de la escritura de quien es, a estas alturas, uno de los escritores más apreciado de las letras insulares.)

*

"He osado atreverme a amar" decía Víctor Ramírez sobre su propia visión de la escritura. Que es como apelar a un imperativo ético, como metáfora de esa otra metáfora que afirma: quien tiene la llama debe arder. Es decir, y como él mismo ha afirmado tantas veces: que la escritura sea esencialmente un acto de solidaridad rebelde desde la soledad del hecho creativo.
         Por tanto entenderán ustedes que les hablo de un ser conmovido del mundo. Profundamente. Que ha osado atreverse a amar. Que habita el territorio propicio de la escritura.
         Manuel Padorno, un poeta nuestro que vive a la sombra del mar, califica este territorio propicio como el territorio del amor. Porque está hablando de una elección: uno elige el territorio donde el lenguaje y la realidad mental se van ajustando a la palabra: donde se define otro hombre, donde cala desveladamente, donde el lenguaje invoca, concreta, precisa.
Descifrar la expresión de la vida cercana: he ahí una tentativa de identidad del hecho creativo, en el que Víctor Ramírez se ejercita conmovido.

Claro está que la Literatura es más amplia que las fronteras. Y Víctor Ramírez, narrador y fabulador, se ha ahincado sobre esa pregunta que dice: ¿inventar la realidad o rescatarla? Ambas cosas, se responde: y así definirá un espacio de la expresión literaria.
         Aquí hay dos relatos que son la expresión de, por un lado, la invención de un mundo: La vez entre después y ahora; y, por otro lado, el rescate de este mundo: Además lo primero. Y dentro de estos dos mundos nos encontramos habitando a criaturas en, contra, sobre, de un paisaje dramático, austero, terco, solemne, hermoso, trágico, inútil, caudaloso. Son seres solos, aislados en la isla y que se proponen como prototipos universales.

Del primero de los relatos, La vez entre después y ahora, sabemos que sólo ha sido editado anteriormente en el ya clásico "Cuentos Cobardes" (Madrid, 1977, por Taller Ediciones JB) y que fue escrito, según palabras del propio autor, en el 75 y para "engordar en algo" dicho libro. Poco imaginaba Víctor Ramírez que había conseguido escribir uno de los relatos más sugestivos (tanto en la historia como en el lenguaje) de los por él creados hasta el momento y, por supuesto, de nuestra Literatura. Usted, lector, podrá dar fe de ello.
         Del segundo de los relatos, "Además lo primero", que es cronológicamente anterior, podemos decir que fue editado por Planas de Poesía en 1978 y que desde hace varios años se encuentra agotado. Consideramos de interés la Aclaración y Dedicatoria que el autor insertó en la página 5 de dicha edición.

Como aclaración para el lector actual de estos dos relatos tan dispares y tan importantes de nuestra narratíva, hemos constatado que ha habido bastantes correciones, sobre todo en la puntuación (justificadas por el autor con que se hará más ligera, y atrayente, la lectura), correcciones que no atentan mínimamente contra el contenido de las respectivas ediciones anteriores, al contrario: creo que lo subliman.
         Cuando Víctor Ramírez enseña su escritura al mundo, el mundo está en su escritura: abarcado por el signo y la expresión. Revelando y rebelando una condición imaginaria, descarnada, inteligente, feliz. Trascendido desde el espacio espiritual insular: Víctor haciéndose detrás de su escritura las mismas preguntas seculares desde la asunción de la orfandad. Es decir: como el hombre rebelde de ALbert Camus, aquel hombre que es capaz de decir no.

Víctor Ramírez dice no a través de esta escritura suya, que es el anverso de un ejercicio intencionado: el desaprendizaje. Desaprende los códigos sobresaturados del lenguaje. Se desposee de intermediaciones discursivas paralizantes, recobrando la frescura de las significaciones más primitivas: la de los desposeídos.
Su escritura es como esa misma periferia: superficie intrincada de nudos, que es tanto o más reveladora que la intencionalidad de profundidades sociológicas. Un recurso espléndido, aparentemente tan sencillo como contarnos historias desde la tradición oral, manteniendo a la vez que recreando la sintaxis popular y su correspondiente complejo universo semántico. Ahí te quiero ver.
         Esa es precisamente la singularidad de Víctor Ramírez y la fascinación que ejerce sobre sus lectores. Apresando ese estado casi premoderno que se esgrime contra la aldea universal y es así mismo la aldea universal: la vida agazapada en las periferias urbanas, como un melodrama ancho y ajeno, como una estremecedora metáfora de la misma, implacable, exuberante, maldita, encantada realidad.

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