UNA LEYENDA LLAMADA PEIRÓ
RICARDO URIBARRI
Aquellos que dejan
huella, los que destacan, suelen pasar a la historia con algún sobrenombre.
Joaquín Peiró está en esa categoría. Por eso se le recuerda como ‘El Galgo del
Metropolitano’ o por ser el 50% del Ala Infernal que junto a Enrique Collar
tantas tardes de gloria dio a los aficionados. Peiró fue un adelantado a su
tiempo, tanto en sus características como jugador como en marcharse al
extranjero –algo inusual en su época– gracias a un traspaso millonario. Allá
donde estuvo, en el Atleti, en su periplo por Italia o en Málaga, ya en su
etapa como técnico, dejó una estela exitosa que ahora, tras su fallecimiento a
los 84 años, merece ser recordada al nivel de lo que fue: un grande de nuestro
fútbol.
Allá donde estuvo
dejó una estela exitosa que ahora, tras su fallecimiento a los 84 años, merece
ser recordada al nivel de lo que fue: un grande de nuestro fútbol
Basta echar un
vistazo a las estadísticas y a su palmarés para darnos cuenta de la importancia
de su carrera. Llegó a jugar siete temporadas completas en el Atlético de
Madrid, disputando 219 partidos en los que anotó 129 goles –ninguno de ellos de
penalti–. Fue fundamental para lograr el primer título internacional del club,
la Recopa de 1962, cuando marcó el gol rojiblanco en una final que al acabar
con empate a uno se repitió cuatro meses después. Ahí logró un nuevo tanto en
la victoria por 3-0 ante la Fiorentina. También resultó decisivo en las
primeras Copas del Generalísimo, las del 60 y 61, ganadas en el Bernabéu al
Real Madrid de Di Stefano y compañía, partidos en los que anotó un gol en la
primera y un doblete en la segunda. De hecho, es el único jugador atlético en
salir vencedor de todas las finales que jugó, marcando en todas ellas. En Italia
ganó una Copa de Europa, dos Intercontinentales y dos Ligas con el Inter,
además de una Copa con la Roma. Y llegó a disputar dos Mundiales con la
selección española, los de 1962 y 1966. En una época donde se jugaban muchos
menos partidos que ahora, fue 12 veces internacional, logrando cinco goles.
Nacido en 1936, se
quedó huérfano de padre en la Guerra Civil, una contienda que su familia la
pasó en la localidad conquense de Honrubia. Posteriormente se vino a vivir a
Madrid, al barrio de Canillas. En esa etapa
trabajó como marmolista y en un taller de bicicletas de un familiar, lo
que hizo que tuviera mucha afición por el ciclismo, llegando a participar en
certámenes juveniles. El fútbol fue ganando peso en su vida y tras pasar por
varios equipos modestos llegó a la Agrupación Deportiva Ferroviaria.
Peiró empezó a ser
conocido como ‘El galgo de Cuatro Caminos’, el lema que le puso un periodista y
caricaturista de la época por su zancada larga, su velocidad y su físico
longilíneo
En ese momento se
produce un hecho que pudo haber cambiado su trayectoria profesional, como
recuerda José Antonio Martín Otín Petón, escritor, comentarista, vicepresidente
de la Asociación Los50 y responsable de una agencia de representación que llevó
la carrera de Peiró en sus últimos años como entrenador. “La Ferroviaria, igual
que el Mediodía, estaban vinculados al Real Madrid, lo que significaba que el
club blanco tenía preferencia a la hora de quedarse con los jugadores que le
interesara de esos equipos. Viendo las condiciones que tenía, tras entrenar
unas semanas con los merengues, le dijeron a Peiró que se pasara por las
oficinas de Concha Espina para firmar. Cuando uno de los empleados, Miguel
Malbo, le sacó la ficha para que la firmara, Joaquín vio que era amateur. Y dijo,
‘¿cómo, que me vais a fichar con categoría amateur? No, yo si vengo aquí es
para dedicarme ya al fútbol. Para esto me quedo en la Ferroviaria y hago lo que
quiero’. La respuesta que le dieron, con cierta arrogancia, fue ‘que te está
fichando el Real Madrid, ¿tú que haces? ¿Cómo vas a decir que no?’. Y cogió la
puerta y se fue. A los pocos días estaba fichando en el Atleti con ficha
profesional. Curiosamente, del Mediodía llegó otro futbolista histórico de los
rojiblancos, Adrián Escudero”.
Con 18 años, Peiró
se marchó cedido al Murcia, que militaba en Segunda división. Allí se fraguó
una amistad eterna con Collar, que había seguido el mismo camino. Ambos
volverían en 1955 al club rojiblanco para iniciar una etapa brillante, que en
el caso de Joaquín duraría siete temporadas y en el de Collar se alargaría
hasta las 16 campañas. Peiró empezó a ser conocido como ‘El galgo de Cuatro
Caminos’ (por la zona donde estaba el antiguo campo), el lema que le puso un
famoso periodista y caricaturista de la época, Cronos, por su zancada larga, su
velocidad y su físico longilíneo, que años después el propio Petón transformó
en ‘El galgo del Metropolitano’.
“Era un jugador muy
moderno para esa época. Es lo que llaman ahora el tercer hombre. Un interior en
punta, un futbolista invisible que, de repente, llega al área. Él podía
arrancar desde medio campo, no era de abarcar de área a área, pero ayudaba a
los de la media tapando para desde esa posición llegar constantemente a la
portería contraria. Hoy en día sería un segundo delantero en un 4-2-3-1 detrás
del punta. Tenía la característica de que era ambidiestro, más derecho que
zurdo, pero le pegaba igual con la izquierda y salía por los dos perfiles. Era
rapidísimo y tenía unas condiciones atléticas de futbolista moderno. A lo largo
de la historia ha habido jugadores buenísimos en el Atleti, pero para mí está
entre los 10 mejores. No hay más que ver su influencia en los títulos de los
inicios de los 60”, explica Petón.
De su etapa
colchonera resulta imposible no hacer una mención a ese “ala infernal” que
formó con Collar por la banda izquierda. Se entendían con la mirada y se
buscaban en el campo, hasta el punto de que practicaban una jugada que
culminaron con éxito varias veces, como recuerda el componente de la Asociación
Los50: “Enrique era muy listo y tenía un saque poderoso con la mano. Joaquín se
acercaba a él y aprovechando un movimiento de distracción de otro delantero que
arrastraba a un defensor, salía corriendo en dirección a la portería
aprovechando el espacio libre que había quedado. Collar le mandaba el balón por
encima de la cabeza del defensa que le seguía y le dejaba en ventaja. Así
marcaron un montón de goles”.
En el Torino sólo
estuvo dos años. El Inter de Helenio Herrera, que estaba formando el equipo más
fuerte del continente, le fichó en 1964
La actuación
estelar de Peiró en la final de la Recopa ante la Fiorentina llamó la atención
del fútbol italiano, poderoso económicamente en esa época. De hecho, casi al
mismo tiempo se fueron a la liga transalpina el barcelonista Luis Suárez, el
madridista Luis del Sol y en octubre de 1962 también Joaquín Peiró, fichado por
25 millones de pesetas por el Torino, el traspaso más caro hecho en España
hasta ese momento, igualando lo que desembolsó poco antes el Inter por Suárez.
Peiró había empezado la temporada como un cañón, marcando seis goles en las dos
primeras jornadas. Las dificultades económicas del club hacían que los rumores
sobre su traspaso fueran cada día mayores. Petón recuerda que, en el viaje de
vuelta de La Coruña tras jugar la tercera jornada de Liga, “los propios
compañeros le pedían a Joaquín que se fuera al Torino porque veían que era la
solución para que ellos cobrasen”. Finalmente, el traspaso se consumó entre
fuertes protestas de la afición, que en el partido posterior mostró pancartas
en el campo en contra de la operación, entre ellas la famosa “Vender a Peiró al
Torino, qué desatino”. Esa decisión fue uno de los detonantes de la salida poco
después del presidente, Javier Barroso.
En el Torino sólo
estuvo dos años. El Inter de Helenio Herrera, que estaba formando el equipo más
fuerte del continente, le fichó en 1964, dándole al equipo de Turín, además de
dinero, a un gran jugador, Gigi Meroni, lo que habla del potencial que veían en
él. La presencia de Suárez y Jair le perjudicó, porque en la Liga solo podían
estar en la alineación dos extranjeros y tuvo que jugar más como delantero
puro, pero en la Copa de Europa su aportación fue fundamental. En el club
interista siguen recordando el gol que marcó en la semifinal de 1965 ante el
Liverpool, cuando apareció por detrás del portero para, aprovechando el bote
previo a sacar, robarle el balón y hacer el 2-0 –parecido al que marcaría
Leivinha años después en el Calderón contra el Athletic de Iríbar. En Italia le
pusieron su segundo apodo, “Il Rapinatore” (el ladronzuelo). Buscando más
minutos, se marchó a la Roma, donde acabó siendo capitán.
Tras retirarse,
empezó en los banquillos como segundo de Aragonés en el Atleti. En 1980 pasó a
entrenar al filial, el Atlético Madrileño, donde estuvo cinco años, en los que
subió al equipo a 2ª
Tras retirarse,
empezó una etapa en los banquillos como segundo de Luis Aragonés en el Atleti.
En 1980 pasó a entrenar al filial rojiblanco, el Atlético Madrileño, donde estuvo
cinco años, en los que subió al equipo a 2ª división, congregando a miles de
aficionados en los partidos del Calderón y sacando para el primer equipo a una
gran generación de futbolistas, como Mejías, Tomás, Clemente, Julio Prieto,
Marina, Mínguez, Pedro Pablo y Juan Carlos Pedraza. Este último recuerda para
CTXT: “Peiró me hizo mejor futbolista, más profesional. Me enseñó a pensar en
el equipo antes que en mí. Yo era titular, y con él pasé a jugar menos, a
quedarme en el banquillo y a no ir ni convocado. A mí me gustaba regatear a un
defensa, esperarle y volverle a regatear, era muy vistoso para el aficionado,
pero poco positivo para el equipo. Tuvimos una conversación y me dijo que si no
cambiaba no iba a jugar. Tuve una lesión que me tuvo un tiempo parado, y además
se juntó que me marché al servicio militar. Aquella charla me hizo recapacitar
y ser un jugador distinto la temporada siguiente, en la que ascendimos. Hizo un
poco de padre de nosotros. Había estado en Italia y recuerdo que siempre venía
impecable, decía que había que vestir como un gentleman, nos enseñó a comer
spaghetti... Nos trató con mucho cariño, con mucha educación, pero era exigente
y nos formó como futbolistas y personas. Si nos llegamos a juntar en partidos
del primer equipo hasta ocho jugadores que habíamos salido del filial, digo yo
que algo tendría que ver el entrenador que lo dirigía”.
Posteriormente
dirigiría al Granada y al Figueres, antes de que le llegase la oportunidad de
entrenar al primer equipo atlético al final de la campaña 89-90, en sustitución
del cesado Javier Clemente. Sin embargo, los malos resultados en la
pretemporada siguiente provocaron que Jesús Gil prescindiera de él antes del
comienzo de la Liga. Tras una nueva experiencia en Murcia dejó los banquillos
durante cinco años. “Adelardo, que trabajaba con nosotros en la agencia,
–señala Petón– nos dice en 1997 que Joaquín quería volver a entrenar. Santiago
Martín Prado, que iba a dirigir al Badajoz, se rompe una pierna. Nosotros
estábamos asesorando al equipo extremeño, así que propusimos que Peiró se
hiciera cargo del equipo. Hicieron una gran temporada, acabando en sexto lugar.
Y de ahí nos lo llevamos al Málaga, donde, en mi opinión, ha sido el entrenador
más importante en la historia del club”. Al conjunto andaluz lo cogió en
Segunda y le subió a Primera, ganando la Copa Intertoto y llevándolo hasta
cuartos de final de la Copa de la UEFA. A día de hoy sigue siendo el entrenador
que más partidos ha dirigido al equipo blanquiazul, cuya afición le tiene en un
pedestal. “Allí se le llama don Joaquín”, señala Pedraza. Tras cinco años en
Málaga se marchó de nuevo a Murcia, donde vivió su última experiencia como
técnico, retirándose en 2004.
Petón coincide con
Pedraza en recordarle como un gentleman, además de “una persona con un gran
sentido del humor y muy supersticioso. En el Málaga siempre le tocaba la cabeza
a Roteta en la piña previa a los partidos porque era pelirrojo. Además, era muy
listo. Jugaras a lo que jugaras con él, siempre te ganaba”.
Una enfermedad neurodegenerativa
que le hizo perder la memoria le tuvo recluido en su casa estos últimos años
cuidado por los suyos, entre los que estaba su yerno, el que fuera mítico
portero del balonmano rojiblanco, Lorenzo Rico. Enterrado en el cementerio de
su barrio, en Canillas, recibió ese día cuatro coronas: del Atleti, de las
leyendas del club, de la Federación Española y de su querido Enrique Collar,
con la inscripción: “Con cariño, tu compañero de ala infernal”. Cuando las
circunstancias lo permitan, seguro que tendrá los homenajes que merece alguien
que escribió páginas tan importantes.
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